El café de la república independiente tiene su propia línea editorial.
Por Silvana González
«Es Domingo y Valparaíso descansa tras otra semana de duro trabajo. Los estibadores que no están de turno duermen tras el almuerzo familiar, y muchos se preparan para ir al estadio. A las 17:00 horas, en Playa Ancha a unos quince minutos del centro de Valparaíso, Wanderers enfrentará al Colo-Colo. Y como siempre ocurre, el estadio estará abarrotado de porteños».
Así comienza uno de los libros que reposan en el estante encajado en lo que antes fuera una puerta. Junto a él se encuentran otros textos, todos marcados con el timbre rojo del Café República. Hoy también es domingo, son las 18.50 horas y en vez del Colo, Wanderers está jugando contra Iquique. 19:05 y llega mi café, grácilmente servido por Luis Barrientos, «Lucho» como le dicen todos los que ha entrado por la puerta. Sí, el local es pequeño, veinte metros cuadrados, me dice, cuando logré captar su cotizada atención. Pero eso mismo es lo que busca su clientela: calor y diálogo.
19:15. Siempre entendí este café como un punto en donde convergen la historia y la actualidad de esta calle. Las paredes están repletas de cuadros en blanco y negro y algunos a color. Tienen frases distintivas para los personajes que retratan, algunas mencionando el año de nacimiento, otras el oficio o incluso los méritos que aportan estos rostros encajonados en sus molduras negras. Es extraño ver a tantas personas distintas, sin ese background como me dijo una clienta santiaguina el otro día. Me cargó ese término, pero me acordé de él porque tiene que ver con el pasado.
«Partí con dieciséis, todos son de Playa Ancha. Estaba atraído por una estética que vi en España, la acumulación de cuadritos, los toreros, etc.» El tema era vincular la identidad con la cosa de República, Avenida Playa Ancha, las torpederas. Ese es el contexto. Luis en este gesto quería «destacar a la gente que vive en el territorio. Esta es su geografía humana». Espero que en ella jamás se introduzcan palabras de afuera para intentar recrear lo que es autóctono.
Entre los diversos rostros están Alberto Astudillo, un sastre que le hacía los trajes a su padre. El Sr. Juventino Buceta que aparece como un «Playanchino destacado». Oscar Valdebenito, el peluquero de la avenida. También la primera partera del año 1919, Domitila Retamales de Carrasco. Así se suman un relojero, un par de mujeres cantantes de boleros, dueñas de casa, un carnicero y el único que posee una frase agregada por Luis: «El reparador de sueños», Fernando Palacios, técnico electrónico. Le puso así porque cuando pequeño él le arreglaba sus radios y las devolvía a la vida. Esa magia, exclusiva de Playa Ancha, se siente dentro de cada personaje que le dio circularidad a los años de esta calle y de esta pared.
19:30 Aparte, en un rinconcito, está la «editorial del café». Los mártires Víctor Jara y Federico García Lorca entre otros, lo integran. Es como un sector VIP que no tiene que ver con el cerro sino con un «gusto progresista», como lo identifica su dueño. También se nos transparenta su orden, el trasponer inteligentemente los objetos. Como diseñador, también como docente de la Inacap y de la UPLA, se le nota esa mirada en todos lados.
20:00 Ya comí y ahora tengo fuerzas para abocarme a esos rostros que manifiestan cierto orgullo y en otros pocos, humildad. Estoy segura de que, algunos incluso, se han traído a sí mismos a esta pared, reclamado su propiedad de la zona. Tal ego también es necesario para poder llevar a cabo sus obras: me refiero a los escritores y escritoras de los libros que andan dando vueltas en el café.
20:14 Acierto. Sergio Badilla ha traído sus propios ejemplares de poesía. Según Luis, un poeta que venía a tomarse sus cafés y se ufanaba diciendo que era el poeta más nombrado en internet siendo, por lo tanto, el mejor. «Y usted no decía nada / Había que esperar el domingo para los versos». Justamente aparecen estas líneas de día domingo en Lobos del ártico.
20:15 Llegó una mesa después de la mía. Es la última. En atenderla son diez, en que se vayan pueden ser treinta. Luis conversa con todos, entonces a eso le sumamos cinco. Cuando termine de atender quiero preguntarle más cosas. Con su conversación distrae a las personas tal como lo hace un mago, entre risas apoyándose para retirar sigiloso las losas ya desocupadas.
20:20 Luis está poniendo sobre mi mesa algunos de los libros que le han traído: Escritos políticamente (in) correctos,deBernardo Subercaseaux, (Editorial Universitaria). Porlaquebrádelviento,deNilo Porvenir (Altazor). Barcelona,de Néstor Flores (Puerto de escape). De este último es el texto que abre esta crónica. Se trata de un robo de pinturas en el contexto de Valparaíso declarado patrimonio. Terroristas de la ETA y del FPMR entablan los diálogos del texto.
«–Eso ya está resuelto, hueón –concluyó Tucapel Briceño–. Está en el marcador del estadio. Van a saltar las maderas con los nombres de los equipos no más. Y no habrá muertos». El relato parte aquí y se traslada al cerro Alegre. El hombre que ya a esta hora ayuda a cerrar el café, es un ex compañero de colegio de Luis. Mientras come los panes que le ofrece su amigo dice que apostaría doble o sencillo a que cerro Alegre tiene la mejor vista de Valparaíso. También recuerda que este cerro se llama así por las Playas Anchas, los milicos necesitaban un lugar plano donde correr. Playa es la llanura y no la arena.
20:25. Encuentro solo unos versos en internet de Mariana Castro Pinilla, una de las poetas enmarcadas. Entre varias rimas irresponsables encuentro lo siguiente «Vida que ligera te pasas por mí/ te toco, te palpo/ siempre te siento venir». El retrato del poeta Claudio Fernández Lescure en la pared de al frente le contesta «Lo peor de todo/ Es que me hubiera gustado/ Haberlo imaginado y no vivido». El payista Carlos Muñoz se refiere a él mismo como el Diantre y canta despacito «Soy un cronista en el puerto/ muchos versos he difundi’o/ y mis raíces no he perdi’o/ aunque viva en el cemento». Si estuvieran todas esas voces tomándose un café estarían quizás bajo la canción del Gitano Rodríguez, quien también caminó por estas calles y se compró casa ahí en Ingeniero Mutilla, la más bonita, con los vidrios azules. «Yo no sabido nunca de su historia», pero, para quienes se han ido y vuelven, esta pared los mantiene fijos a esa inmensidad que es Playa Ancha. Luis cierra con las cifras: posee un tercio de la población. No quisieron nombrarla comuna, quedó como república, y, en esa lógica, este café vendría siendo el museo a escala de sus personajes y momentos.
(*) Fotografías de Kika Francisca González.
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