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Crónicas

¡Lleve, lleve la novedá!

La publicación del tercer libro de nuestro redactor, que se presentará en nuestra sede este viernes 6 a las 18 horas, nos llena de orgullo. Contará con los comentarios de Teodora Inostroza y Hugo Herrera Pardo. En el siguiente texto, le pedimos que narre la historia de Ropa (Libros del Cardo).

Por Diego Armijo

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Tenía esta idea: un joven acuclillado revisa una montaña de ropa buscando una prenda que le guste y le quede. Está en medio de la feria Caupolicán, Viña cerro, en un puesto doble de ropa usada. Las prendas de la montaña que revisa son ofrecidas a los gritos «a luca la pilcha». De tanto revolver, se va atascando e ingresa a la montonera de tela, que al final se lo traga. Fin. Pretendía que eso fuera un cuento, terminar ahí o avanzar un poco más en el interior de esa ropa carnívora. Pero no hice más que anotar un par de ideas en una libreta, intentar una página que quedó en eso y seguir con otra cosa.

2

Pasó rato. En el primer año de pandemia entré a un taller que me obligaba a avanzar con un proyecto cada dos semanas. Esa idea que tenía sobre el joven devorado por chaquetas y pantalones ahora se llamaba Ropa e iba aumentando en páginas. No tantas, pues al final siguió siendo una novela corta, una novelita talla S. Recibí allí los comentarios de mis compañeros, que debieron buscar entender por qué me complicaba tanto en armar un texto. Que usara varios registros, un lenguaje chapucero, con poesía de pantalón corto, si lo más fácil era escribir normalito. Pero ahí algunos también buscaban otras formas.

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Terminado el taller, Matías, un miembro de la editorial que organizaba la instancia, me habló, animado, pues quería que editáramos y publicáramos la novela. Trabajamos por Zoom, él desde Puerto Cisnes, yo aún en Glorias Navales, en jornadas largas, pues, eso cachó Matías, la propuesta de lenguaje era tan oral, que la única manera que encontró de editar y encontrarle un tono al texto fue leyendo en voz alta, unas veces él, otras yo, el texto que iba desprendiéndose de las hilachas que pudieran hacerlo rugoso. Llegamos hasta ahí. Algo pasó en la editorial, fuera del control de él y mío.

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Entonces tenía una novela rara, complicada, además de corta, aspectos que me la hacían ver como un objeto difícil de ofrecer a otra editorial. Le estuve dando vueltas, pero no se la mandé a nadie, no se lo comenté a nadie. Eso, que tenía una novela donde jugaba con distintos registros, para inmiscuirme en la intimidad de un vendedor de ropa. Hasta que se lo comenté a Gladys González. Le conté el problema que había detenido todo, le conté que buscaba una editorial. Ella, así, altiro, me dijo que sí, que obvio. Que la publicáramos en su editorial, Libros del Cardo.

5

Cargaba con este texto en el segundo año de la pandemia, cuando mi vida había explotado. Escribía otras cosas, en medio de varios cambios de casas, dejando de lado esa novelita. Guardaba mi propia ropa en bolsas de basura para trasladarla en fletes. La novela estaba allí, como detenida. No quería influenciarla, cambiarla. Pero se me ocurrió un nuevo capítulo que no había mostrado en el taller ni tampoco existía en la edición anterior. Este texto era parte de la misma trama de relaciones en la feria Caupolicán, lugar donde ya no trabajo, cuestión que me duele un montón. Mi abuela me llevaba cuando esa feria era un conjunto de paños en las veredas afuera de las casas de los paraderos de Santa Julia. A ella la acompañé, con los años, a trabajar ya cuando a los sindicatos se les dio un paño de terreno entre Gómez Carreño y Achupallas: la FERIA PARQUE CAUPOLICÁN. Vendimos ropa, dulces, juguetes y lo que pudiera ofrecerse, salir, en un paño, sobre una caja de cartón, un cajón de madera. En ese capítulo, que me costó escribir, y que también me carga exponer de manera tan melodramática, quise explicar mi distanciamiento con la feria, mediando la ficción, las vidas ajenas, los productos que ya no se comercializarán.

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La edición con Gladys fue un proceso de planchado. No es porque buscara convertir este texto en una novela de escritura convencional, sino borrar las posibles arrugas. Fue en sesiones de conversación, con una fotocopia de la novela marcada por ella, donde discutimos sobre el uso de algunas palabras, frases confusas, reiteraciones y desorden en la entrega de la información. La novela ya era más amigable al tacto, me parece, más ajustada. «Más elegante que la yegua del tony», pensé, citando a mi abuela.

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Sobre la portada y siguiendo las variaciones de fondo de color que la editorial hace un tiempo ha utilizado, busqué alternativas. Pensé, siempre en el ámbito de lo textil, una manera de expresar gráficamente el tema, pero también las diversas formas de escrituras que el texto utiliza. También pensé en el espacio en que se desarrolla Ropa. Llegué a la imagen de un bolso matutero. De esos que veía desde la mañana, muy temprano, en la feria, pero también en las calles céntricas de la ciudad. Bolsos para llevar ropa nueva y usada, también lo que quepa y pueda ser transportado. Con la textura escogida, conversamos los colores con Gladys y un amigo hasta llegar a este tono rosado, con letras azules, que me gusta en combinación. Al final, pienso que este exterior, como la tela plástica de un bolso matutero, guarda en su interior el texto llamado Ropa, que es ropa y que, además, es un pedazo de la feria, del comercio, que va a ser trasladado cada vez que se lea.

8

Hay escasez de papel. En un momento Ropa iba a ser impreso en papel blanco. Buscamos alternativas. Un Bond ahuesado más delgado. Confirmamos. Hubo confusiones. En otra imprenta dijeron que había vuelto el papel. No era. Volvimos a confirmar. Empezó la impresión. Salió a la calle trasladado en cajas de cartón.

9

Le dediqué esta novela a mi amigo Camilo Jorquera, quien me ayudó mucho, también su familia, durante ese año terrible que tuve que afrontar.

10

Un chiste: viví un rato en la casa de Camilo y su ropa y la mía a veces se mezclaba, lo que provocó que un día me pusiera un pantalón suyo para ir a comprar carne para el almuerzo. Caminé muy incómodo, pues ese pantalón era muy largo para mí, además de estrecho de cadera. Todavía estaba medio adormilado, entonces pensé que se había achicado con el lavado. Sólo al volver me di cuenta de que el pantalón era de él.

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¿Qué quiero decir? No toda la ropa nos calza, pero sí sirve para cubrir. Que no toda novela tiene que ser clara, pero permite entrar al ritmo del trabajo, de la feria, de la ropa.

(*) Ilustración de Vladimir Morgado.

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