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Crónicas

De Quillota al cosmos: el viaje de regreso de Sergio Meier

A catorce años de la muerte del escritor de ciencia-ficción Sergio Meier, emprendemos viaje al valle de Quillota donde cada año se realiza una romería hacia su tumba.

Por Paloma Muñoz

Luego de días de escasez creativa, recibí –casi de manera milagrosa– una llamada que pondría fin a la pereza escritural. No lo pensé dos veces, y cuando me enteré del lugar al que tendría que acudir, cualquier misión era aceptada si así podía volver a pisar suelo quillotano. Debo admitir que partí con la idea del reencuentro, sin saber que encontraría algo más, un rayo de luz que ha sido ocultado pero que no debe ser ensombrecido.

Sábado. El día comenzó con un cálculo inexacto de cuánto demoraría en llegar a Quillota, una hora máximo, dije, no creo que sea tan largo; y la verdad es que mis equivocaciones estaban lejos de acabar, la poca costumbre de hacer viajes largos al interior de la provincia fue lo primero en delatarme. Un suave olor a pescado se intercalaba con el del fierro caliente, algunos pies resbalaban con el charco de agua proveniente de las ranuras del aire acondicionado en la parte alta del tren. Había cambio de música cada tres o cuatro estaciones, caras demasiado amargas y variedad de comestibles que en su paseo eran silenciados por el locutor que sugería (o más bien, amenazaba) no colaborar con los vendedores ambulantes.

De manera inesperada, quizás una coincidencia o una prueba de que todo confabula de cierta manera, la última canción que sonó sobre el vagón hablaba de una despedida; «es nuestro último baile / es nuestro último encuentro / todos se han ido y solamente quedamos tú y yo», repetía una voz ronca y alta, que de vez en cuando replicaba el sonar de La Incomparable.

Terminado el viaje y hecha la combinación Limache-Quillota, me encuentro con una ciudad que, en los quince años que llevo ausente, ha cambiado su forma mas no el fondo: los terrenos solitarios que acumulaban tierra y pequeños negocios de barrio, ahora sirven de base para acorazados azulados de ventanas pequeñas; los minimercados y paqueterías cambiados por tragamonedas, casinos y mols chinos.

Armada sin más que un par de hojas de cuaderno arrancadas a la mala, la tarjeta del metro y un lápiz casi sin tinta, tomé fuerzas para subir a paso rápido la falda del cerro: para que no se note el atraso por hacer mal el cálculo del viaje en tren.

Que sea el cementerio lo que dé la bienvenida al cerro Mayaca me parece un detalle tan lúgubre (y curioso) como atractivo; los puestos de flores adornan el camino hasta el portón metálico que separa el pavimento de los pequeños mechones de pasto esparcidos aleatoriamente. Entre estatuas, nichos vacíos (como hoyos en una pared) y restos de adornos de navidades pasadas, confundo mi paso y termino desorientada, buscando alguna persona (viva, preferentemente) que pueda guiarme a la tumba por la que atravesé al menos tres ciudades.

El mítico libro de Meier hoy resulta inconseguible.

Con los pies lo suficientemente embarrados a causa del aguacero de la noche anterior, logro plantarme frente a frente con lo que buscaba: debajo de un nombre desconocido para mí, veo en negro escrito Sergio Meier Frei (06/10/1965-02/08/2009). Doy un vistazo rápido a las tumbas contiguas, esperando no molestar la visita de alguien más.

Absorta por la limpieza y el cuidado de su lápida, olvido que hay cuatro personas a las que me uní (colé, siendo más exacta) para esta conmemoración, entre escritores-músicos, amigos y compañeros de vida de Meier. Es a través de sus voces y gestos que logro configurar y/o completar una imagen del escritor más allá de los datos biográficos formales. Porque repetir información que es fácilmente extraíble de alguna web (como que es oriundo de Quillota, que estudió en el Instituto Rafael Ariztía o que vivía en la calle Pudeto) atenta quizás con el misticismo por y para el cual existe Sergio Meier, misticismo que fue compartido no solo en su individualidad o su trabajo autoral, sino que también en sus diversos vínculos, relaciones y escenarios.

La evidencia de esto, me la enseñan sus cercanos: un amigo-colega y ex discípulo, revivió aquellas extensas conversaciones que sostenían sobre física, astronomía, mitología y música, cómo unía y hacía que las ciencias y las artes congeniaran. También, oigo de la época en que se movía por el Círculo Literario Quillota por allá en los años 80, que era un erudito capaz de pasar de H. P. Lovecraft a historietas o cómics, todo esto cual trovador.

La profunda admiración con la que hablaban de él, me provocó algo de culpa pues, debo admitir, nunca reparé en su figura ni en su escritura más allá de algo superficial. Sin embargo, desde esta vereda de la ignorancia y/o indiferencia puedo hacer esta breve lectura. En lo relativo a su figura como escritor, hallamos una genialidad que escapa de la catalogación de primer autor steampunk chileno. Jugando con la intervención de una realidad local y la creación de universos holográficos, Meier despliega una enciclopedia de mundos que llega a incluir desde Newton en una nave espacial a autómatas, realidad virtual y la ahora tan famosísima inteligencia artificial.

Al llegar la despedida, intercambio palabras de gratitud por el recibimiento a una instancia tan íntima, donde mi silencio fue colaborador entre las voces que quisieron compartir un poquito de Sergio Meier conmigo y mis hojas arrancadas. Un poquito del autor, otro poco del maestro, del amigo y compañero querido.

El escritor fue entrevistado por Cristian Warnken. De ahí este fotograma.

Ahora, al momento de desgranar todo lo acontecido y las historias que me llevé (que me guardo como un pacto tácito entre los asistentes, el cementerio y yo) pienso en las palabras de Lorena Alegre, amiga cercana de Sergio, quien organizó y gestionó el encuentro: «vamos a hacer lo posible y lo imposible para que esto crezca». Es sustancial recuperar la notoriedad tanto de sus narraciones como de su propia figura, desentrañar y dejar que ese rayito de luz no sea absorbido en la oscuridad.

(*) Ilustración de Vladimir Morgado.

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