Pocos espacios universitarios están desarrollando la docencia de la escritura. Nuestra cronista revisa su experiencia en el único regional: el diplomado de Escritura Creativa de la PUCV.
Por Silvana González
Me despido con un audífono colgando en el hombro, la cámara encendida por unos segundos apenas, para que puedan ver en el cuadrito mi mano moviéndose al mismo tiempo que la imagen se corta abruptamente. «El host ha finalizado la llamada.» Alcanzo a ver los rostros, a un mismo tiempo en la pantalla, de quienes escuché las voces, a momentos inconexas de sus respectivas bocas. La libertad de estar en mi casa me permitió varias veces, sincerándome, tomar las clases del diplomado en Escritura Creativa de la Universidad Católica de Valparaíso desde mi cama, aturdida en alguna mañana de sábado post turno del local donde trabajo. Otras personas también ocultaban sus rostros en ocasiones; estarían en una situación más extrema, como ir manejando o caminando en la calle. Así, durante los últimos seis meses, en situaciones random; incluso alguna vez desde la barra de mi pega, pude sintonizar a las 11 AM unas clases que en otro momento hubiesen sido cara a cara y probablemente ya estaría, por estas fechas, comiéndome unos canapés de cortesía y tomando champaña. Pero no es así.
Esta última sesión del diplo me recuerda latente los cien mil pesos que debo de un mes en que confundí mis cuentas o me confundí yo, tal vez a propósito, y no pagué. A través de algunos correos me han estado pidiendo que me ponga al día, primero de manera afectada y luego un poco pasivo-agresiva. Me recuerda que debo pagar también este mes, aunque espero, ilusa, que la deuda se disuelva como el fade de los rostros del Zoom. Igual hay al menos un mes del que me siento un poco menos adepta a pagar. De la variedad de profesores, y las anheladas profesoras del calendario, hubo un par que me dejaron perpleja o con los que simplemente no logré conectar. Por ejemplo, una larga y tediosa sesión, con un dejo a conversación de curaos, sobre guiones que no aprendí a construir y conflictos que no se explicaban del todo. Será que se echa de menos aunque sea un powerpoint como ancla para guiar esas mismas divagaciones. Sentí que sería mejor fusionar los segmentos de dramaturgia y guion, o decidirse por uno profundizado, porque se espera, pese a la propuesta diplomado/taller, la entrega de una formación planificada. Y sí, en algunas de esas clases –sé que no soy la única– sencillamente no valía la pena acomodar el horario de la pega para poder asistir. Este par de instancias fantasmeaban el pago por ellas y, aun así, recordando eso, un gran peso hacía el click para volver a mi cotidiano.
Teniendo presente la plata como método de entrada a este espacio y no habiendo un filtro previo de escritura, el retorno de los demás escasea un poco, así como la lectura de los mismos proyectos individuales. La introducción a la poesía, como primer acercamiento lector, generó entusiasmo; un valioso conglomerado de textos rescatados y traducidos, desde poesía antigua y medieval a posmoderna estadounidense, animaron una primera lectura atenta y disciplinaria. Los sumerios, la ambigüedad y la existencia. Neologismos, el espacio del verso que planta la duda. Pronto llegamos a ejercitarnos en una clase tan veloz como útil. Un curso de técnica poética fundado en pensar rápido para medir versos en tiempo real. «La poesía te regala algo que no sabías que querías» y ese regalo también estuvo en poder complementar la función de taller con la entrega que venía directamente por wifi desde Nueva York con un raudo Ezequiel Zaidenwerg.
Dos sesiones de Costamagna que se sienten breves, exactas y hermosas. Queda el deseo de que se hubieran prolongado para haber tenido su lectura delicada de cada participante; apuntes sobre personas, personajes y narradores. Tal como dijo, «el narrador debe ser distante para inmiscuirse de a poco en el personaje». Abordó los textos entramando un afuera para poder llegar al centro de los mismos; una vez allí, cristalizaba momentos. Así, cada texto producido, en base a pies forzados, se tornó especial por denotar cada arranque de creatividad que, por cierto, se comprobó que todos tenemos, aunque sea un poquito. Alejandra hacía echar de menos algo entrañable.
«El superhombre nietzscheano no sería en absoluto usuario del correo electrónico»; la lectura lenta de Nietzsche iba justamente en contra de esta época veloz y digital.
Ricardo Piglia fue el nexo con Cynthia Rimsky, el narrador que vacila y no termina de entender. Hubo algo en ella que me retrajo a las clases de acción de arte en la universidad (UPLA, no Católica). La performance, esta vez desde la escritura. Ambas profesoras, en distinta instancia, directas, apegadas al material y curiosamente pelirrojas: Nancy Gewölb enseñaba a rodear los objetos para poder deconstruir sus convenciones; Rimsky, a desplazarse hacia una intimidad con ellos, donde traducía las pasadas de la literatura no como el objeto, sí como el ir y venir; el no saber. El afuera, esta vez, realmente desde afuera. Así, comenzar el desapego a la explicación, eliminar el porqué. Había cavidades identificadas puntualmente por Rimsky, quien no parpadeaba, al tiempo que su pelo se desordenaba infernalmente al recriminarlas. De a poco fueron conectándose menos, llegando cada vez menos a las clases. Fuguet la describió en una entrevista como «una escritora freak; una señora que se tiñe el pelo porque tiene canas, pero era de las personas mas duras y peligrosas que me asustaba en Chile.» (Pensaba también que un día aparecería en el diario como mártir por huevear a la Lucia Hiriart.) Así, de a poco sus comentarios fueron destrozando, al mismo tiempo que construía nuevas formas de leer:
«No es la servilleta en tu relato, es habitar el momento de la servilleta, ¿me entiendes o no?»
Pasada esta mirada ásperamente justa, hacia el final, y tal vez por esa misma falta de filtro, varios fueron abandonando el diplomado. La entrega final fue cinco de catorce integrantes. Las correcciones de Enrique Winter fueron precisas y esclarecedoras durante esta. Es la guía objetiva que te hace cuestionar cada palabra elegida en un conjunto, muy de la escuela de poesía aplicada a la narrativa. Considero que eso es importante para dejar de sobreabundar los escritos y que la finalidad del diplomado es poder pescar un proyecto de escritura y pasarlo por varios modelos, que se vaya desplazando al mismo tiempo que adquiere nuevas formas y dejando vicios antiguos. Para quienes saben sacarle el jugo, pueden ver un avance. Con Macarena García, pueden acceder a una fuente de conocimiento teórico gigante, si es que ya no se logró conectar con otra cosa. Falta de compromiso, me dice una compañera amiga que logré hacerme a la distancia; motivación o seriedad. Pero una vez invertido en ello, hay herramientas que vale la pena tomar.
(*) Ilustración de Vladimir Morgado.
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