Menú
Perfiles

Natalí Aranda: La frecuencia creativa

Dos encuentros, uno presencial alejado en el tiempo y otro virtual, más reciente, nos acerca a la escritora que acaba de publicar el poemario No-lugar (Komorebi).

Por Eduardo Luco Gamboa

«El desgarro

de mirarse a un espejo

y encontrarse»

Faltando poco para las tres de la tarde, tras la partida del metro en dirección a Limache, se acerca la escritora. Camina lento, como mirándolo todo y nada al mismo tiempo, vestida de colores tierra combinados con una mascarilla y pelo negro. La estación Francia se vuelve testigo de cómo recibo El poema como Huella en Ximena Rivera (Inubicalistas), de manos de su propia autora, Natalí Aranda, poeta y ensayista porteña, cuya voz habla sobre la presencia de lo poético en la vida cotidiana y en las pequeñas cosas de la existencia, al tiempo que impulsa a quien la escuche –o lea– hacia el cuestionamiento de todo aquello que se cree.

Ensayo de Aranda sobre una de las principales poetas de las últimas décadas.

Caminamos en dirección a la estación Puerto donde le pedí que me firmara el libro. Ríe tras notar que ninguno de los dos trajo lápiz, entonces consigue uno en una farmacia y escribe la dedicatoria en privado, lejos de mí. Luego me devuelve el libro. No lo abro delante de ella.  Dice más chistes de lo que espero, ríe y río con ella. De pronto, en medio de las risas me pregunta que qué tal mi frecuencia de llanto; baja, contesto, «¿lloremos ahora?», propone y luego suelta una carcajada. Caminamos de regreso zigzagueando las calles del plan en dirección a Barón. Menciona un recuerdo que recorta desde los inicios de su memoria, que más bien son unos cuantos fotogramas:

Cuando tenía dos años y medio, mi madre estaba en el hospital teniendo a mi hermano menor. Yo estaba en la casa con algún cuidador y recuerdo estar de espaldas en el suelo, o quizá la cama, mirando al techo. En ese momento pensé «qué lejos está el techo». Ese es mi primer recuerdo en el que me evidencio como sujeto observando la otredad.

Cruzamos Errázuriz y avanzamos hasta Blanco, la calle con menos tránsito, no hay micros ni colectivos, solo autos estacionados y un par de peatones; nosotros. Cuenta que entre sus lecturas frecuentes y autoras favoritas se encuentra Blanca Varela y su desarrollo en torno a la luz y la oscuridad; Isidora Vicencio con la búsqueda del misterio a partir de la oscuridad; también Vicente Rivera, de quien admira el abordaje político de su poesía. Le pregunto por la editorial del libro que acaba de pasarme. Siempre ha estado cerca de editoriales independientes, de hecho, esta es su segunda publicación con Inubicalistas. Le es imposible no pensar en capitalismo y lógicas de mercado cuando de editoriales grandes se trata.

En la esquina de Blanco con Edwards subimos unas cuadras hasta tomar Yungay y continuar con nuestro viaje. Hablamos de la poeta Ximena Rivera, con quien no tuvo la oportunidad de interactuar directamente, más allá de haberla escuchado recitar alguna vez, sin embargo, el impacto de sus escritos es una huella innegable en su propia trayectoria como escritora y poeta. Llegamos a la estación Barón y nos despedimos frente a los torniquetes, le agradezco por el libro, ella sonríe y luego se mezcla con el resto de la gente que avanza hacia dentro de del tren. Los colores que lleva consigo facilitan su camuflaje.

Casi ocho meses después vuelvo a esperarla, pero esta vez, en una sesión de Zoom. Se conecta puntualmente, hay problemas de audio, no me oye. Tras mis intentos de hacer funcionar el micrófono ―intentos que bordean lo ridículo― logramos comenzar la conversación. Los más de diez mil kilómetros de distancia entre nosotros sólo son recordados cuando alguno de los dos queda congelado en la pantalla del otro.

Tras la pregunta por su trayectoria académica responde que le ha ido bien, no obstante, se ha encontrado con personas que, antes de rebatir con posturas intelectuales, han subestimado su trabajo sólo por ser mujer y dedicarse a la filosofía.

Una vez me dijeron: ¿Qué? ¿Filosofía? No te la vas a poder, es muy difícil. Yo conozco a otra chica que llegó hasta tercero puro copiando y después se tuvo que salir, porque era mucho.

Esto fue poco antes de ingresar al pregrado en la Universidad de Valparaíso. Luego, cuando se matriculó para el magíster recibió el mismo pronóstico por parte de otro individuo. Y todavía más, ahora que cursa un doctorado en el extranjero, ha tenido que escuchar este funesto pronóstico otra vez. Sin embargo, se ha sobrepuesto a las destructivas profecías que anunciaron algunos hombres, obteniendo posiciones destacadas y becas por su trabajo intelectual.

Mientras conversamos alguien cruza la habitación por detrás de ella, se distrae, le dice algo, la otra persona contesta una frase que me resulta inaudible, ríen. Vuelve a dirigir su mirada a la pantalla y cambia de tema, dice que Madrid es una ciudad bella, pero que sufre la ausencia de mar, que el mar ha sido muy importante en su vida. Cuando niña vivía en Santiago y a veces viajaba con su familia a la playa, lo que trajo consigo su primer acercamiento a la poesía. Sentía la necesidad de registrar aquellas experiencias conmovedoras para no perderlas.

La portada del último libro de la autora, editado en Valdivia.

Desde muy temprano tuvo facilidad para experimentar contacto con lo sagrado, ya sea en las formas convencionales que le presentaba su entorno religioso, o de modos menos ortodoxos como el encuentro con el agua, el sol o los árboles. Después, en sus primeros años de universidad trató de renegar de aquella orientación a lo sagrado, sintiendo incluso vergüenza de aquello. Argumentaba apegándose a la lógica y la racionalidad en desmedro de lo religioso, pero bastó el paso del tiempo, la observación y contacto con lo cotidiano, para que, casi sin darse cuenta, volviese a ello con toda espontaneidad y, seguramente, con más fuerza que nunca. Tal reencuentro fue a través de la naturaleza, la filosofía y la literatura que, bajo la óptica de nuestra autora, convergen en un sendero común. «Cuando digo naturaleza, digo encuentro, apertura hacia el misterio del afuera y del adentro». Así mismo, considera que la lectura de un poema puede llevarnos a la conexión con el «misterio de lo sagrado».

La iluminación de nuestras caras da cuenta de las cuatro horas de diferencia que tenemos. Detrás de su silueta se ven lámparas encendidas, no son muchas. Por mi parte, el sol entra por la ventana y me expone con detalles a la cámara. Allá es otoño, aquí es primavera. Natalí transita entre la poesía y el ensayo, llevando ambos trabajos en paralelo, pues comprende que el ensayo es otra forma de entrar en el poema. Dice que en el ensayo se necesita disciplina y rigurosidad, pero también hay un entrar en el ritmo, que es una frecuencia creativa, es más, escribir es entrar en esa frecuencia. Sobre la emoción y la técnica en el poema dice:

En mis comienzos como escritora, la tensión era fuerte, estaba buscando una forma, tratando de ser racional, pero me dolía tener que mutilar mis poemas. Lo importante es que el poema vaya adquiriendo el ritmo de la emoción que lo hizo surgir, aunque me siento más relacionada con la intuición que con la emoción. La intuición entendida como experiencia directa con los objetos, de modo que se acaba la dualidad entre sujeto y objeto. Es la unión entre el cuerpo, la mente, el espíritu.

Recientemente fue publicado su segundo libro de poemas, titulado No-lugar, por Editorial Komorebi, de Valdivia. En él continúa ahondando en su búsqueda de conexión con el misterio, a través de la combinación de palabras y silencios plasmados en versos sobre el papel ahuesado.

Quien ama la noche

no comete el error de nombrarla

y crear el mundo

Dania, íntima amiga de la autora, convivió con ella poco antes de su partida al viejo continente, la ha visto trabajar de cerca y señala que, en cuanto a sus rutinas, tiene un alto nivel de exigencia y puntualidad consigo misma, que es tremendamente disciplinada. También comenta, por fuera de lo profesional, que «no se guarda nada» vive intensamente y siempre está atenta a los detalles con sus vínculos más cercanos: «cuando vivíamos juntas, siempre aparecía con cosas dulces, porque sabe que me encantan», cuenta. La mayoría de sus paseos son por cerros, bosques o playas en compañía de cercanos, «donde haya agua, árboles, pasto y pájaros, ahí le gusta estar», dice la amiga. En sus redes sociales abundan las citas a diferentes poetas e intelectuales, pero también se puede observar su predilección por los gatos y las plantas.

Rodrigo Arroyo de ediciones Inubicalistas, quien ha trabajado de cerca con la autora, se pregunta si acaso la escritura de Natalí no es análoga a la de Ximena Rivera en tanto que, ambas tratan problemas filosóficos y religioso-espirituales en un lenguaje poético. Sus búsquedas se cruzan, aunque sus contextos se diferencian. Tal búsqueda escapa a los intereses y referentes de su generación, quizá más influenciados por la poesía norteamericana y la ruptura con la metafísica, dice.

La obra de Aranda Andrades apuesta por un retorno al encuentro con el misterio de lo sagrado, basado en el uso de altos conceptos filosóficos acuñados por intelectuales como Derrida y Carl G. Jung, en combinación con sucesos de la vida cotidiana, es decir, a partir de la realidad más cercana a los sentidos, pues como ella misma afirma «no hace diferencia» entre estas, y es, justamente, en el contacto sujeto-objeto donde se difuminan los bordes del uno y del otro.

Hoy

creí tanto en mi existencia

que ni la lluvia pudo llevar un rostro

distinto al mío.

Actualmente ha volcado su concentración a la investigación del doctorado en filosofía que cursa, y anuncia que, a partir de ello, saldrán varios ensayos a publicar. Frente a la pregunta por el devenir de su escritura poética dice: «La poesía siempre está, aunque por este tiempo me dedicaré al ensayo. Me gusta transitar entre ambas cosas». Han pasado dos horas desde que comenzó la video llamada y en Madrid ya es hora de dormir.

(*) Ilustración de Vladimir Morgado.

Sin comentarios

    Leave a Reply