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Reseñas

La escritura como un machete

Carolina María de Jesús y su Cuarto de desechos. Diario de una favelada & Cuarto de ladrillos (Libros del Cardo).

Por Teodora Inostroza

Para comenzar a escribir sobre Cuarto de desechos. Diario de una favelada & Cuarto de ladrillos (Libros del Cardo), voy a alejarme de la obviedad y no diré que es una obra conmovedora ni que es escritura desde el margen. Porque es mucho más complejo que eso. Carolina María de Jesús, que con su delicada y finita comprensión del mundo nos enseña cómo funcionan las cosas realmente, que la pobreza existe porque los ricos la han inventado y que ellos mismos se han encargado de reducir la existencia de los seres humanos de tercera categoría a un cuarto de basura, en donde no sólo hay humanos, también hay ratas, pulgas y todo lo que, quienes viven en casas de ladrillos, ya no van a usar.

Entonces, los relatos de esta mujer que va por las calles de Brasil recogiendo basura para poder sobrevivir al día y que escribe en sus tiempos libres, te dejan con el alma colgando de un hilito. Te convida un pedazo de favela; las peleas, los gritos, el hambre, la muerte de los niños recién nacidos y cómo el alcohol puede contra los favelados. Aunque también muestra fiesta, comparsa y su sueño de escribir un libro, que es imperecedero.

«Seguí pensando: a quien escribe le gustan las cosas bonitas. Yo sólo encuentro tristeza y lamentos».

Carolina María de Jesús tiene una escala de valores muy marcada, casi inamovible. Lo que puede parecer extraordinario para quienes habitamos ciertos rincones del margen, pues, sabemos que al recibir tanta violencia se vuelve casi imposible no terminar convertido en victimario. La templanza como mecanismo de defensa y la escritura como arma la mantuvieron todo el tiempo de pie, aunque tantas veces sintiera ganas de morir.

Es que siempre logra encontrarle un sentido a la violencia, alguna lectura religiosa, alguna explicación razonable y disipa esa energía con su propio machete: el diario de vida. Así, contra todo lo que podríamos esperar, rompe el círculo de violencia, engranaje principal para que los cuartos de desechos nunca desaparezcan.

«No les tengo miedo. Es necesario escribir y decir solo la verdad».

En este ir y venir de explicaciones y razones, nos tropezamos con sus preguntas sobre el mundo, reflexiones sencillas pero cargadas de sensibilidad: «¿Dios sabe que existen las favelas?», «Hay tantas cosas para comer, pero es necesario tener dinero para comprarlas. ¿Quién inventó el dinero?», «Es el día de la abolición (…) Y así es como el día 13 de mayo de 1958 yo luchaba contra la esclavitud actual: ¡el hambre!», «Cuando hago cuatro platos pienso que soy alguien», «Cuando no tengo nada que comer envidio a los animales», «El mareo del hambre es peor que el del alcohol», «Necesito ser tolerante con mis hijos, ellos no tienen la culpa de estar en este mundo». Para Carolina, que una carnicería bote la comida que sobra y esta sea rociada con creolina para que los pobres no puedan ir a buscarla resulta obra perversa de un mundo dominado por los blancos y el capitalismo.

«El mundo de las aves debe ser mejor que el de los favelados».

Su sinceridad es brutal. Escribe las miserias del pueblo de manera poética e intuitiva. Cada entrada de su diario tiene pequeños diálogos que te sitúan en la escena, siempre son dos enunciados perfectamente elegidos. Termina los párrafos con frases que quedan grabadas en la cabeza. Como si tuviera la fórmula perfecta para engancharte a ella. El arte de escribir un diario dispuesto a la publicación, sin miedo.

«Me doy cuenta de que si este diario se publica va a disgustar a mucha gente».

Es que pareciera que las cosas nunca han estado del todo bien. El diario, en el que escribió durante los años sesenta, dice que los precios solo suben y que es imposible criar tres hijos siendo madre soltera. Es por eso que me niego a decir que todo tiempo pasado fue mejor. Tal vez siempre fue igual. Solo que el cuarto de basura está al final del camino y no todos han sido capaces de verlo.

«Murió un niño aquí en la favela. Tenía dos meses. Si hubiera vivido, iba a pasar hambre».

Lo importante es que Carolina obtiene reconocimiento en vida y su sueño de dejar el rancho para vivir en una «CASA DE LADRILLOS» se hace realidad. Y a pesar de que su obra está muy lejos de ser porno-miseria, en la época sí tuvo algo de extractivismo. Muchos quisieron sacar provecho, entre ellos, la gente de la academia que, históricamente, ha tenido morbo con la pobreza. Y la traían de universidad en universidad como objeto de estudio. ¿Síntoma de época? Los primeros hippies y las feministas de la segunda ola (perdón si aquí me pongo sociológica). Incluso hay un relato donde cuenta que en una charla gritaron: «¡Esta facultad, que ya liberó a los esclavos, precisa liberar a los favelados!». Nosotros muy bien sabemos que la esclavitud no terminó… Y las favelas tampoco.

Mientras un periodista realiza un reportaje de las favelas conoce a Carolina, y ella le muestra sus diarios, y el periodista los edita para su publicación. Y fue criticado porque el énfasis quedó en el tema del hambre.

Después de haber vivido en la «oficina del infierno», comienza su búsqueda de tranquilidad lejos de la favela, pero su anhelo se ve turbado por la envidia, la gente que quiere sacar provecho de su situación y la cantidad de trabajo que se le viene encima luego de publicar su libro. A ratos nos dice estar soñando con este nuevo y desconocido mundo, que ella es hierro bañado en oro y que en cualquier momento vuelve a ser únicamente de hierro. Da la impresión de que la calle no se sale de uno, que se lleva consigo para donde vayas y que por más que quieras, las personas siempre harán una distinción. Esa regla tácita (que perdura hasta hoy), se la hacía notar la gente blanqueada de vez en cuando: el pequeño recordatorio de que su vida era color negro favela.

«La época del sufrimiento deja cicatrices en la mente».

Sé que hasta el momento el tono ha sido un poco pesimista y la verdad es que me ha costado encontrar consuelo luego de leer tanta fractura. Ya dije, el alma colgando de un hilito. Además, si Carolina María de Jesús logró encontrar un lugar cómodo que habitar en el mundo fue por su propia fuerza y decisión, con su cuerpo, sus palabras. Ella y sus valores inamovibles. Ella, con sus tres hijos colgando del brazo. Ella y su machete contra la vida: la escritura de un diario sobre el cuarto de desechos donde promete decir nada más que la verdad.

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