Desde la ley y su necesario conocimiento, la experiencia de AguaRosa Lab, en manos de Natalia Berbelagua, y la experiencia trasandina de Cynthia Rimsky, los derechos de autor se desglosan del papel a la práctica.
Por Macarena Müller
Al abordar este tema, debo ser honesta: no veo una, sino varias madejas de espesa lana que se abalanzan sobre mí. Y no uno, sino varios hilos de los cuales comenzar a tirar.
Veo la pasión al crear, el anhelo de la publicación soñada, el peso de la estructura legal que enfunda ese sueño y el complejo entramado laboral en el que un autor común y silvestre se adentra al abrir la caja de Pandora.
No es sólo la obra la que entra en juego, sino el reconocimiento público, y sobre todo monetario, del potencial autor.
Y es que debo partir por el sueño. ¿Se puede vivir de crear? ¿De la tinta que tiñe las páginas que durante años leímos una y otra vez sólo para nosotros mismos? El honor y su publicación dicen una cosa, pero el dinero detallado en la estructura legal, y por sobre todo la praxis, dicen otra.
Este es el ejercicio de una araña que, entre hilo e hilo, busca desentrañar algunas de las pesadas madejas que deja detrás. Hilvanemos.
Respecto al nudo legal, el derecho de autor es «aquel que adquieren los autores de obras literarias, artísticas o científicas por el sólo hecho de su creación». Es uno de los derechos fundamentales que protege el trabajo de los artistas y creadores.
La Ley 17.336 sobre la Propiedad Intelectualrepresenta la regulación principal del mismo, complementada por leyes especiales y tratados internacionales. Esta ley expresa que son dignos de protección «los derechos que, por el sólo hecho de la creación de la obra, adquieren los autores de obras de la inteligencia en los dominios literarios, artísticos y científicos, cualquiera que sea su forma de expresión, y los derechos conexos que ella determina.» Así, también establece que «el derecho de autor comprende los derechos patrimonial y moral, que protegen el aprovechamiento, la paternidad y la integridad de la obra».
Ya sólo esbozando el primer artículo podemos encontrar que el derecho de autor no protege las ideas, sino la expresión específica y concreta de las mismas, y la dicotomía fundamental que sustenta este derecho es su desglose en atributo moral y otro patrimonial; uno ligado al honor, por así decirlo, y otro ligado a lo monetario, el sustento.
Los derechos morales son derechos irrenunciables e intransferibles que siempre pertenecen al autor y le entregan dos facultades: el derecho de paternidad, que le otorga al autor la facultad de exigir que siempre se asocie su nombre a su obra, y el derecho de integridad, que faculta al autor para exigir que su obra no se modifique sin su permiso.
El derecho patrimonial de autor es el derecho a la utilidad económica de la obra, que entrega al titular la facultad de realizar todo tipo de contratos y acciones sobre la misma como, por ejemplo, utilizar directa y personalmente la obra (publicarla, reproducirla, adaptarla, ejecutarla y/o distribuirla), transferir, total o parcialmente, sus derechos sobre la obra (cederla), autorizar la utilización de la obra por terceros, etc.
El derecho patrimonial, a diferencia del derecho moral, sí se puede ceder, por lo mismo puede no pertenecer al autor y tiene un plazo de duración, después del cual deja de existir. Si cualquier otra persona quisiera usar la obra, la regla general es que debe pedirle permiso al titular de los derechos patrimoniales de autor. Este permiso toma forma en una autorización o licencia.
Estos conceptos, básicos en el entramado legal, son cosas que toda persona que quiera vivir de su creación debiera conocer. Ahora, la materia que busco desenmarañar se entrelaza con ellos, pero no sólo en la densidad de las reglas, sino en la práctica. Aterrizando el arte de la creación en el cotidiano, uno de los eventos más reconocibles sería el acto de crear un escrito, un libro. De este escrito emana el honor asociado a la autoría (el derecho moral) y la búsqueda de publicarlo y comercializarlo (derecho patrimonial). Es entonces cuando el espejismo de la ley estalla en la experiencia.
Ligado al derecho patrimonial, uno de los contratos más comunes para poder comercializar la obra escrita es el del contrato de edición. La ley al respecto expresa que «por el contrato de edición el titular del derecho de autor entrega o promete entregar una obra al editor y este se obliga a publicarla, a su costa y en su propio beneficio, mediante su impresión gráfica y distribución, y a pagar una remuneración al autor».
En cuanto a la remuneración que menciona, la ley expresa que:
Cuando la remuneración convenida consista en una participación sobre el producto de la venta, esta no podrá ser inferior al 10% del precio de venta al público de cada ejemplar. En tal caso, el editor deberá rendir cuenta al titular del derecho por lo menos una vez al año, mediante una liquidación completa y documentada en que se mencione el número de ejemplares impresos, el de ejemplares vendidos, el saldo existente en bodegas, librerías, depósito o en consignación, el número de ejemplares destruidos por caso fortuito o fuerza mayor y el monto de la participación pagada o debida al autor.
Si el editor no rindiere cuenta en la forma antes especificada, se presumirá vendida la totalidad de la edición y el autor tendrá derecho a exigir el pago del porcentaje correspondiente a dicho total.
El contrato de edición consiste en la piedra angular del escritor que busca la publicación y el rédito monetario de su obra. Es la puerta de entrada a difundir la obra en un modo más «oficial» y permite cumplir la materialidad de la creación en el objeto, el libro.
Siendo la puerta de entrada a este mundo, la relación de quienes escriben en torno a la edición y publicación de su libro está llena de dudas y experiencias contradictorias. Entre la espesa madeja de lo legal, crear para alimentarnos pareciera traducirse en reglas claras, pero la praxis muestra otra forma de hacer las cosas. Derechos y obligaciones, y distintas formas del quehacer, enrumban la otra cara de la telaraña a desentramar.
Así, la experiencia de quienes han transitado por estos mundos, crear, publicar, editar, dentro y fuera de las barreras nacionales, se hace un ejercicio importante y necesario.

«La literatura como un asunto social»
Natalia Berbelagua Pastene (1985), escritora chilena, es autora de los libros Valporno, La Bella Muerte, Domingo y Fíbula, entre otros. Es editora y fundadora de AguaRosa Lab. Su obra ha sido publicada en Italia, España y Reino Unido. Con gran disposición, decidió responder un par de preguntas y contarme sobre su experiencia como escritora pero, sobre todo, como editorial, detallando lo que fue publicar por primera vez, la autopublicación y lo que considera como la mayor justicia en el nudo editorial.
–Cuéntame de tu experiencia al comenzar a publicar. ¿Sientes que se respetaban los derechos de autor entonces?
–Partí con la escritura de un blog y, después de que alguien leyera algunas historias, me ofreció publicarlas. Estaba tan feliz por la noticia que me lancé a la aventura que significaba, sin tener idea de los derechos de autor ni de cómo funcionaba el sistema. Los derechos de autor siempre han sido algo escurridizo en Chile a nivel de la literatura independiente, ya que son en su mayoría microeditoriales que «desvisten un santo para vestir a otro». Cuando comencé a publicar, en términos económicos había menos fondos de publicación, entonces era todo bien amateur. Se suplía el pago del 10% de las ventas entregando ejemplares para que los vendieras por tu cuenta.
»Luego me hice editora de Libros Tadeys, editorial que formé con el escritor Ricardo Vivallo en 2015. Nos dimos cuenta de la falencia y ofrecimos el 25% de las ventas a los autores que publicamos de Chile, Argentina y México en ese entonces, todo esto al margen de los ejemplares de cortesía que les enviábamos. Apostamos por ir cambiando en algo el sistema. El 10% para el autor, como escritora, y hoy como editora, siempre me pareció una injusticia brutal para un trabajo que demora años en lograrse, en encontrar una voz, un tono, en elegir las palabras para que la obra resulte. La primera publicación de Tadeys fue Domingo, mi tercer libro. Entonces fue un trabajo totalmente distinto. Fue un tipo de autopublicación hecha con amigos, donde varios participamos de la experiencia.
»Creo que en Chile aún existe una inocencia en torno a que los autores nos sentimos felices de que nos publiquen, cuando hay platas de por medio que debieran ser transparentadas. Por varios años no recibí derechos de Valporno, que era un libro que no paraba de venderse, y tuve que romper con la editorial y con mis propios temores para recibir algo por eso. De todas maneras, la deuda fue saldada después de un asunto notarial. Una vez que eso pasó pude ver el macro de la situación y sentir que no estaba haciendo nada malo.
–¿Cuál sería el escenario más justo en los derechos de autor, como editorial?
–Lo que estoy intentando llevar a cabo con AguaRosa, que es ofrecer dos sistemas: el primero, por el que nosotros pagamos la edición y le entregamos al autor el 25% de las ventas; y el otro modelo, por el que el autor paga su edición y se lleva el 50% de los libros y el 60% de las ventas de la otra mitad de ejemplares. Nosotros nos quedamos con el 40%, que sirve para hacer otras publicaciones, pagar publicidad o hacer otras cosas. Esto permite que el gasto de inversión se supla rápidamente. Ponemos énfasis en otro tipo de lanzamientos, lo que permite que esa inversión del autor en su propia obra se salde en gran parte con sólo un evento. Es un modelo más dinámico.
»En cuanto a experiencia comparada, con Italia tuve una buena experiencia, fueron siempre muy formales en los pagos y los detalles; con España ha sido algo más irregular. Estas editoriales también son independientes, lo que habla de un fenómeno que se escapa de Chile, es algo global.
»Para mí, que he publicado con editoriales grandes y chicas y que, además, en estos últimos años he optado por la autopublicación, creo que el escenario más justo es hacer un análisis de lo que no funciona en el modelo editorial. Es un problema que el grupo reducido de lectores que hay en el país, con recursos limitados, sean los que tengan que optar económicamente por uno o por otro. Me parece importante entrar en otros escenarios. Hay que pensar en la literatura como un asunto social, no un producto elitista, donde no nos importa quién nos lea.
»Como consejo a los escritores que quieran publicar ahora en Chile, les diríaque no se compren lo de querer, por una parte, ser estrellas de la escritura, ni, por otro, querer desaparecer y al mismo tiempo acumular resentimiento por aquellos que son tomados por los medios. Que piensen en el libro no como un objeto, sino como una entidad. Experimentar con las formas, alejarse lo más posible del cliché y encontrar, en lo posible, alguien que se emocione desde el punto de vista editorial con su obra. Atender y participar del proceso completo. De la portada, de los derechos de autor, de hacer contratos. Los contratos no son malos; ganar plata con un libro, menos; hay que verlo como una retribución. Uno da algo al mundo y el mundo te da algo de vuelta.
«Discutir las condiciones materiales»
Cynthia Rimsky (1962, Chile) es una narradora y viajera indispensable, de ideales férreos que la han movilizado de un territorio a otro. Ha publicado los libros La novela de otro (2004), Los perplejos (2009), Ramal (2011) y Fui (2016), entre otros. Actualmente radicada en Argentina, ha contemplado de cerca el nudo de lo que es ser escritora y su consiguiente respaldo legal y práctico en ambos lados de la cordillera. En torno al nudo escritural, accede con gran disposición a responder mis preguntas.
–Como escritora, has tenido la experiencia de publicar tanto en Chile como en Argentina. ¿Cuál es la diferencia de publicar en un país y otro?
–En Argentina, las editoriales independientes con las que he publicado me han pagado el 10%. Sé que no todas lo hacen. Respecto a la accesibilidad, hay muchas editoriales distintas, con proyectos específicos, algunos a pequeña escala y autogestionados. Tengo la impresión –puedo estar equivocada– de que a este país todavía le queda una relación más fracturada y diversa con lo comercial. Por otro lado, cuenta con una tradición de editorxs que armaron catálogos no comerciales importantísimos. Hasta hoy existen editores y editoras que publican libros porque les gustan como lectoras y lectores, aunque no vayan a (o se demoren en) ser rentables. Tienen como ventaja un mercado grande y atento. Una editora chilena que vino a promocionar sus libros estaba sorprendida de todos los ejemplares que vendió en los lanzamientos, a diferencia de Chile –palabras de ella–. Ese conjunto de factores –seguro que se me escapan otros– hace que existan más posibilidades de publicar libros diferentes que hacen un camino más largo para formar lectores.
»Respecto a los contratos, cuando pasé de sentirme agradecida por que me publicaban y me puse a investigar seriamente las condiciones de los contratos, pude introducir cambios. De la contraparte no encontré la oposición que prejuzgué. Me encanta dialogar los contratos. En eso fue de mucha ayuda el departamento jurídico de la SADEL, que presta asesoría gratuita.
»Creo que en Argentina los y las escritoras pueden tener una mayor conciencia de sí como trabajadorxs; de hecho, el discurso de Marcelo Guerrieri, presidente de la Unión de Escritoras y Escritores, es que somos trabajadores precarizados, sin salud ni previsión. Tampoco estamos incluidos en ninguna paritaria, por lo que vivimos expuestos a la inflación. En la Feria del Libro presentaron un tarifario porque nos viven pidiendo artículos, columnas, presentaciones, y nos pagan una miseria, si es que pagan. La mayoría de las veces es por el honor. Tarifario también tienen los y las trabajadoras audiovisuales y me parece genial: pueden pagarte más que eso, pero no menos. La Unión está luchando acá por tener previsión y salud estatal. Creo que la diferencia no está en la legislación o en el cumplimiento del 10%, sino en las reivindicaciones y la presión que ejercen las y los escritores de ambos países en tanto trabajadores.
»Acá casi no hay ayuda estatal a las editoriales. De hecho, se envidia lo lindos que son los libros chilenos. En Chile sí obtienen fondos del Estado. La pregunta es por qué no se asigna una parte de esos fondos a los y las autoras. Por estos días una editorial independiente va a publicar, gracias a un Fondo que obtuvo, un libro mío. ¡Lo primero que hicieron fue transferirme una parte como adelanto! Aunque el Estado no los obliga. Lo curioso es que en Chile gran parte de lxs editorxs son además escritorxs, y no lo hacen. A propósito de un texto donde planteé este problema, en La Palabra Quebrada, alguien escribió: «Eso es porque publica con una transnacional.» Para abordar el problema en serio, hay que tirar lejos el resentimiento y sentarse todos y todas a la mesa. Editoriales, editorxs, escritorxs, agentes, el Estado, la Papelera, SADEL, SECH, abogadxs especialistas en derechos de autor, etc.
»Me parece que el problema del pago del 10% es universal. Creo que hoy en día es lo único universal que se preserva. Por eso me llama tanto la atención que la industria, sea transnacional o pyme, esté tan cohesionada en preservarlo.
–En La Palabra Quebrada publicaste un artículo sobre el 10%. En él expresabas que «la literatura es el único oficio en que debemos vivir de otro» y que «la literatura parece ser el único oficio que produce un bien (el manuscrito) que no tiene valor de cambio».
–Sobre él, apenas quise abrir el debate. Me deprimió, me pareció insólito que no se replicara y que los dedos para arriba, los corazoncitos fueran por mensaje privado. Los Twitter, los Instagram, Facebook, están llenos de protestas de escritorxs contra escritorxs, contra el Ministerio, el Fondo del Libro, las transnacionales, los juradxs, pero cuando se abre la posibilidad de empujar un debate sobre nuestra condición como trabajadores y trabajadoras, ¡somos todos y todas artistas!
»No digo nada nuevo. No vivimos de los libros que escribimos. Tenemos que trabajar en otras cosas para financiar nuestra escritura; sin embargo, esos libros se venden, son un producto comercial. Hasta ahora, la discusión siempre se frena porque te explican la cadena del libro y que después de las distribuidoras, el IVA, la librería, a la editorial le queda menos del 10%, por lo tanto, no se puede pagar nuestro trabajo, que es el manuscrito. Habría que reunirse a analizar a fondo qué pasa con una industria, sea transnacional o pyme, que no puede pagar su insumo básico. Por lo que sé, a las industrias que les ocurre eso y que son estratégicas, el Estado las subsidia. En Chile, la diversidad de fondos también son un subsidio pero, además de ser inestables en el tiempo y en el monto, están destinados a los demás costos, nunca a pagarle a los y las autores por su manuscrito. Hay fondos de creación, pero no alcanzan a cubrir lo que vale un manuscrito y son casuales, concursables, no constituyen un sueldo. Cuesta entender que no se subsidie la materia prima de la industria, me refiero al manuscrito. Es un tema complejísimo, pero si los seres humanos pueden fotografiar o escuchar el espacio, crear vacunas en seis meses, no entiendo por qué no se puede o no se quiere solucionar este agujero negro.
Rimsky cierra con una frase que sintetiza con fuerza la razón de este artículo: «Discutir las condiciones materiales de nuestro trabajo no nos menoscaba como creadores.»
Ilustraciones de Vladimir Morgado.
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