Georg Heym
Provincianos Editores
72 páginas
SOBRE EL AUTOR
Georg Heym (Hirschberg, 1887- Gatow, 1912) fue un poeta alemán, uno de los principales exponentes del movimiento expresionista de ese país. Murió ahogado luego de caer al río Havel al tratar de salvar a su amigo, el escritor Ernst Balcke, quien había caído unos momentos antes. Ambos patinaban en el río congelado. El día eterno (1911) es la primera obra de George Heym, la única que vio publicada en vida. Esta traducción, primera en Latinoamérica y segunda al castellano, procura ser lo más fiel posible al imaginario poético de Heym, donde se mezclan imágenes cotidianas con mitologías y personajes del pasado. Se trata, sin duda, de un libro fundamental del movimiento expresionista alemán de principios del siglo pasado. La traducción estuvo a cargo de Ignacio Reichhardt.
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EL HAMBRE
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Se metió en un perro, al que de par en par
le abre el hocico rojo. Largamente sale
su lengua azul. Se revuelca en el polvo. Chupa
el pasto marchito, que arranca de la arena.
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Sus fauces vacías son como un gran portón
por donde se filtra lentamente el fuego, gota a gota,
quemándole el estómago. Entonces una mano
le lava con hielo el esófago ardiente.
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Se tambalea a través del vapor. El sol es una mancha,
una puerta roja de estufa. Una verde medialuna lleva
un baile frente a sus ojos. Ya se ha ido.
*
Se abre un hoyo negro desde el que observa el frío.
El perro cae y aún siente cómo el espanto
con puños de hierro apresa su garganta.
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LOS PRESOS II
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Pisotean alrededor del patio en estrecho círculo.
Sus miradas vagan de aquí para allá en el espacio vacío.
Él busca un campo, busca un árbol,
y vuelve a chocar con el blanco de una pared desierta.
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Como en los molinos gira el engranaje de las ruedas,
así gira la negra huella de sus pasos.
Y como un cráneo con la tonsura de un monje,
así yace el centro del patio, vacío y reluciente.
*
Llueve finamente sobre sus cortas chaquetas.
Afligidos miran la pared gris hacia arriba
donde hay pequeñas ventanas con cajas delante
como panales negros en la colmena.
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Los arrean hacia adentro como a ovejas por trasquilar.
Las espaldas grises se aprietan en el establo.
Y entonces resuena el eco del golpeteo
de los zuecos andando en el vestíbulo.
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LOUIS CAPET
*
En círculo retumban los tambores del patíbulo
que parece un ataúd cerrado, negro, por un paño.
Ahí se yergue el bloque y junto a él el tajo
para su cuerpo. La guillotina, blanca, ya destella.
*
Desde techos repletos flamean rojos los estandartes.
Vociferan el valor de los asientos de las ventanas.
Es invierno, pero el pueblo comienza a acalorarse,
se abre paso a empellones, gruñendo. Lo hacen esperar.
*
Entonces se oye un ruido. Crece. El grito brama.
Inmundo va Capet en su carroza
con los excrementos que le lanzan y el cabello desgreñado.
*
Rápidamente lo suben a rastras. Lo tienden.
La cabeza en el bloque. La guillotina silba.
Bien fija en el hoyo escupe sangre su garganta.
*
ROBESPIERRE
*
Va refunfuñando y sus ojos se hunden
en la paja del carro. La boca mastica flema blanca;
la chupa tragándola a través de los carrillos.
Su pie cuelga desnudo por entre dos cabios.
*
Por cada empujón del carro él vuela hacia arriba.
Las cadenas de los brazos suenan como cascabeles.
Se oye resonar la alegre risa de los niños;
sus madres los levantaban por sobre la multitud.
*
Le hacen cosquillas en la pierna, él no se da cuenta.
Se detiene el carro. Levanta la vista y mira
el cadalso negro al final de la calle.
*
La frente gris se moja de sudor.
La boca se desfigura espantosa en el rostro.
Se aguarda el grito, pero no se escucha nada.
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