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Perfiles

Hernán Valdés (1934 – 1973 – 2023)

Memorialista del campo literario chileno y del campo de concentración Tejas Verdes de San Antonio, el escritor falleció en los meses anteriores a la conmemoración de los cincuenta años del golpe de Estado.

Por Diego Armijo

«—¿Por qué no volvió al país?

—A diferencia de otros, cuando se dio la posibilidad de volver, yo no tenía ninguna razón para hacerlo, nada que recuperar o reanudar en Chile, ni bienes, ni amores, ni trabajos».

Esto respondió Hernán Valdés (1934-2023) al ser consultado por María Teresa Cárdenas para la Revista de Libros en 2005. No extraña que esa sea su postura. En Chile vivió cuarenta años; el resto de su vida en el extranjero, primero como exiliado y luego ya como un habitante más de un país que ya no existía. ¿Para qué volver?

Participante activo en la generación del 50, compartió jarana y tragedias con Enrique Lihn, Jorge Teillier y Teófilo Cid, entre otros. Acodados en la mesa de un bar sus amigos poetas le hacían ver las astillas en su obra, a pesar de ser galardonado en alguna ocasión por sus poemas. Quizás por eso su carrera de escritor fue desviándose hacia las novelas. Es así que aparece Zoom. Indagación de objetos perdidos (Siglo XXI, 1971), en donde Valdés narra la vida de un joven chileno estudiando cine en Checoslovaquia, en donde desliza críticas hacia el régimen comunista. Pasado por el espacio de la ficción, el autor ocupa su propia experiencia para escribir esta obra, algo que desarrollaría más adelante.

La única reseña que hubo de este libro en la época fue escrita por Lihn. Valdés, en el prólogo de la reedición de este libro, confiesa: «Si no hubiera sido por eso, pienso ahora, quizá este libro no habría sido reescrito y reeditado». Ese tipo de suertes y espaldarazos serán algo que recorra buena parte de las historias de publicación y circulación de sus obras.

La portada de la primera edición española, de Tejas Verdes.

Aquí es donde chocamos con el golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Valdés, esto es repetido en toda entrevista y panegírico que se encuentre, era un hombre de izquierda, pero no militante. Este «pero» lo mantuvo un par de meses trabajando con cierta normalidad en medio del horror de la dictadura, aunque de todas maneras ya había iniciado los trámites para salir del país. El día 12 de febrero de 1974, por la tarde, una patrulla militar allana su hogar en la calle Victoria Subercaseaux, cercano al cerro Santa Lucía. Le preguntan por el paradero de Miguel Henríquez y Valdés responde que no lo conocía, esto, mientras su casa es desmantelada y entre revoloteo de papeles aparece una novela que ha estado escribiendo. Es la novela A partir del fin (Era, 1981) en donde se relatan los últimos días de la Unidad Popular y los primeros en dictadura. El allanamiento hace desparecer parte el manuscrito. Valdés, ya en el exilio reconstruye el texto y suma su experiencia como asilado en la embajada de Suecia.

«Nos hacen saltar a tierra y caemos unos sobre otros. Nos ponen en orden y nos hacen avanzar, al parecer en fila. Nos hacen entrar en algo, hay un peldaño que cruje. Es una construcción muy inestable, de madera, que al comienzo tomo por una vieja embarcación».

Este es el primer encuentro con el lugar de prisión que Valdés relata en Tejas Verdes (Diario de un campo de concentración en Chile) (Ariel, 1974). Luego del allanamiento a su hogar es llevado prisionero a un lugar innominado. Es poco a poco que reconoce el lugar, cuando al fin puede ir al baño y mirar su alrededor:

«Al frente está el río, y a un kilómetro y medio o dos, la desembocadura en el mar. Allí está el balneario de Santo Domingo. (…) Ahí están las casas de buena parte de la burguesía chilena, bordeando el río Maipo. (…) a cien o ciento cincuenta metros, el largo puente sobre el río Maipo. Nos admirábamos, precisamente, de la normalidad veraniega del lugar, de la conducta festiva de los propietarios que venían con sus familias a pasar el fin de semana, en tanto que el país era una carnicería».

Allí Valdés permanecerá desde el 13 de febrero hasta el 15 de marzo de 1974. Tejas Verdes es uno de los primeros testimonios de la tortura y prisión política en Chile que se publican en la época. El solo hecho de ser publicado es otro de esos «espaldarazos» que su autor recibió. Fue en España, con autorización del régimen fascista de Franco, a raíz de una represalia económica contra la dictadura chilena por un trato de la venta de unos caminos que no se concretó. Pedro Pablo Guerrero, al hablar de este libro y otros de Valdés, aclara que, si bien son construcciones literarias interesantes y testimonios claves, las obras no son perfectas, aún pasadas reediciones y correcciones. Es que Valdés mantuvo lo que explicita en el prólogo a una reedición de Tejas Verdes: «Mientras los ruidos de la ciudad vibraban tras los muros, me sometí a revivir la experiencia pasada, hora por hora, día por día, con horror y placer».

Para la conmemoración de los cuarenta años del golpe de Estado en La Tercera le preguntan a Valdés qué significa reeditar ese libro. Responde:

—Supongo que hay un par de generaciones que saben muy poco del golpe y la dictadura; y una que sabe de ello por referencias, sin interesarse por los detalles. Incluso sospecho que hay quienes consideran de mal gusto pensar que en Chile puede haber sucedido algo semejante.

La primera edición de Fantasmas literarios.

Otro importante libro de memorias de Valdés es Fantasmas literarios (Aguilar, 2005). Me detengo en sus viajes a Horcón, junto a Lihn y Luis Oyarzún. Aquí parte de la llegada a la caleta:

«Van apareciendo algunas casas pintadas de blanco y azul, en un recodo una capilla, en la playa los botes de los pescadores, una arena gruesa y rubia. Y ahora se añada el olor más intenso de algas y restos de pescados, una arena gruesa y rubia. Y ahora se añada el olor más intenso de algas y restos de pescados y mariscos en descomposición. Caras enrojecidas de pescadores y habitantes que nos saludan, vestidos miserablemente, sin nada que caracterice sus virtudes. Los chillidos de las gaviotas. Y tantos perros como habitantes».

Fantasmas literarios funciona como unas memorias, «una convocación» es su subtítulo, en donde aparecen las sombras de los contemporáneos de Valdés y los cuales son descritos de manera ácida, honesta y con el riesgo de que alguien se enoje. No importa. Así es como nos cuenta que Luis Oyarzún en uno de esos viajes a Horcón se sentía despechado por un joven cercano que se le distanciaba. El personaje termina lanzándose a los roqueríos y es cuidado por Oyarzún.

Otra escena regional sucede en la casa de Reñaca de la escritora Teresa Hamel, la cual Valdés describe de esta manera «Una casa que se eleva sobre las altas dunas recubiertas de docas y desde cuyas ventanas se contempla el mar en toda su extensión». Sobre la dueña del recinto, a Valdés parece haberla visualizado antes, comparándola con un aire de novela de siglo XIX. De Hamel dice: «una mujer de talla fina, rubia rizada, vivaz, de ojos risueños y provocadores, de carácter festivo e impulsivo, caprichosa». En el interior de aquella casa le relata el origen de su construcción. Fue por amor. Todo por el escritor cubano Alejo Carpentier, con quien recorrió las dunas que hoy han desaparecido, los bosques que han sido reemplazados por más casas y la playa que permanece y donde se bañaron. El tiempo pasó y el escritor nunca volvió. Valdés lo encuentra en Francia unos años después. En un viaje en taxi le dice que Teresa Hamel siempre le recuerda. En Carpentier ya no queda nada.

(*) Ilustración de Vladimir Morgado.

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