Carvacho Alfaro y Mondaca Guzmán. Proyecto C80. Libros el último salvaje: Santiago, 2020. Sin numerar.
Por Pablo Jara
Constitución refundida
En Proyecto C80, Carvacho Alfaro y Mondaca Guzmán intervienen el texto constitucional de 1980 para convertirlo en un objeto diferente, desplazándolo del campo institucional para llevarlo hacia la poesía. Para ello, ocupan distintas técnicas y procedimientos. El texto, de diecisiete páginas sin numerar en un documento digital, agarra ciertos pasajes de la constitución, y a partir de su intervención directa lo subvierte. El más notorio de todos, y el que finalmente da cuerpo a la obra, es replicar el mecanismo de los censores para construir nuevas frases, nuevos versos: “toda persona/ tiene derecho a fundar/ el Estado”, “asimismo/ la creación artística/ Es deber de/ la libertad”, “la libertad/ sin censura/ sin/ delitos y abusos que se cometan/ deberá ser/ social”. Las tachaduras saturan la página, y trae a la memoria los años de dictadura, donde se censuraron, quemaron y prohibieron libros. Revistas como Cauce, con su portada con recuadros en blanco, Apsi con páginas interiores también en blanco y el decreto N°4559 en el centro de la hoja. También los autores escriben sobre algunas páginas frases sueltas: “Chile es una prisión”, “Chile histérico, Chile histórico”. El texto constitucional, por más que haya sobrevivido cuarenta años, dejó de ser un documento intocable. En esa misma línea, Sebastián Gómez Matus realiza un ejercicio similar, retitulando la constitución, construyendo un texto análogo. En ambos casos, hay un cruce entre literatura y visualidad, y la materia prima con la que trabajan es la constitución, intervenida y desacralizada.
Ficciones del poder
La Historia de Chile, esa historia oficial que se cuenta desde el poder, se enorgullece de la estabilidad democrática de nuestro angosto país. Una estabilidad que se puede rastrear hasta la época de las guerras de independencia. A la hora de mirarse al ombligo no escatima y muestra sus preciadas cartas: en los doscientos años aproximadamente de existencia, han regido solamente tres constituciones: la portaliana, de 1833, la de Alessandri de 1925, y finalmente la de Pinochet, de 1980. Esta tríada constitucional sería una muestra más que contundente de nuestra estabilidad democrática, ajena a los vaivenes caóticos de otras naciones latinoamericanas y sus luchas intestinas, a los caudillismos, y a esa palabra tan manoseada, el populismo. Por supuesto que eso no es más que una ficción del poder. Hoy vemos una disputa narrativa de los símbolos del poder. Y la constitución ocupa un lugar determinante dentro de ella.
El artífice
En la portada de ProyectoC80 vemos a Jaime Guzmán, al igual que en algunas páginas interiores, en blanco y negro, con manchas rojas alrededor, como recordatorio, pienso, no solo de su asesinato (de hecho en una de las páginas aparece su nombre rayado con lápiz rojo por toda la hoja y se van marcando silabas que forman las palabras “bala” y “cabeza”), sino también de la sangre derramada bajo esta constitución. Si bien Guzmán es el artífice intelectual, se omiten otros personajes de la política de los noventa y actual, que fueron, con su pasividad, complacencia, y acomodamiento, los que mantuvieron en pie el texto: Lagos, Frei, Insulza, Escalona, etc. La presencia de Guzmán inunda las páginas de este texto refundido. Esta homologación invisibiliza parte de la historia de la carta constitucional, reduciéndolo a un ícono.
Poesía de la constitución
Piglia entiende al lector como un intérprete, como un descifrador. Todo texto está sujeto a múltiples lecturas. En esta relectura en clave poética de la actual constitución se aprecia un doble juego: por un lado, la desacralización del poder que emana de la carta constitucional, a partir de la intervención directa de sus páginas, y por otro hacer del texto poesía. Hay algo tosco en los versos que se forman, una solemnidad poco poética: “la gran/ virtud/ transitoria/ se entenderá/ sobre materias/ orgánicas”. ProyectoC80 pone en evidencia el material lingüístico del cual está hecha la constitución pinochetista. Si miramos, por ejemplo, el preámbulo de la constitución de Bolivia, dice lo siguiente: “En tiempos inmemoriales, se erigieron montañas, se desplazaron ríos, se formaron lagos. (…) Poblamos esta sagrada Madre Tierra con rostros diferentes, y comprendimos desde entonces la pluralidad vigente (…)”. Ahora bien, que una constitución sea poética, no asegura que el devenir histórico de un país cambie realmente, pero puede ser el primer paso de la transformación. La reescritura de la constitución de 1980 (y con ello, cualquier texto oficial) evidencia lo ficcional de ellos, por más que estén revestidos con ese halo sacro, y ya se ha instalado la idea de que el texto, tantas veces defendido, dejó de tener el blindaje para sobrevivir cuarenta años más.
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