El traductor y escritor Rodrigo Olavarría traza la línea entre Violeta Parra y Pablo Chill-E en su nuevo libro Apuntes sobre identidad de clase y canción chilena (Aguaderramada, 2023).
Por Diego Armijo
«Ahora no me quiere nadie»
La imagen que sirve de portada para Apuntes sobre identidad de clase y canción chilena es una pintura de Fernando Peñaloza, artista y habitante de Puente Alto. La obra en específico es un retrato velado —hay postura, ropa y joyas de referencias, no así un rostro— de Pablo Chill-E, referente del género urbano nacional, también de Puente Alto.
En el ensayo se hace referencia a una escena del videoclip de «Jaguar», canción del trapero que hace referencia a la repercusión mediática posterior a su detención por eludir a un vehículo en la comuna de Vitacura.
Rodrigo Olavarría escribe:
«Pablo y sus amigos visitan una exposición en la Galería Patricia Ready de Vitacura, la misma comuna donde fue detenido. Es en los muros de esta galería sostenida durante la pandemia con fondos estatales que vemos una serie de pinturas del artista Fernando Peñaloza, precisamente retratos de gente de Puente Alto, como Pablo y la Shishigang».
Olavarría, autor del poemario La noche migratoria (Autoedición, 2005) y las novelas Alameda tras las rejas (La calabaza del diablo, 2010) y Cuaderno esclavo (Hueders, 2017), se sirve de estas imágenes para posicionar a Pablo Chill-E en una continuidad dentro de la historia de la canción chilena referida a identidad de clase. De ahí también el título del ensayo. Para el autor, el hito que significa la exposición de esas obras en un espacio como aquella galería remiten tanto al «triunfo de un movimiento musical y social; también como la constatación de que sus vidas y su belleza pueden ocupar los muros de una galería de arte». También, agrega, la importancia que observa es la de apropiación de su propia historia y retrato de esta.
—¿Qué te hace pensar en una representación de clase en Pablo Chill-E? ¿Ves otros ejemplos en la música urbana?
—Pablo Chill-E es muy joven, pero cuando tenía 16 años empezó a subir temas a SoundCloud con un flow de rap más antiguo, el flow chileno clásico de rap. Como en el que está Anita Tijoux y que en el principio tenía Ceaese antes de meterse a hacer trap. En esa época la temática de Pablo era más narrativa, entonces tendía a hacer declaraciones de clase mucho más constantemente. Pero, en un punto, estoy seguro de que él tomó conciencia del lugar que estaba ocupando y empezó a hacer declaraciones expresas, cuando habla de identidades territoriales como ser de Pedro Aguirre Cerda o de Puente Alto. Ahora él básicamente encarna Puente Alto, eso es bien impresionante.
«Puro corte ‘e Puente Alto, mano arriba esto e’ un asalto
Puro corte La Pintana, no no’ juntamo’ con rana
Corte Pedro Aguirre Cerda, no’ disparan en la pierna
Papi, esto no e’ Providencia, necesitan asistencia»
—«Comunas» / Pablo Chill-E
—Por otro lado Young Cister hace lo mismo con Conchalí. También en sus letras hay una cierta raigambre local o tal vez está marcando por cómo se mueve por la ciudad. Hay otro que se llama Easykid que tiene chicas en distintos lugares de la ciudad, hasta en Las Condes. Habla de cómo se mueve por la ciudad en sus romerías románticas. Lo mismo Poison Kid que es de Antofagasta; el Gale Gale, que se murió hace poco. Lo veo en varios de ellos. Hay otros que, claro, son bravuconadas de maleanteo, más que declaraciones de clase. Pero creo que incluso en las bravuconadas de maleante se pueden encontrar esos rasgos.
«En mi corazón hay un revólver»
Fue durante la Furia del libro del mes de junio en donde, exhibido como novedad, se vendió por primera vez el libro de Olavarría. Hasta el momento no se han hecho lanzamientos. Con la editorial planean realizar una actividad tanto en Santiago como en Valparaíso. El autor comenta que el libro ha sido bien recibido. En la Furia vendió una buena cantidad de ejemplares, lo que sorprendió a la editorial.
—Las personas que lo han leído me han hecho comentarios muy buenos, en la medida de que es una combinación bien libre de reflexión musicológica, pero también con una mirada que incluye otras artes como la literatura, el cine y la lingüística. También el hecho de haber incluido críticamente la producción de trap reciente como parte de la música canónica chilena. Es un tratamiento que es la primera vez que se le da.
—¿Cómo terminaste en Aguaderramada?
—Un día conversando con el editor le conté que mi ensayo había excedido por lejos lo que podía caber en una revista. Él me dijo: «nosotros estamos iniciando una editorial en el ARCOS». La invitación vino de inmediato. Así se dio, muy fluidamente.
—En el colofón se dice que estabas escribiendo la parte que es sobre Los Prisioneros hasta antes del estallido social, pero la escritura se detuvo. ¿Qué pasó con tu escritura desde ese momento? ¿Cambió?
—Cambió, totalmente. No hubiese cambiado demasiado, creo, pero se aclararon un par de cosas. Me gusta la pregunta que hiciste de hecho. La revista para la que me pidieron el texto era una plataforma que iba a tratarse sobre videoclips chilenos. Entonces me pidieron escribir sobre un videoclip que yo amara. Pensé en dos cosas, en el de De Kiruza y en el de «Maldito sudaca», porque los dos tienen mucha tela para cortar. Elegí el de Los Prisioneros. Empecé a escribir y al mismo tiempo tomé algunas notas sobre el video de De Kiruza. En eso, estallido social. Durante todo el estallido para mí fue muy difícil trabajar. Diría que casi no trabajé en nada. Solamente estuve metido en un colectivo desde el que pedimos plata para comprar insumos médicos para las brigadas de salud que se autoconvocaron. También ayudando en unas ollas comunes que se instalaron en distintos lugares. Como la vida cambió, las prioridades cambiaron totalmente. Veía en redes sociales que el tratamiento se volvía un tratamiento de clase. La reflexión, sobre todo, de lo que estaba pasando con el estallido. Aparecieron muchas expresiones que no se escuchaban tanto, como «resentidos». También una radicalización del sentimiento anti cuico.
«Nunca le robes a la gente de tu vecindario
Si tienen que hacer mal, que sea mal necesario»
—«My blood» / Polimá Westcoast – Pablo Chill-E
—La idea de los privilegios. Me acuerdo de una foto que era increíble. Había unos pacos alineados frente a un local en Providencia que se llama Privilege. Los pacos defendiendo los privilegios, era demasiado transparente todo. Creo que esa idea se me volvió súper evidente: el marcado contenido de clase de las canciones chilenas. Entonces, dije, cagó la revista de mis amigos, pero eso no quiere decir que no pueda escribir algo. Se los comenté a algunos amigos, que son editores de revistas, proponiéndoselos. Pero a medida de que iba seduciendo mi texto iba creciendo. Ya no cabía en una revista. También se iba volviendo más personal.
—¿Cuándo fue que retomaste la escritura?
—Durante el 2020. La pandemia fue para mí un periodo muy loco. Todo se redujo al mínimo y pude dedicarme a las cosas más esotéricas que me ocupan. Cuando digo esotérico no me refiero al new age. Me refiero a cosas más cuáticas. Entonces, por ejemplo, me puse a estudiar profundamente la bachata. Me compré unas cartulinas y tenía unos árboles genealógicos de la bachata. Ya era una obsesión. Quería escribir algo sobre esto también.
—¿Pasó algo con eso?
—Fuera de un par de conversaciones donde debí verme como el tipo demente del meme que está tratando de explicar algo en un pizarrón, fuera de un par de conversaciones de ese tipo no llegué a escribir nada. Pero igual es algo que tengo en carpeta.
«Maldigo cualquier emblema»
El canon que articula Olavarría en sus Apuntes empieza con Violeta Parra y continua con Víctor Jara, De Kiruza, Los Prisioneros, Tiro de Gracia, para finalizar con Pablo Chill-E.
—Pones en la misma balanza a Víctor Jara con De Kiruza o Pablo Chill-E ¿Pensaste que había un riesgo en poner en la misma continuidad estos referentes?
—Sí lo considero algo riesgoso en la medida en que muchos de estos exponentes son artistas pop y solamente artistas pop y como que no tienen una voluntad de crear obra o de representar a una clase o a una identidad cualquiera. No tengo idea de qué pensará Jordan 23. Al mismo tiempo ellos crean un producto de sí mismos. Ocupan su lenguaje, su forma de vestir como un producto y es parte de lo que venden como tal. Me tuve que preguntar de cómo eso ocurría también en otros momentos de la música chilena. Vi cómo Víctor Jara empieza a usar el poncho como parte de su propuesta artística. Tanto él como Violeta Parra cuando se subían a un escenario y se ponían un poncho estaban haciendo una declaración artística. Estaban, también comoditizando, cosificando un poco su identidad para poder expresarla fácilmente a través de esta representación escénica. De ese modo veo también ese paralelo como una conciencia.
Por ejemplo, Violeta Parra al presentarse en Ginebra o en París, obviamente acentuaba sus rasgos identitarios en su ropa. Luego, no veo mayor problema en trazar este canon. Ahora, hay cosas que me gustaría haber tratado en el ensayo, porque los símiles, no diría de Pablo Chill-E, pero sí de muchos artistas urbanos contemporáneos, en los años sesenta no son Víctor Jara o Violeta Parra, son Cecilia, Buddy Richards y músicos de la nueva ola que estaban tomando un género foráneo y lo estaban presentando empaquetado a la chilena. Es un poco lo que hace la música urbana. Aunque para mí la música urbana chilena tiene rasgos identitarios que la hacen propiamente chilena. Melódicamente, líricamente, incluso diría anímicamente.
—¿Anímicamente?
—Sí. Para mí es cosa de escuchar la distinta vibra que tiene cualquier artista urbano de trap, rap o de reguetón de Latinoamérica, comparado con los chilenos. Los chilenos tienen una lírica melancólica. Melódicamente son medio tristones. Hay una tristeza que es evidente para mí. Creo que acá podríamos citar a Raúl Ruiz que dice «los chilenos somos eminentemente tristes».
—¿Qué canciones o artistas hubieran complementado el ensayo?
—Si el enfoque hubiera sido más amplio me hubiese gustado hablar de Cecilia, por ejemplo. Los Jaivas me parecen algo interesante, por cómo se plantean. Los Jaivas son, imagino, hijos de profesionales de Viña del Mar. Son otro tipo de persona. Su acercamiento a la música popular es distinto. Pero ellos venían de ser una banda que tocaba salsa, merengue, chachachá, cosas así, mucho antes de convertirse en Los Jaivas. Luego, me habría gustado echarle un ojo a los representantes de lo que se llama canción cebolla, como boleros, boleros de puerto, por ejemplo. También he pensado en la música ranchera del sur de Chile. Pensaba que todos esos temas que quedan en carpeta podrían funcionar en una versión ampliada.
—¿Pablo Chill-E se habrá enterado de este ensayo?
—No sé. Pero tengo un contacto para hacerle llegar una copia. Sería interesante ver qué pasa.
(*) Ilustración de Vladimir Morgado.
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