Menú
Reportajes

Fanzines en la Quinta: más acá y más allá del libro

En un intento por rastrear la múltiple y difusa panorámica del fanzine regional, hablamos con Paulina Rodríguez, de Imaquinería y Taller Perro Sur; Renata Sagredo, de Taller La Veta; y Gonzalo Olivares Díaz, de la editorial Corazón de Hueso. El fanzine, tan astuto como quitado de bulla, convive con los oficios y talleres más diversos.

Por Rafael Cuevas

Según datos del informe 2020 de la Agencia Chilena ISBN de la Cámara Chilena del Libro, los títulos registrados en la Región de Valparaíso durante aquel año fueron 618, correspondientes al 7,40% del total de la producción nacional. Si bien, de acuerdo a esta información, la región ocupa el segundo lugar de producción a nivel país, la diferencia con la Región Metropolitana (6.736 títulos) es enorme. Fácilmente podría deslizarse una crítica a la centralización de la producción editorial y a la consiguiente precariedad del resto del país, desigualdad que está confirmada por recientes investigaciones  en torno a la política pública del libro.

Pero son números que obligan a revisar con más atención las particularidades de las producciones territoriales, a insistir en su conocimiento, más allá del número ISBN que, «ideado con fines comerciales y bibliográficos, identifica un libro como producto comercial». Cualquier tipo de pertinencia territorial en torno al libro no pasará exclusivamente por un aumento del presupuesto, sino por una comunidad que se sepa a sí misma y que sea capaz de orientar políticas desde allí. Dentro de este ecosistema, el fanzine ocupa un perfil bajo pero importante, dado lo relativamente sencillo de su producción, lo cual permite un acceso democrático a su edición. Sin embargo, es debido a esta misma liviandad que puede resultar invisible para recuentos oficiales o para el lector que quede fuera de su alcance, a pesar de esfuerzos creativos y valiosísimos como los de La Kioska.

El fanzine puede crearse desde talleres de la más diversa índole. Está, por ejemplo, Paulina Rodríguez (1989), artista detrás de Imaquinería, proyecto de encuadernación que elabora, conserva y restaura libros, además de crear libretas, cajas, fanzines, a la medida del pulso personal y del pulso de quien llegue con un encargo. Paulina Rodríguez es licenciada en Artes y encontró la encuadernación a través de un taller en Perro Sur, el mismo espacio en el que hoy participa y colabora. Desde entonces, su formación ha pasado por grandes nombres de la encuadernación.

—En el oficio, la sabiduría se va midiendo no por el cartón, sino por tu hacer, por tus manos. Si tus manos saben hacer, si tu cuerpo está interrelacionado para que en ese pensar resulte un producto. Requiere mucha paciencia y dedicarte todos los días.

Quilpueína de origen, la cercanía con los libros de «visualidades especiales» viene también desde esa infancia, donde además de las palabras, importaban los libros y los materiales con los que estaban hechos. La encuadernación le permitió a Rodríguez alimentar esa búsqueda creativa llevada desde la infancia y «cuajar una economía».

—Hay un trasfondo político en lo artesanal. Me importa disfrutar lo que hago, que sea un sustento, y tomarme el tiempo para eso. Y ese tiempo es lento, es un ritmo humano. Cuando me vine a Valpo y empecé a trabajar en esto, me vine con mi hija, que era chica. También llegué a la encuadernación porque tenía que criarla y sabía que cualquier pega me iba a implicar dejar la maternidad. En este trabajo he encontrado ese equilibrio de maternar y tener ese tiempo familiar y personal.

Conviven también las diversas expresiones de la encuadernación. Imaquinería puede funcionar por encargo, desde tesis y publicaciones institucionales, hasta libros de artista y fanzines sobre el viaje y sus horizontes, que funcionan como íntimos experimentos de papel. El fanzine convive no solamente con otro tipo de expresiones, sino también con otros ámbitos y espacios, además del proyecto personal. El taller de Imaquinería está, a su vez, dentro del taller Perro Sur, ubicado en el cerro Bellavista, desde donde el colectivo genera instancias de aprendizaje colectivas, vinculadas, por ejemplo, a la toma Violeta Parra.

Lo que le interesa a Paulina Rodríguez del fanzine es lo accesible del formato y lo creativo de su confección. Uno de sus últimos trabajos en Imaquinería en conjunto con Perro Sur fueron unos talleres de fanzines colectivos sobre el acoso callejero, instancia que permitió recopilar información y luego repartir los fanzines entre la comunidad. En este sentido, la inserción del proyecto de Rodríguez en Perro Sur responde a la misma lógica de convivencia de múltiples saberes y experiencias. Perro Sur es también un proyecto colectivo que, iniciado en 2013 por la artista gráfica Paula Manzor (1978-2020), sigue haciendo hincapié en el trabajo colectivo, ya sea desde las posibilidades del fanzine o desde dinámicas de organización comunitaria: «Trabajamos por un proyecto que es más que nosotros; si nosotros no estamos, puede seguir con otras personas.»

***

La oficina de Gonzalo Olivares queda arriba de un taller de repuestos, el mismo lugar para el cual trabaja como diseñador de diferentes artículos publicitarios. Pasamos por un pasillo estrecho al lado del taller y subimos hasta llegar a una oficina todavía con olor a nuevo, que da hacia la parte trasera de algunos edificios. Estamos cerca de las líneas férreas, en algún lugar de La Calera natal de Olivares. Nos empieza a contar, casi sin preguntarle:

—Estamos realizando con un amigo un documental sobre un terremoto que hubo al norte de La Calera en el año 1965, donde está la minera El Soldado, ahora de Angloamerican. Colapsó un tranque de relave y arrasó con todo el campamento. Más de trescientas personas se fueron. Esto fue en El Melón.

Pétreos relata la vida del campamento El Cobre, víctima de la caída del relave en 1965, y es un proyecto que Olivares, diseñador gráfico de profesión, asume con la misma pasión con la que lleva hace varios años la editorial Corazón de Hueso y el fanzine/medio alternativo Bajo Cemento. Al poco de empezar las entrevistas, fue el proyecto mismo el que fue pidiendo atención y generando comunidad hasta llegar a ser uno de los quehaceres principales de Olivares, además de sus trabajos como diseñador freelance, tallerista en centros del Sename, poeta y editor.

Sus inicios como editor se dan alrededor de 2011, cuando la compañía de teatro La Turba, para la cual trabajaba, se adjudicó unos FONDART que permitieron ampliar la compañía hacia trabajos de imprenta que Olivares asumió como propios.

—Tenía todo un rollo de la reutilización de material, porque la obra reutilizaba objetos y vestuario. Entonces me llegaron guías de teléfono y sacos de cemento como material para poder imprimir. Yo no cachaba la serigrafía, pero compramos las herramientas para hacerla porque cachamos que era versátil.

A partir de ese trabajo de reciclaje, la compañía, que sólo representaba obras propias, pudo además repartir y hacer circular sus creaciones. La muerte de un amigo y miembro de la compañía, que motivó la publicación de un poemario póstumo, Las estaciones de Eva, fue el punto de partida para que Corazón de Hueso editara algo más allá del catálogo de la compañía y se atreviese con un género como la poesía, que Olivares, bajo el seudónimo de Alfonso Díaz, también publica.

—A la editorial me han hecho algún encargo, pero más que nada la ocupo para autopublicar. Así la he usado y lo hago con la capacidad técnica que tengo nomás, con publicaciones de treinta unidades, cincuenta, y eso ya es harto. Muchas publicaciones son de tamaño pequeño porque optimizo el papel para que salgan más cosas. Así también he podido conocer a personas que trabajan sobre todo talleres de literatura, por ejemplo la Paulina Bermúdez.

Asociado al trabajo de pequeña escala está, también, el desplazamiento del taller, casero hasta hace poco, por cerro La Loma, cerro Polanco, Quillota y ahora La Calera, así como su consiguiente vínculo con múltiples personas y necesidades técnicas. El impulso no es sólo uno, y tampoco el formato de publicación. Los fanzines de Olivares pueden tratar desde las tragedias del asma (Salbutamol, fanzine del ahogo), pasando por poemarios de sátira política (Y la culpa es de Godzilla), hasta entramados más complejos como el de Bajo Cemento, fanzine y medio alternativo que nació en 2017 tras el festival Rock en Río, realizado en el Aconcagua, y que también lleva a cabo un amplio trabajo audiovisual.

—Me acuerdo que cuando tenía veinte años Calera era más fome que la chucha, feo, marginal, y es que justo pasa que desde Calera te podís ir pal norte, pal sur, pa la cordillera, pa la costa. Pero finalmente tiene un punto a favor, porque muchas expresiones pueden surgir acá, y ahora hay una camada joven que está peleando por tener espacios de arte y cultura. Yo lo que veo es que las personas que están creando no están solamente quejándose, sino que están haciendo cosas.

***

—Abrir el taller, abrir espacios, propiciar espacios. A mí no me da el coraje para agarrar una piedra y tirarla porque soy miedosa, pero sí puedo vivir agarrar una gubia y hacer algo al respecto, o enseñarle a las personas cómo hacerlo. Creo que el taller también es una trinchera del hacer desde los afectos y la amistad.

Renata Sagredo viene trabajando en su proyecto Taller La Veta desde el año 2014, compartiendo espacio con Cerro Press desde 2017. Oriunda de Quilpué, su experiencia con el grabado empezó al estudiar Arte en Santiago y desde entonces no ha dejado de vincularse con un oficio que para ella tiene «un sentido espiritual, de consagración, ese nivel de significancia».

Su trabajo, enfocado a la xilografía y serigrafía artesanales, pasa también por la creación de sellos y la edición de fanzines. Y es que, aunque sea el grabado el motor artístico y emocional del proyecto, Taller La Veta se piensa justamente como eso, un taller, un encuentro de saberes que van desde las ideas políticas hasta las influencias literarias: «Compartir lo que alguien más ya compartió contigo. El oficio tiene que ver con hacer que la rueda siga girando.»

De una amistad con la grabadora argentina Flor Gómez a través de redes sociales –que motivó una posterior visita a Chile– surgió, por ejemplo, Grabadoras Grabando, podcast de conversación entre artistas gráficas del continente; o Presión Festival de Grabado, cuyo equipo de trabajo Sagredo también conforma. «La idea es salir de los paradigmas del secretismo», nos dice Sagredo, «”Vendes barato tu trabajo”, me dicen a veces. ¿Barato según quién?  No tengo esa necesidad de vender algo exclusivo, de vender un objeto único. Y no pasa por desvalorar tu trabajo, sino por hacerlo accesible.» Sagredo considera igual de importante difundir el oficio y los conocimientos que este crea.

—Creo que las influencias de Oficios Varios o de un taller sobre la historia del libro con Javiera Barrientos, o sobre historia del arte con las chicas de La Tríada HAC, te van empoderando en tu propia forma de percibir lo que te rodea. Rescato ese ejercicio, esa práctica de escritura y conocimiento, me parecen muy relevantes esos cruces.

El fanzine en Taller La Veta tiene que ver con eso, con la posibilidad de acarrear, de llevar encima «distintos momentos de distancia». De allí que sus fanzines sean sobre cosas queridas, como el hogarel territorio, el libro mismo o bien sobre rabias que conviene no olvidar: «Siempre ando con muchas cosas, entonces me gusta andar con algo que tiene un sentido, pero no tanto peso.» Es, en definitiva, un llevar consigo, un cargar de sentido y «crear amuletos».

—El grabado es un oficio que tiene firma hace muy poco. Yo siento el oficio como una posta. Detrás mío hay cientos. Tu continúas nomás esa línea. Es hermoso visibilizar ese camino en el que tú eres uno más nomás. Eso me sucede.

(*) Fotos de Kika Francisca González.

Sin comentarios

    Leave a Reply