Silvana González y su primer libro en prosa: La Pérgola.
Sin duda alguna, una escritora revelación es Silvana González (Limache, 1995), quien luego de ganar el premio Roberto Bolaño y publicar su primer libro Humedad (Provincianos Editores), nos sorprende con un nuevo lanzamiento de su primer libro en prosa, La Pérgola (Editorial Aparte). Es por eso que nos acercamos a conversar con ella para conocer de qué va su nueva obra, hablar de esta narrativa no exenta de poesía, su relación con la escritura y también con el arte.
La Pérgola es una obra, que, a pesar de ser una novela corta, tiene mucho peso. Te invita a pasear por Valparaíso, desde una mirada introspectiva. Un mapa más íntimo, desde lo más pequeño. Nos entrega un análisis de la ciudad construida por el trabajo y las personas que habitan el espacio. Una ciudad donde los objetos se convierten en parte importante para trazar la línea de este mapa.
–Se te conoce como poeta, este es tu primer libro en prosa. Cuéntanos cómo fue este salto de una cosa a la otra.
–Sí, claro, se conoce más mi trabajo en poesía porque salió a la luz antes, pero siempre he escrito un poco de ambas. Creo que la poesía fue un lenguaje un poco más cómodo quizás, que se me dio de manera más natural para Humedad que fue lo primero que salió, pero en paralelo igual estaba escribiendo La Pérgola. En algún punto yo creo que se alimentaron el uno con el otro. Y, nada, creo que también en la prosa, igual resultó ser una prosa súper poética.
–La palabra que usaría para definirla sería: envolvente.
–Hablaba igual el Rolo, el gestor principal del libro, que era prosa (llegamos a ese consenso), pero tiene ese ritmo lento. A mí misma incluso me costaba leer mi propio libro, me costó en los procesos de postedición leerlo de una sola pasada. Tenía que ir leyéndolo de a poco porque no es una lectura liviana, muy narrativa, tiene harto de esa carga poética encima. No se destila mucho de mi trabajo poético finalmente.
Por la velocidad de la micro los objetos se transforman en líneas de colores degradándose en la bajada del cerro. Una vez abajo el cerro la micro zigzaguea de forma casi letal paralela a la eternidad del mar. En la esquina de una caleta, en su podio, una estatua de San Pedro se asoma con su manto galardonado por manchas de gaviotas y redes de pesca decrépitas.
Fragmento
–¿Hace cuánto tiempo comenzaste a trabajar en La Pérgola?
–La idea, no sé, fue en paralelo a Humedad. En el LET [Laboratorio de Escritura Territorial en BAJ Valpo] escribí un texto que tenía que ver con la pérgola, ahí nació quizás el primer esbozo de lo que vendría siendo como esa historia, pero igual ya lo venía trabajando en poesía. Pero finalmente ese texto fue consagratorio, así como esto funciona, en verdad, esto de escribir sobre el trabajo es algo más inusual dentro del medio. No sé, no he visto mucha literatura al respecto, ni de trabajo ni menos de ese oficio y claro, ahí comenzó esa escritura, en el año 2019.
–Eres muy hábil con las palabras, para estructurar oraciones, ordenar las ideas; me da una sensación de madurez. ¿Desde cuándo te relacionas con la escritura?
–Venía trabajando la poesía desde el año 2018, más o menos, mis primeros trabajos. Y luego, a partir del LET surgió un trabajo ya más en prosa y comencé a dedicarme más a la elaboración de textos, desde esa fecha. También muy ayudada por estos talleres que comencé a tomar. Estuve en el de La Sebastiana, un taller de poesía investigativa que se hacía en la ex Concreto Azul, y nada, me metí a todo lo que pude ese año entre el intersticio 2018 y 2019, me metí a muchas cosas. Talleres informales, me metí a escribir en distintos formatos.
–Este texto tiene mucho de tu trabajo como artista visual, nos regala imágenes de estatuas, dibujos de flores, colores y texturas. ¿Sientes que ser artista visual influenció tu escritura o fue algo inconsciente?
–Sí, respecto a eso, todo el libro es una carga pesadísima de datos visuales, porque dentro de todo lo que más desarrollé estudiando la carrera fue la observación. Cuando uno se enfrenta al plano visual, siempre lo estás haciendo desde un aspecto compositivo. Cuando estamos en esa visualidad, en esa manera de ver las cosas, la mirada se vuelve súper obsesiva, súper detallista. A veces me han dicho que mi poesía es microscópica, muy pequeña, de detalles muy minuciosos.
–Silvana, sin embargo, quiere cambiar la ruta…
–Creo que La Pérgola no está exenta de esa intensidad por el detalle, es en sí una seguidilla de imágenes, como me pasa también en la poesía y que de hecho es algo que ya saturé y trato de hoy por hoy cambiar el rumbo hacia otro lado. Pero claro, esa mirada visual está presente en la observación detallada y obsesiva tanto en los objetos y creo que eso se desarrolla todo el rato en La Pérgola, fijarse en cómo los objetos inertes interactúan en un cotidiano, en una escena, más que los personajes en sí.
Es fácil traducir las flores a pequeñas manchas de tintas de lápiz, vueltas acuosas de todas formas, porque el entorno de la mesa es húmedo. La comanda robada para mi boceto, arrugada por el agua, realza en sus pliegues la marcada línea central que he aprendido a realizar antecediendo a cualquier otro trazo, ordenando en ese grosor los siguientes objetos que serán puestos.
Fragmento
–Así como escribes influenciada por tu «yo artista visual», ¿crees que tus obras de artista visual tienen influencia de tu escritura?
–Yo en sí, como artista visual, no ejerzo. Yo estudié arte y haber estudiado arte me mató el duende creativo. Hoy por hoy me dedico a la cerámica como una cosa para salir de la informalidad del trabajo. Solamente me estoy dedicando a escribir.
–Hay un orden muy placentero en la estructura de La Pérgola. Eso me hizo pensar en tu proceso creativo. ¿Piensas mucho en la forma que le quieres dar al texto o eres más de dejarte llevar?
–Ahí hay dos cosas, está el orden que uno ejerce al momento de escribir y hay un orden que viene posterior para la publicación, ahí también hay un trabajo de editorial que hice con el Gaspar Peñaloza, en el cual yo también presenté un trabajo, un material y ahí uno comienza a pimponear ese material para ajustarlo, cambiar los ritmos. Eso que tú nombras son los dos ritmos que existen en este trabajo, un ritmo muy detallado, muy lento, muy contemplativo, y otro ritmo que es muy suelto, que es cuando la prosa agarra narratividad. Que es cuando surgen los personajes, surge el momento de «tensión», cuando pasa algo en el fondo, porque hay muchos tramos donde nada pasa y es meramente contemplativo. Porque todo el inicio, por ejemplo, es la mirada de un viaje en micro y es eso nada más. El trabajo de edición fue encontrarle lugar para que esos dos ritmos fuesen calzando y no se fuesen agotando.
En un mesón hinchado por el agua acumulada se vierte de golpe el contenido de la bolsa, sale rodando un delantal previamente enrollado, los pinches, las calugas sueltas. El delantal tiene cosida unas flores que al igual que el resto de la tela están verdosas.
Fragmento
–Para cerrar: ¿hay algo que te gustaría agregar que no se haya dicho sobre el libro La Pérgola?
–Hay varios personajes que son ficción y otros que igual existieron y uno de ellos, real, falleció. Entonces, igual para mí es un poco homenajear a esa persona, que solamente queda en una memoria colectiva. Son como esas personas que, en el fondo, cuando tú los observas se vuelven personajes por la repetición e incidencia que tienen en el cotidiano.
Y cuando fallecen estas personas, como son personajes de la calle, son «un estorbo para la sociedad», un poco quedan ahí. Y para mí, haber escrito sobre esa persona igual fue, en cierta manera, que no muera esa cotidianidad que existió. Porque esa cotidianeidad fue reforzada por esta imagen de este personaje que ya existe, pero si existió para mí, existió para otras personas y así como existió él, existen muchos más. Me gusta llamarle personas que reafirman el cotidiano. Si ya no están, no es lo mismo.
–Este personaje era el que vivía en Playa Ancha y cuidaba los autos, ¿verdad?
–No quería especificar quién era, quería hablar en general. Claro, era este personaje. Incluso yo tuve problemas con esta persona. Todos tuvimos problemas con esa persona, porque en el fondo tenía este carácter entre que era un vecino y no, muchas veces había situaciones violentas. Era a veces una molestia, era a veces un amigo, pero fuera lo que fuera, existía. Me dio nostalgia cuando murió.
RON CHICHA, CHICHA CON ROL AL SECO. Está caliente. Estoy frío. Voy a saludar. Me llamo Pedro, el discípulo. No ofendo. Yo tengo respeto. En la iglesia entro a dormir a las ocho. Me pasan dos sillas y me recuerdan a la escuela. Al mal tiempo buena cama. Escucho los gritos de amén. AMÉN.
FRAGMENTO
(*) Ilustración Vladimir Morgado.
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