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Entrevistas

Edición y poesía desde Limache: Andrés Urzúa de la Sotta

Gestor cultural, poeta y bibliotecario, también, dialogamos bajo el calor de su nuevo libro, El discurso de la iguana (Jámpster, 2020) y su trabajo en Provincianos editores.

Por Diego Armijo

Una ciudad que nos recibe —a Kika (fotógrafa) y a mí— con una cortina de calor, Limache, y que se pone agradable bajo la sombra de los árboles, en la terraza donde Andrés nos espera. Es una hacienda alemana, las mesas que nos rodean son usadas por señoras y pedimos jugo helado.

Autor de 10 libros de poesía, entre los que destacan El lenguaje de la piedras (Cuadro de tiza, 2015), Tetris (Pez espiral, 2015) y Polvo de ladrillo (Pez espiral, 2019), acaba de publicar El discurso de la iguana; es también parte de la organización del festival de poesía A Cielo Abierto y desde este año, junto al narrador Nicolás Meneses, fundó la editorial Provincianos.

La conversación —que luego toma forma de entrevista— empieza por cualquier lado. Eso hasta que dirigimos lo que decimos hacia la mirada al tiempo, sus inicios en la escritura.

En una entrevista de 2014 hablas del taller de Polhalhmmer al que asististe en 2004. ¿Cómo fue esa experiencia?

El caso del taller de Polhalhmmer fue bien fortuito, yo estaba empezando a escribir, venía leyendo harta narrativa. Estudiaba periodismo y me interesaba mucho la literatura. Prácticamente no iba a la universidad, cuando iba era para sacar libros de la biblioteca. En algún momento vi que se iba a impartir un taller en la Fundación Viña del Mar, que está al lado de la plaza de Viña. A Polhalhmmer lo conocía por “¿Cuánto vale el show?”, por la tele. La verdad que el taller no fue relevante, en términos escriturales, para mí. Pero pude compartir ciertas lecturas y mi escritura con un otro, cosa que no había hecho nunca. Mis primeros encuentros con la poesía fueron con Rodrigo Lira, a Bertoni, a Parra y a Lihn. Eso como para situarte las lecturas en el taller. Después conocí la escritura de Polhalhmmer. Hay un par de libros de él que me interesan harto: Gracias por la atención dispensada (Sin Fronteras, 1986) y Es mi segundo set de poemas (La Reina, 1985), donde está el poema “Los helicópteros” y “Usted”, que lo encuentro maravilloso; más allá del sujeto Polhalhmmer que es insoportable. Es muy divertido, pero también es muy banal, como su desesperación por aparecer en televisión. Es un sujeto que no genera ningún tipo de compromiso. Un sujeto del que tú no puedes confiar de su palabra.

En esa misma entrevista dices lo siguiente: “Entre la precocidad y el oficio, me inclino por el oficio”. ¿Qué lugar tiene el oficio en la escritura?

Para mí la escritura es un trabajo. Porque esa precocidad responde a una visión de poeta iluminado. Creo en la poesía como un trabajo riguroso. Me hace sentido lo que dice Víctor Jara cuando dice “yo soy un trabajador de la música, el tiempo dirá si soy un artista”. Un escritor es un trabajador de la palabra, más allá de si es o no arte, que es una discusión que no interesa a estas alturas. Más que inspiración, yo creo en el poeta como una persona que trabaja con el lenguaje.

Realizas la labor de crítico en El circo en llamas. ¿Cuál es el tipo de crítica literaria que te interesa?

La crítica que me interesa es la que va más allá de juzgar la calidad de una obra. Una crítica que sea capaz de hacer que ese texto en cuestión dialogue con su contexto estético, político, ideológico; que aterrice el texto. Más allá de valorar si el texto es bueno o malo, porque creo que hoy, que el crítico se sitúe en un espacio de poder para juzgar me parece que es innecesario, porque hay un lector que es capaz de juzgar, no necesitas a un mediador. Entiendo también que hay textos críticos que están en función de los soportes en los cuales están inmersos. Puedo entender que un diario de circulación masiva sostenga esa figura de crítico, porque todavía su labor es llegar a un público amplio. Ahora, soy mucho más cercano a la incertidumbre. La crítica es un espacio muy amplio que se presta para una diversidad de textos y de miradas. No soy quién para rayar la cancha y decir “esto sí, esto no”. Si hay textos que, por ejemplos, son contratapas, me parece que no son, desde mi punto de vista, críticos. Prefiero una crítica que arriesgue un punto de vista, a una que no dice nada y que se dedica a alabar sin ningún argumento.

Nicolás Meneses en 2015 sobre Tetris escribió: “nos propone un juego que, siempre privilegiando los efectos visuales del lenguaje e intentando llevarnos a momentos de reflexión sintáctica, es decir, a través de la alteración del orden, tamaño, signos y posición de los elementos, intenta probar nuestros reflejos con maniobras de división y fugas”. ¿Cómo has trabajado en tus otros libros la relación entre juego y lenguaje?

Tengo que decir que cuando el Nico escribió eso, no éramos amigos, no nos conocíamos (risas). Hay una vinculación entre juego y literatura en mis libros. Tiene diferencias en cada libro. En el caso de Tetris intenté proponer la página como un videojuego, un espacio donde las palabras caen como en el tetris. Es un libro que propone una caída del lenguaje como discurso, mediante la disposición visual de los textos. Mi relación con la literatura es muy lúdica, hoy día no tanto, pero gran parte del tiempo que llevo vinculado a la literatura ha sido una relación vinculada con el placer.

¿Y en Polvo de ladrillo?

En Polvo de ladrillo hay elementos de la disposición visual de los poemas que tiene que ver con el juego del tenis. Trabajar con estrofas de verso pareado, dos versos, espacio, dos versos, me parecía que era muy ilustrativo de la lógica del tenis, de este golpe que va, golpe que viene. El contenido está vinculado al tenis como metáfora de algo. No es un libro sobre deporte, tiene una visión crítica con respecto a los procesos culturales en Chile, donde el neoliberalismo desatado ha destruido ciertos espacios de identidad que nos definían territorialmente o como sujetos. En el libro ahí hay un club de tenis que desaparece producto de ciertos intereses económicos. Eso es ficción. El club está a dos cuadras de acá. Es un club súper sencillo, tiene dos canchas, una vinculación municipal.

Has dicho: “A través del conocimiento del entorno uno se construye a sí mismo, y viceversa”. ¿Cómo influye en tu escritura el espacio en el cual escribes?

Yo hablaría de cada libro, porque influye de maneras muy distintas. Hay algunos libros en los que no importa nada. En el libro que acabo a publicar, El discurso de la iguana, el espacio donde yo vivo no significa nada. En el caso de Polvo de ladrillo sí. Fue el primer texto con el cual me empecé a encontrar situado, territorialmente, al menos. Siempre he estado situado ideológicamente. Lo escribí cuando empiezo me empiezo a situar ya en Limache, como espacio desde el cual me defino. Yo soy viñamarino, me vine el 2011 a Limache. Polvo de ladrillo lo empecé a escribir el 2013, cuando ya me siento parte del entramado, me siento limachino. El espacio es fundamental, en Limache hay ciertas dinámicas con las cuales concordaba como sujeto, una identidad que se mantiene. Limache es un pueblo que todavía funciona de manera pueblerina. Todavía hay un zapatero, un relojero.

Tú te encuentras con ciertos espacios donde las identidades fueron dinamitadas por la especulación inmobiliaria, por estos mega supermercados que llegaron. Se puso un Líder recién, al lado de la comisaría nueva. Es como que todo el bloque capitalista se ubica concentrado ahí. Me imaginaba que ese club de tesis de Polvo de ladrillo, que está en la plaza misma, el parque Brasil, iba a durar poco, porque iba a llegar un supermercado y se iba a chantar encima.

Iniciaste, junto a Nicolás Meneses la editorial Provincianos, que tiene un pie en Buin —Meneses— y otro aquí en Limache, contigo. ¿Cómo se distribuye el trabajo de ustedes?

Nos hemos ido independizando en los catálogos de narrativa y poesía. Él dirige la de narrativa, yo la de poesía. En el caso de narrativa, él tiene la última palabra. En el caso de poesía, yo tengo la última palabra. Como somos dos, democracia lleva a cero. Pero generalmente coincidimos porque hay ciertos criterios comunes: libros con escrituras frescas, escritores jóvenes, libros que vinculen literatura y deporte. Cualquier cosa que llegue en esa área, que esté bien armado, lo publicamos.

¿Cómo se inició este diálogo interprovincial y a distancia?

Con el Nico trabajábamos en Pez Espiral. En la última etapa que estuve vinculado a esa editorial el Nico asumió como el director de la colección de narrativa. Ahí editó Piñén (Pez Espiral, 2019) de Daniela Catrileo. [Piñén acaba de obtener el premio Mejores Obras Literarias en la categoría cuento]. Él lo editó, yo lo diagramé. El último que edité yo fue El cementerio de los disidentes (Temple, 2005; Pez espiral, 2019) de Claudio Gaete. Ya había un trabajo previo. Con el Nico trabajando a distancia funcionamos bien. Planificamos y tratamos de cumplir. Él es bien mateo, va adelantado con las pegas.

¿Cuál crees que es la importancia de tener una editorial en Limache?

Nos parecía relevante situarnos en una provincia más, más provincia que Buin, que está muy cerquita de Santiago. La importancia de una editorial en región ya por sí es suficiente, por una cuestión casi cuantitativa. Cualquier editorial que esté fuera de Santiago me parece, ya, relevante. En el caso de Limache, es una cosa bien personal, porque yo vivo acá, además que Limache no es una ciudad que tenga una raigambre literaria ni editorial, particularmente.

Como editores creíamos que era necesario dignificar la relación editor-autor. Ambos tuvimos malas experiencias cuando nos publicaron otras editoriales. Te das cuenta que el trato no es muy transparente, no es muy justo. Una de las cosas que creímos relevantes era pagar, dentro de nuestro contrato nosotros ofrecemos la posibilidad de que te paguen o de que te paguen con ejemplares, el autor decide. Lo otro es transparencia total con los autores, sobre el tiraje del libro, cumplir con los tiempos, mantener al autor cerca, involucrarlos en el proceso de edición. Regalonear un poco al autor, tratarlo bien. Que es como a nosotros nos hubiera gustado que nos trataran. Nosotros somos un ámbito, escritores y editores, que vivimos dando cátedras éticas, pero tampoco respetamos o tenemos prácticas muy éticas.

¿Cuál es concepto que vincula a Provincianos a la provincia?

Una actitud provinciana. Antes de fundar Provincianos, nosotros decíamos: “para distinguirnos de Santiago, decíamos que nosotros somos Provincianos”. Porque allá veíamos muchas disputas de egos, peleas hueonas, para mí, viéndolas de la provincia. A veces, en las ferias, eran medios oscos con el provinciano, con el que no está inmerso en la dinámica santiaguina. El concepto surge en oposición a esa lógica. Si eso nos compromete o no con fomentar una producción de provincia, puede ser. No es algo que tengamos tan claro aún.

Me llamó la atención que Gabriela Flores —autora de la novela de Punto de quiebre (Provincianos, 2020)— se definía como talagantina, como en oposición a Santiago. Hay una identidad muy marcada, que me di cuenta con Gabriela y con el Diego Riveros —autor de los cuentos Cachivaches (Provincianos, 2020)—, que es de San Bernardo; porque ellos marcan mucho la identidad. Hay algo marcado que es que el Santiago tiene ciertos patrones de conductas desagradables, ellos van en contra de eso.

Acabas de publicar El discurso de la iguana. Haz dicho que “me cansé de dudar del lenguaje”. ¿Cómo fue el trabajo en este libro para lograr comunicar?

Acá ya no está esa barrera entre el lenguaje y su capacidad de representar. Sigo dudando el lenguaje, lo sigo encontrando una herramienta precaria. Me sitúo en una posición más precaria, donde el poeta tiene un alcance menor.

¿En qué parada inicias El discurso de la iguana?

Ya venía sumido en una escritura que buscaba volver a comunicar, haciéndome el hueón con la pregunta en torno al lenguaje, porque me parece que eso ya existe, está y va a estar. ¿Qué opciones tienes? Dejar de escribir, que es una opción válida, o seguir escribiendo. Decidí seguir escribiendo. El discurso de la iguana está sumido en la duda en torno del poeta. Este como ser privilegiado, casi al margen de la realidad. Esa noción, que está muy instalada en algunos autores, lo que es ridículo, después de Lihn, de Martínez.

¿Quién sería un ejemplo de este tipo de poeta?

Zurita, totalmente. Es cosa de leer las entrevistas de él, pero más allá de eso, en términos literarios es indudable su calidad. Creo que algunos de sus libros son de los más relevantes que se han publicado en Chile. Critico la figura de poeta que instala. Esa grandilocuencia suya me causa náuseas. Y tú lees sus entrevistas y dice: “¡LA POESÍA O ES GRANDE O NO ES POESÍA!” Siempre con unos discursos grandotes, que no es la noción del poeta del siglo XXI, que es más aterrizada, con una poesía más cotidiana. El discurso de la iguana podría ser entendido como un libro en oposición a la figura de poeta que instala Zurita.

Es un libro bien discursivo.

Se apropia de discursos, de otros textos que transforma. Gran parte de esos discursos son intertextuales. Este libro está en oposición al poeta creativo. Creo que hoy el escritor no necesita crear, ser original. Pienso en el poeta como un editor, como un recolector.

*Fotografías de Kika Francisca González

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