Teoría del polen, galardonado con el Premio a Mejores Obras Literarias en categoría inédita en poesía, nos trae la naturaleza desde una perspectiva crítica.
Por Silvana González
La distancia desde donde se habla es fundamental para entender Teoría del polen, segundo libro de Victoria Ramírez, recién publicado en Limache por Provincianos editores. Periodista de profesión, ganadora del Premio Bolaño en 2016 y del Premio Municipal Juegos Literarios Gabriela Mistral en 2017, designa al primero de estos premios como un motor para empezar su libro Magnolios, donde el tema, según dice, era una búsqueda intuitiva de lo familiar. En su reciente libro el ejercicio es el de retomar los hilos que quedaron sueltos en ese trabajo anterior.
Ordenada y clara, Victoria cuenta desde Zoom, mismo canal en donde transmitió su propio taller de poesía en plena cuarentena, el origen de sus libros y su pensamiento sobre la actualidad, que es aplicado metódicamente (tal como sus clases) a su escritura. Poesía e investigación van de la mano, dando fruto a la oportunidad de viajar a una residencia en Macdowell (EEUU) gracias a la Universidad Austral. Ahí detalla su postura ante los tiempos obligados en la escritura y sus propias formas de abordarla.
Aunque vive en Santiago, su origen es el sur, Río Bueno, desde donde extrae su primer acercamiento a la naturaleza. Igualmente quiere dejar esta ciudad, que de cierta forma da una enunciación a sus poemas. Ambas diferencias, naturaleza y ciudad, están dentro de Teoría del polen y en su vida, en su mirada hacia lo político de tomar el mundo vegetal no desde una apropiación sino desde la distancia, situándolo como objeto.
Una metodología causa y efecto
–Hablemos del taller de poesía que impartiste en 2020 durante la cuarentena, en formato Zoom. Estaba orientado a la poesía en Chile y lo complementabas con técnicas para la elaboración de un poema. Creo que algo de esa investigación y el control en la metodología del taller se ve en Teoría del polen. ¿Cómo ves tu propia enseñanza aplicada a tu trabajo?
–Creo que no me había hecho esta pregunta a mí misma. Pienso que cada libro tiene su propio proceso, por ejemplo, en mi primer libro la búsqueda era intuitiva y de relación familiar, se trabajó en torno a la memoria y no fue investigativo. En el caso del segundo libro, se aplica la metodología de investigar algo y encontrar un nicho para escribir. Los poemas de Teoría del polen son los que no encajaban en el primer libro, que luego de un par de años retomé gracias a la obligación impuesta por el Fondo del Libro. Encontré una voz más objetiva, informativa, menos lírica; de hecho, encontrar lo lírico fue lo más entretenido. La relación del taller es que te obliga a ordenarte: si estás tratando de enseñar o estimular la escritura de poesía en alguien más, te tienes que ordenar obligatoriamente. La metodología era aprender de cierto autor y tratar de aplicarlo de cierta forma en la escritura, ya que importa mucho también lo que una va leyendo cuando se está escribiendo.
–De alguna manera, la lectura se espejea en la escritura.
–Siento que es muy distinto a copiar, se trata de adquirir cierta obra de un autor o una autora que te sirve para tu trabajo. Puede ser de una película japonesa o un libro de poesía más formal; en mi caso, de un libro de botánica. Una está expuesta a muchas influencias, además por las pantallas, en este tiempo, entonces un libro está hecho finalmente de todas esas influencias.
–¿Cuál es el foco que pones al taller de poesía?
–Me interesaba que se metiera gente que no tuviera acercamiento previo a la poesía, que fuera exploratorio. Poder mostrar técnicas, tipos de poesía, distintos autores. Una muestra de lo que puede hacerse, sin tantas reglas, que son fomes para la poesía porque una debe tomar riesgos. Me parece el género en donde una más toma riesgos: hay mayor libertad y es bueno no tener tanto prejuicio de lo bueno y malo en la poesía.
La rebeldía del reino vegetal, el cómo se pliega en sí mismo para ocultarse de los demás y poder crecer, eso salvaje que requiere igualmente del orden de los ciclos es justamente lo que se ve en el trabajo replegado y cíclico de Teoría del polen.
–Hay mucho cuidado de llevar lo replegado a la escritura; hay ausencia de comas y una sensación de control y orden. Entrega una experiencia un poco fría, despoblada del misticismo del reino vegetal. ¿Piensas que tu experiencia de enunciación desde la ciudad marca el hablar de la naturaleza?
–Me siento parte de ambas cosas: aunque vivo en ciudad, trato de escaparme afuera. Mi familia es de Purranque, Hueyusca, zona de Río Bueno. Este movimiento me da una visión para poder negar desde afuera. La ciudad no está tan presente en los dos libros que he hecho, pero del vivir ahí algo queda. Hay una crítica a la mirada más industrializada de la ciudad. En este libro no se habla directamente, pero se alude al extractivismo de las forestales, que tiene que ver con el hastío de la ciudad, algo presente también en la pandemia. Pensar: en realidad, esto no era lo que quería, porque me quiero ir de Santiago. Es como algo estético-político.
–Creo que la manera de transformar la naturaleza en objeto, buscar un lugar para observarla, lo vuelve un poco más político.
–Esa idea de acercarme a la naturaleza desde un punto de vista político… Me gusta pensar la idea de un tratado, de una manera de relacionarse con las plantas. A veces parece difícil, por lo etéreo de la poesía, el poder aterrizarla en algo que tenga una implicancia en el mundo real.
–¿Qué sucede entre ambos textos publicados? ¿Cómo evolucionan?
–El primero me dejó un poco al destape, ya que hablaba de familia. Lo que a una le da más vergüenza de la poesía a veces es que es muy íntima. Fue bueno haber sacado un libro más tradicional porque me permitió a mí misma hacer un segundo asumiendo más riesgos. En este caso ya sabía lo que me interesaba, era consciente de que algunas formas podían ser menos populares. Hacer un libro más raro podía provocar que se leyera menos, que su distribución fuera menor. Pero como persona me sentí más consolidada, porque tenía claro lo que quería hacer. Fue mucho más confuso sacar el primer libro.
–Se nota mucha claridad también.
–El primer libro lo unificaba una voz, la naturaleza salvaje sin dominar que se domina sola y es más inteligente; en el segundo esto está mucho más intencionado, es decir, esta es mi postura a raíz de esto.

–Hebe Uhart menciona en sus clases que la herencia familiar descarga cierto narcisismo y miedo a que perturbe la armonía de recurrir a un recuerdo, que pueda jugar en contra de tanta cercanía. ¿Cómo abordas lo personal en Magnolios para volcarlo hacia un interés que se sobreponga a este miedo?
–Creo que ese libro partió de un interés por querer volver al campo. La idea de migrar de un lugar a otro da a sentir que el retorno está en otros lugares, ahí una conecta con puntos universales. En la poesía siempre se conectará con otro, eso es lo bonito, porque me sorprende la conexión de hacer recordar al otro, que interpreta el poema quizás a su forma, aunque no se refiera a nada de eso que se interpreta. No hay control con el libro, es una libertad bonita. Silvia Molloy, por ejemplo, trabaja sobre la memoria y, pese a que es su experiencia personal, está conectada a la idea de memoria que tenemos muchos de nosotros, por eso un libro que le pasa a otro te puede impactar, porque te conecta con tu propia historia. Por otro lado, a mí me llama la atención que salieran varias reseñas sobre Magnolios hablando de que era lárico, pues pienso que no lo es, ya que no es nostálgico, no hay esa nostalgia hacia la naturaleza.
–Escribir, citando a Elvira Hernández, es retirarse como una cenicienta a ese espacio intemporal que es el poema. ¿De qué manera abordas tú ese momento de escritura?
–Para mí es muy intuitivo. Me demoro mucho en saber lo que estoy haciendo: me ha pasado que hay cosas que no van para ninguna parte, pero después de mucho tiempo puedo conectarlas. Me pasó con un libro que trabajé en la Fundación Neruda a partir de la noticia de un siervo que murió por tener diez kilos de basura en el estómago. La basura en un estómago me interesó, me hizo pensar que tenía un tema; no dije que fuera a escribir sobre esto, pero era un tema que me interesaba y se fue desarrollando. Ambos libros son parte de una dispersión, ya que trabajo distintas líneas. No me gustaría limitarme a solamente hablar de un tema.
–No es el tipo de libro de tema escogido.
–Siento que el Fondart incluso trabaja sobre esa lógica y varias veces he citado ese ensayo de «la poesía es no es un proyecto». Me hace sentido porque no quiero pensar que la poesía es un proyecto científico, sino algo intuitivo y volátil. Aunque empiece un libro sobre volcanes, puede transformarse en un libro de la muerte de una tía. Es muy difícil planear un libro de poesía, a diferencia de un cuento y una novela, que suelen anteponer un principio y un final.
»Hace un par de años estuve en una residencia y pensé que no iba a poder escribir pautadamente por un mes. Tenía una compañera que escribía un poema diario, lo que encontré entusiasta, pero al mismo tiempo imposible. La poesía no funciona con ese tipo de cronogramas.
Para escribir, teoría
–Respecto a tus publicaciones, Overol en Santiago y Provincianos en esta zona, ¿qué diferencias tuviste al momento de publicar?
–Más que nada la distribución. Overol lleva más tiempo y tiene su público asegurado, es un poco más grande que Provincianos. Pero el trabajo de edición fue similar: en Provincianos fueron muy tiernos y se portaron muy bien en el trabajo de edición y de distribución dentro de lo posible. Algún día me gustaría publicar en el sur y ver cómo es el circuito, si es diferente a publicar en algún lugar más lejos de Valparaíso y Santiago, que creo que se parecen.
–¿Qué hilo conductor ves en tus referentes? ¿Qué buscas en ellos?
–Mis referentes van cambiando todo el rato. Cuando saqué el primer libro admiraba mucho la poesía peruana: Watanabe, Blanca Varela, Vallejo –aunque este último fuera más clásico–. Ahora leí más a Cecilia Vicuña, me influenció la idea de desestructurar los textos. Otra escritora es Inger Christensen, poeta danesa, por la naturaleza y lo político. También ciertos libros de poesía vegetal, que hoy es como una corriente de pensamiento, esta idea de las posibilidades de lo vegetal que está como medio de moda, funcionaron como referencias botánicas.
»En un momento dado encontré un libro durante mi residencia de la Universidad Austral, en el Jardín Botánico de Macdowell, que trataba sobre las especies extintas en el centro y sur de Chile y me sirvió para hacer estas listas de plantas que están en peligro de extinción o ya extintas, así como para entender un lenguaje científico y categórico, además de esa riqueza lingüística entre la variedad de nombres que se le da a una planta.
–Un momento interesante para estar.
–Ahora que trabajo en editorial estoy leyendo poco, pero leí hace poco Este es el bosque, de Eunice Odio, en La Pollera. También me gustó mucho el texto de Susana Villalba, La bestia ser, que publicó Bisturí 10, lo encontré hermoso y me ayudó a pensar en la relación humana-animal, que es algo que me interesa mucho en esta época de crisis en la que cuestionamos nuestra relación con los seres vivos y que me interesa desde chica.
–Pienso que tu trabajo responde a esa crisis, ¿es algo que venía trabajándose en el pasado y lo replanteaste?
–Creo que viene de antes, pero ahora es más acentuado. Recuerdo también los ecopoemas de Nicanor Parra o Cecilia Vicuña, en cuya poesía la crisis es un gran tema, pero ahora es mucho más crítico todo e incluso aparecen, por ejemplo, novelas distópicas. Es un momento de pensar hacia dónde nos dirigimos y por eso aparecen estos temas, a los que la pandemia nos enfrentó. Me parece un momento interesante para estar en el mundo: no es que esté bien, ya que hay caos, pero en la literatura es un momento muy interesante para escribir.
–¿Cómo desarrollas el trabajo en editorial que mencionaste antes?
–Hace cinco años trabajo para Penguin Random House como colaboradora, ahora en los últimos meses hago un reemplazo de editora. Veo poesía y narrativa, gestión de autores, harta pega administrativa. Cuando colaboré con Lumen, eso sí, aprendí un montón. Además, mi jefe siempre me estaba pasando libros de poesía, tenía mucha escuela de poesía dada también por su mismo trabajo. Por mi pega no tengo tanto tiempo de leer, me ha comido un poco la adultez, ese gusto de corregir poesía era antes.
El polen es extinción / hay una lejanía entre esos dos mundos
–Hablábamos de que hay percepciones distintas según quien lee, pero para ti ¿cuál es la lectura posterior que le das a tu último texto?
–Se me ocurre, de todas formas, la extinción de las especies vegetales. La idea de que a cada minuto se extinguen no sé cuántas especies, lo que da a entender al ser humano que el cambio climático es irreversible. Son cosas que nacimos sabiendo y que ahora estamos viendo concretamente; se está acabando el agua, por ejemplo.
»Esta idea de amor que hay también en el reino vegetal, con plantas que se autofecundan, yo creo que para el ser humano es interesante entenderla como concepción de la sexualidad. Entender que la subestimación de las plantas es histórica, pero ahora se revierte. El mundo fungi, por ejemplo, en donde hay estudios que explican su funcionamiento y que son sistemas muy inteligentes que se preservan en el tiempo y han logrado sobrevivir. Nos hace cuestionarnos que estamos en un momento crítico, y cómo preservaremos la especie de manera inteligente y sólida en el tiempo.
–Veo esa relación de lo humano con la planta a través de la violencia, porque la experimentación es violenta y el único lenguaje que conocemos en ese tipo de relaciones. También la veo a través de la dominación, porque cuando hablas de ciudad, es un dominio que se tiene con la planta fuera de su estado natural.
–Igual siento que la dominación es algo que también les ocurre a las plantas, esta idea de que crecen infinitamente hasta agarrar el sol, mientras compiten con otras plantas por la luz. En ese sentido se parecen al ser humano.
–En la conquista.
–Su inteligencia les ha permitido tener sistemas de competencia entre ellas. No son las buenas de la historia, no son pasivos buenos y nosotros, seres terribles; hay mucho que aprender ahí. Respecto a la relación entre las plantas domésticas en la casa, hay unos poemas que hablan de las alianzas entre las especies vegetales, de los experimentos en plantas, el tema de la memoria, en las bitácoras de distintas especies que voy mostrando. Un poco como lo que hacía Virginia Woolf. Creo que hay distintos temas que se van cruzando siempre, también en contraste con la vida humana. Finalmente, trato de hacer que el lector pueda encontrar sus propias conexiones en lo que significa ser humano y no serlo.
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