El testimonio de una integrante de la equipa de la revista independiente más imprevisible que se levanta en la Región de Valparaíso, que ha creado una comunidad en torno a ella.
Por Tabata Yáñez
Un cuerpo gestante se prepara durante meses para dar a luz. Primero se extiende el radio de la sensibilidad, que viene con la revolución y los cambios de ánimo. Después los órganos se mueven lentamente para hacer espacio. En general, predomina una energía vital; esta se potencia si una red de apoyo y ternura acompaña el proceso.
Llegada la hora de parir, el vigor es atómico. De ahí para adelante, criar es trabajo a ciegas. Desde un inicio viene sellado el amor incondicional. Así nació Erráticas.
Errante: que se mueve sin rumbo fijo o sin asentarse en un lugar. Que cambia con frecuencia.
Me propusieron ser parte de Erráticas durante un almuerzo post marcha 8M de este año, cuando recién anunciaban Mujer Salvaje [el primer número de la revista], que venían armando desde fines del año 2020.
En una mesa grande, rodeada por mujeres que rápidamente inspiran, los platillos veganos del Govinda’s (local al costado del Parque Italia) llegan uno a uno. El sitio donde los dejan crea la forma en que todas comparten. Sus capuchas y mochilas quedaron amontonadas en un rincón. Desaparece la comida al ritmo del diálogo. Janny Lobos, fundadora, y Kika González, mano derecha, preguntan por –en ese tiempo– el estado de mi cesantía mientras presentan al grupo. Algunas ya son parte de la equipa. Llevamos la conversación hacia las habilidades que se requieren para trabajar en un medio. Sin embargo, esto no se parece a nada que haya visto antes.
Horas más tarde, dado el «sí» mayúsculo de mi respuesta, la discusión toma su propio rumbo. Ya no se trata sólo de un tema. Sus ideas saltan con una claridad que remece, los argumentos son construidos con emoción y fuerza. Aquí no manda sólo la razón. Algo totalmente diferente se levanta frente a todas. Ya tiene pies, manos y cabeza. Sus madres están orgullosas, son sabias, le están alimentando bien. No descansan.
Días atrás, a comienzos de marzo, una cápsula de video en Instagram y Facebook daba inicio a la campaña de financiamiento de crowdfunding que le daría de comer: permitiría imprimir los quinientos ejemplares del primer número y encaminar el segundo. Este mecanismo colectivo llevaba, en la virtualidad, la consigna #YoApañoAErraticas. A partir de entonces, y durante un mes, decenas de personas empezaron a formar una red de apoyo, difundiendo y pagando montos que iban desde los dos mil pesos.
La reunión sigue mientras se camina por Pedro Montt. La Janny propone los relatos de su lista para el próximo número; como editora, guía el sentido que le daremos al texto. No es informativo, no defiende lo neutral. La editorial está anclada, su peso resuena con nosotras. La Kika despliega creatividad imaginando la estética, es la encargada del arte y la creación de los contenidos fotográficos. Tomamos una micro.
Subimos al cerro Esperanza, llegamos afinando detalles que resolvemos tomando un té, comiendo dulces. En Casa Ruda circulan más integrantes, sus nombres son conocidos, hasta el momento se pueden contar seis, seremos más. Varias representan sus oficios con creces, cada una tan hábil como la otra. Tienen vocación en la escritura, la psicología, el periodismo cultural y digital, la ilustración, la brujería, lo audiovisual, el diseño y la fotografía. Ninguna se limita sólo a eso. El ambiente se estimula progresivamente.
Erráticas, como tal, es un medio de comunicación independiente, anticapitalista y con perspectiva de género. Lo que ya han dicho, pero siempre es bueno volver a mencionar: se ubica desde un lugar distinto, permitiendo la representación de mujeres y cuerpas disidentes en el espacio público. Identidades que el modelo hegemónico de periodismo, en los medios tradicionales, no busca visibilizar pues, como cualquier otra disciplina, descansa sobre cimientos patriarcales.
Mientras tanto, los comentarios hacia Erráticas hablan por sí solos. Pasados los meses (ya casi un año), la labor se ha ido extendiendo sobre la marcha, juntas. Siempre impulsadas por su fundadora, quien cuida y alimenta más a la criatura. A pesar de la distancia, porque nos repartimos entre la Quinta Región y más allá, nos reunimos en lo digital.
La dinámica de las juntas mensuales es que son, al principio, guiadas por Aylin Zúñiga: nuestra «psicóloga transpersonal, feminista y bruja integral», encargada de crear columnas que nos ayudan a conectar con la espiritualidad. Dicho cargo traspasa la revista.
«Me gustaría que miren a su alrededor y busquen un objeto que les llame la atención. Obsérvenlo y cuéntenme qué les hace sentir», sugiere. Las respuestas van señalando pistas de nuestras historias: un globo amarillo en la pared revela aspiraciones sobre un futuro mejor, otra cosa afloja emociones como el miedo. Nos escuchamos y lloramos. Recibimos el comentario empático a través de una señal con poca frecuencia cuando termina el turno.
Erráticas, como medio, destroza el formato tradicional al ser multimedia (página web, redes sociales y papel). Tres piezas conforman una sola narrativa libre de un espacio físico limitante. Estas dimensiones son moldeadas por les y las compañeras. El resultado final es la esencia de todes. Por eso, se vuelve algo parecido a un libro objeto. La libertad para estos fines es incondicional.
Erráticas, como una corporalidad, más allá de la revista, se conforma por casi once personas, aunque hoy se podría decir que la constituyen un número casi imposible de evaluar. De todos modos, la comunidad virtual logra dar una pista: el número de seguidores va en más de 5.000 con miras a seguir creciendo orgánicamente, dando paso a la invención de otros espacios únicamente digitales. Por lo mismo, la sección «Antológicas», que fue inaugurada a mitad de noviembre, permanecerá sólo en la web, mostrando colaboraciones independientes a las del papel. Todo gracias a la rica y alta interacción en redes sociales. Hemos logrado conectar con miles que se sienten representades, audiencias que son fieles y nosotras a elles. Se involucran en el contenido y la conversación, ya que es suya. Nos nutrimos recíprocamente. Nunca antes internet hizo tanto por nosotras.
En una jornada poética, hace algunas semanas, en La Máquina Rosa, la Janny y la Kika presentaron el trabajo hecho hasta ahora. Tres números posaban como muestra en la mesa de la habitación. «Erráticas ya no pertenece a unes por sobre otres. Se lanza y hasta ahí llegamos, escapa de nuestras manos, toma su propio rumbo», concluían. Allí, entre les asistentes, se puede materializar esa oración, imaginando a quien está aprendiendo a caminar. Veo sus primeros pasos. Tambalea y cae, aún no se puede la cabeza. Pero con ayuda logra cruzar a un extremo, sosteniéndose firme; por la emoción se suelta, corre. Ya sabe cómo ir de un lugar a otro, pero sin un rumbo fijo.
Así las cosas. Seguramente, en cuanto se imprimieron los quinientos ejemplares del primer y segundo número ya venía zanjada la independencia. Fue imposible anticiparse, creció tan rápido. En tanto, a nuestro sistema de ventas, que consiste en entregar las revistas desde nuestras casas, sólo le queda asegurar que llegue el tomo completo. Lo curioso es que no finaliza en meses, sino en ciclos. Por ejemplo, del tercer número aún quedan doscientos ejemplares, que continúan siendo comprados en internet o ferias, lo que sólo es posible porque los relatos gozan de una atemporalidad que aún no podemos explicar. Los textos remueven, incluso en salones de clases.
Todavía no está consolidada la autogestión, pero ha resultado. Tampoco recibimos ningún tipo de ingreso extra, sólo obtenemos para gastos operacionales e impresión. Podríamos rematar que es un modelo fallido de autogestión pero qué madre no comete errores.
(*) Fotos cedidas por Kika Francisca González.
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