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Perfiles

Quiso Dios hacer de un salvaje, un futbolista

Esta semana se conmemora un año más del nacimiento de uno de los jugadores más icónicos de la región. El Acróbata del Gol, las volteretas de Víctor «Pititore» Cabrera (2023, Trayecto Editorial), del periodista quillotano Gonzalo Valero, invita a conocerlo.

Por Christian Le-Cerf León

Como estatua romana su imagen sigue resplandeciendo en el firmamento canario, memoria colectiva de quienes llevan la camiseta de San Luis de Quillota enarbolada como bandera de lucha, con tintes de sangre y barro. Esplendor de una historia fraguada a punta de goles y piruetas, Víctor «Pititore» Cabrera es el máximo anotador histórico del cuadro quillotano, ganando su lugar entre los ídolos de la institución. Pero si uno se acerca a la escultura puede evidenciar sus grietas, cicatrices de momentos que forjan el cariz de los héroes; no hay que olvidar que, a veces, también son humanos.

«¿Cuánto vai a poner? ¿Treinta, cuarenta lucas?… Nah flaco, es broma no más», dice entre risas «Pititore» en el living de su casa, en Quillota, mientras dejo la grabadora en la mesa, haciendo gala del histrionismo y buen humor que le caracteriza. Si bien constantemente se le recuerda por la particular forma de celebrar sus goles, en el último tiempo Cabrera ha ocupado notas de prensa por desafortunadas declaraciones en programas de radio, pero ¿qué tan desafortunado se es cuando la naturalidad de uno es lo que se lleva por delante? A la par, un libro sobre su vida conoció la luz: El Acróbata del Gol, las volteretas de Víctor «Pititore» Cabrera (2023, Trayecto Editorial), del periodista quillotano Gonzalo Valero.

Mientras Cabrera habla, mi vista se pierde en el fondo. Detrás de él, una extensa muralla de ladrillos rojos contiene su vida en imágenes: fotografías de su trayectoria como futbolista, retratos familiares y uno que otro recuerdo enmarcado. Todo adquiere sentido tras la lectura de El Acróbata del Gol, identificando años, lugares y camisetas, pero había algo que me faltaba. En los treinta y siete capítulos que componen el texto de Valero, uno se hace una idea de quién es «Pititore», el trabajo de investigación es bastante pulcro, pero en la simpleza de su escritura, a veces característica de la pluma adiestrada en las escuelas de periodismo, algo se pierde. La vivacidad propia del personaje, demostrada en su deslenguado hablar, queda deslavada en los párrafos de este texto; incluso, hasta las voces de las fuentes que en él colaboran se sienten apagadas.

La vida de « Pititore » siempre dio para un libro, el que se puede conseguir fácilmente en las cadenas de librerías del país.

Primera fisura

Fue un 9 de noviembre de 1957 cuando nace Víctor Hugo Cabrera Sánchez, en el antiguo Hospital San Martín de Quillota, desde donde se fue de una patá en la raja, como él dice, derechito a La Calera. Hijo de José «El Pelusa» Cabrera, obrero de la empresa Cemento Melón, y Mercedes Sánchez, Víctor fue el tercero de nueve hermanos: cinco mujeres y cuatro hombres. Su infancia transcurrió en las calles caleranas, con el fútbol siempre cerca: su padre fue un conocido arquero de las ligas amateur de la zona, sus hermanos Jorge y Coteto también despuntaron en las canchas de tierra, y su tío, Sergio Cabrera, alcanzó a calzarse la tricota de Unión La Calera durante algunas temporadas.

Pero todo se desquebrajó en 1965, cuando sus padres decidieron separarse: Mercedes, con quien «Pititore» tenía una cercana relación, emigró a Santiago con cuatro de sus hijas y el menor de los varones; «Pititore» se quedaría con su padre en La Calera, un difícil vínculo que con el tiempo se deterioraría. «Mi papá era julero, era cagao mi taita, no pagaba ni una hueá. Y eso que en la escuela de la Cemento Melón no había que pagar, y el hueón se cagaba con los cuadernos. De padre tuvo de pegarle las cachas a mi mamá y sería. Era bueno pa las putas, ahí se gastaba la plata», comenta Cabrera, mientras detrás de él, al centro de la muralla, un antiguo cuadro de sus padres, indescifrable si es pintura o fotografía, resiste en tonos verdes óxido el embate del tiempo.

El contacto con su madre nunca fue el mismo. Con el pasar de los años se extinguió, y su relación tuvo punto final en 2020, cuando Mercedes muere producto de un cáncer de colon. «Cuando le avisaron por teléfono que su mamá había muerto, Víctor Cabrera respondió: “Ah, ya po, ahora está descansando”. Luego cortó la llamada y continuó con lo que estaba haciendo, sin derramar una sola lágrima. Ese mismo día comenzó a beber alcohol y no paró hasta que su mamá fue enterrada», escribe Valero en su texto.

Segunda fisura

Tras la rotura del mecanismo familiar de «Pititore», se desencadenaron una serie de eventos que fueron claves en su vida: llegó hasta cuarto básico, trabajó haciendo aseo en las casas pitucas de la zona y también cuidó a los hijos de una vecina cercana. Pero los setentas encontraron a un adolescente Víctor, flaco y melenudo, pantalón pata de elefante, con collar de conchitas al cuello y morral al hombro, imbuido, sin querer, en los aires de cambio que perfumaban el país por esa época.

En una votación popular por el centenario de San Luis de Quillota, la tribuna donde confluyen los hinchas lleva su nombre.

Juntándose en la plaza de La Calera, los hippies de la ciudad pasaban las tardes, entre el humo de marihuana y volátiles risotadas pueriles, escapando de las lumas de los pacos que los acechaban de vez en cuando. Víctor se unía a ellos, disfrutaba de esa compañía y de la posibilidad de vivenciar experiencias nuevas. Una de ellas, recuerda, fue subirse al tren de la libertad, aquella locomotora que recorría Chile con la roja esperanza de Salvador Allende en el poder. «Éramos del tren para ir a Santiago, a lo de Allende, en los trenes que pasaban gratis. Y yo chico iba a Santiago a huevear, porque la hueá era gratis. Allá el hueveo, la gritadera, iban las medias minas también», rememora entre risas Pititore.

Siempre se ha especulado, a veces con malicia, otras con justo desconocimiento, que su apodo proviene de cuando fumaba pitos, pero Cabrera siempre lo desmiente, asegurando que su origen es de la época en que trabajaba limpiando hogares, cantando y silbando constantemente, por lo que le apodaron Cantatore, en referencia al jugador wanderino Vicente Cantatore, de moda en la época. Luego, por su tenor de pito, se trasformaría en Pititore Cantatore, mutando al sobrenombre por el que se le conoce por estos días. Sobre el consumo de marihuana no se refiere mucho, pero señala que «los cabros culiaos están alzados ahora, se les nota porque tienen la ñata como una verdadera ampolleta. Yo en los años que te digo del hippismo, existía pa’ puro fumar hierbita». Tal era la indisciplina de Cabrera que su padre decidió buscar una forma para que se enrielara, y consiguió, mediante favores, que su hijo cumpliera el servicio militar en plena dictadura.

Restauración

En sus años en la Escuela de Caballería Blindada de Quillota, se congració con sus compañeros y superiores debido a su atractivo encanto, la risa fácil y peluseo constante. De su paso por el servicio militar rescata el entrenamiento constante, que le ayudó a sacar cuerpo. «Esa hueá me hizo llegar a ser futbolista, porque hacía ejercicio y comía bien po, te sentiai bien también. Yo físicamente andaba un balazo», señala Cabrera, mientras acaricia a uno de los tres gatos que andan dando vueltas por su casa. Con los fines de semana libre, «Pititore» volvía a La Calera y disputaba cualquier partido que pudiese, parchando por varios equipos de las ligas locales. Es en este momento que lo descubre Eduardo «Punto» Silva, el ideólogo detrás del mítico equipo de San Luis de 1980.

«Quiso Dios hacer de un salvaje, un futbolista, y creó al “Pititore” Cabrera. Este nombre representa el ambiente y la herencia», escribió el mismo Eduardo Silva en su libro Fútbol y Punto (2001, Imprilaser), sobre quien fuera su protegido en la tienda canaria. Muchos destacan la relación entre el delantero y el técnico como cercana, bastante paternal a ratos; era el cariño auxiliar por el que le fue arrebatado tras la distancia materna en la capital, o los aciagos intentos de entablar afecto con el padre. Lo cierto es que el «Punto» Silva vio en Cabrera aptitudes necesarias para transformarse en el jugador que necesitaba. «Soy un agradecido, él me hizo gente, me hizo persona y me hizo famoso», comenta un poco afectado Cabrera.

Silva lo logró sacar del regimiento y se lo llevó a vivir a la sede del club, junto a otros noveles jugadores que fueron descubiertos en canchas amateur de la zona interior de la región. Tras un régimen alimenticio y de entrenamiento duros, y constantes retos respecto a su disciplina, «Pititore» se transformó en un vital elemento en el ascenso de 1980 a primera división. Miembro de un tridente ofensivo icónico, en conjunto a «Pato» Yáñez y «Pindinga» Muñoz, Cabrera se convirtió en el goleador del torneo. Pero no fue hasta el año siguiente, en la división de honor, donde su tradicional celebración se haría presente ante los hinchas y las cámaras. Rondat más mortal atrás con plancha, una voltereta atípica que encandilaba al público y que su origen se remonta a sus años en la piscina de la zona, donde practicaba piqueros en trampolín realizando cabriolas en el aire. Empezó a ser imitada en otras latitudes, dándose a conocer internacionalmente cuando Cabrera, con la camiseta alba, anotó en canchas charrúas por la Copa Libertadores de 1985.

Fisura eterna

Su carrera, de ahí en adelante, tuvo lugar en un derrotero de ciudades de nuestro país, con resultados dispares: Concepción, Copiapó (donde fue goleador de Primera División con Regional Atacama en 1984), Santiago, Viña del Mar, La Serena, La Calera y Quintero fueron testigos de sus conquistas y acrobacias, pero una extraña sombra siempre lo acompañó: la indisciplina. Noche, juerga, copete y mujeres era el mote que le tiraban al «Pititore». «Ni tanto, era más cartel por ser goleador. Antes los periodistas, como no tenían tema y como yo era goleador, me hacían cagar, en vez de ayudarme me cagaban, pero a la vez yo los cagaba porque hacía goles, goles, goles y los culiaos quedaban callados. Por esa hueá es el respeto que tiene uno», lanza sin miramientos.

En el mismo recinto donde brilló, forma nuevos jugadores del canario.

«Déjate de huevear voh», le dice a uno de sus gatos que se está subiendo a un pequeño altar que hay frente a la ventana del living. Sobre él, muchas velas de colores rodean la figura de la virgen María. En una nota del mítico Zoom Deportivo de TVN, del año ‘85, se puede ver a «Pititore» en un rincón del camarín de Colo-Colo, arrodillado, prendiéndole velitas a una pequeña escultura de la Virgen, mientras la voz de Carlos Pinto narra la escena. «Hasta el día de hoy soy creyente, soy un tipo muy agradecido de la virgencita, yo creo mucho en ella. Han pasado cosas juleras, pero ella siempre ha estado», dice mientras se acerca al altar.

Debajo de las imágenes religiosas, cuelga un antiguo cartel de campaña, del que fuera el eterno alcalde de Quillota desde el retorno de la democracia, Luis Mella. Tras su retiro, en 1993, Cabrera tuvo muchos trabajos informales, hasta que recibió la invitación del exjefe comunal, en conjunto a otros jugadores canarios retirados, de hacer clases en la Escuela Municipal de Fútbol Infantil, trabajo que mantiene hasta el día de hoy. Cabrera me dice «pone en tu entrevista “Pititore Cabrera: veintisiete años trabajando por la Municipalidad de Quillota y nunca ningún problema”. Aaaah, ¿está bueno o no?».

Hay algunas estatuas que deben conservarse, dicen los expertos. Otras, debiesen demolerse por la violencia simbólica que acarrean. Lo cierto es que la escultura que hace «Pititore», llena de fisuras y remendada asiduamente, debiese desquebrajarse por completo, ya que debajo de ella hay carne viva que quiere salir. Sangre en barro que no debe empaquetarse por la buena crianza de unos o lo políticamente correcto de otros. «Pititore» sigue siendo el mismo desgarbado joven calerano de años atrás, cuya mente está constantemente corriendo detrás de la pelota. Hoy, una grada del Estadio Municipal Lucio Fariña Fernández lleva su nombre, y se puede ver a Cabrera asistiendo a los partidos de local de San Luis. «Yo voy siempre al estadio, es una sensación bonita, se olvida de tantas cosas uno, que es un momento que estay preocupado de San Luis no más, no tomando caldo cabeza viendo tele», cierra el eterno goleador canario.

(*) Fotos de Kika Francisca González.

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