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Crónicas

Inhalando el pasto de Wembley

La misteriosa desaparición de Ted Robledo (IndieGestión, 2020), del porteño Néstor Flores Fica, fue galardonada con el premio 2021 del Instituto de Historia y Estadística de Fútbol de Chile y la Agrupación Nacional de Escritores de Fútbol.

Por Christian Le-Cerf

Bless you wherever you are
Windswept child on a shooting star

Bless You, John Lennon

Ben es top. Ben pide Pepsi con chacarerou, please. Ben es Top, Top Underwear. Ben es el grito de gol ahogado de un equipo que se acostumbró a ganar y que reniega de su verdadera esencia: abrazar el arco y la calculadora. Pero este pretty boy inglés no es el primero ni será el último producto de importación al combinado nacional. Antes de Ben, estuvo George.

Más de medio siglo atrás, para el Mundial de 1950, Jorge Robledo, conocido como George por la prensa británica, fue convocado a la selección chilena. Nacido en Iquique, de padre chileno y madre inglesa, se fue tempranamente con ella y sus hermanos a Reino Unido. Destacó en el fútbol escolar, en el amateur y en la exigente, pero delightful, liga británica. Primero Barnsley, luego el apogeo: Newcastle United. Primer chileno en brillar en Europa; primer sudamericano en ser goleador en pasto inglés; de apretón de manos con Winston Churchill a portada de disco de John Lennon. Una verdadera sensación.

Y también estaba Ted, su hermano.

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En la boletería 16 del Estadio Nacional, Néstor juega con su hermano en el suelo, mientras su tío trabaja vendiendo las entradas para un cotejo perdido por allá en los años ochenta. Compite Colo-Colo, el popular, y se especulan más de setenta mil personas en el Coloso de Ñuñoa para esa tarde. De pronto, un puntapié del tío alerta a los jóvenes: viene llegando Carlos Caszely. Los hermanos, emocionados, levantan la mirada para ver al astro. Llevan varias horas ahí y han visto desfilar a varios jugadores del albo. Los más noveles, desconocidos o bancas, llegaban temprano, por lo menos dos horas antes del partido. Los cracks, las estrellas, los que abrían el score y salían en portada de la revista Estadio, arribaban en los autos de moda poco menos de una hora antes del match. Pero Caszely era Caszely, el ídolo.

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Eduardo, conocido como Ted en UK, era el hermano menor de George. Y si bien tuvieron carreras deportivas muy similares, uno siempre relucía más que el otro, quedando Ted a la sombra de su hermano. A donde fuera George, su hermano iba con él; expresa petición del atacante en sus negociaciones. Así fue como recalaron en Barnsley, Newcastle, Colo-Colo y la selección. Hasta el Real Madrid de Bernabéu estuvo dispuesto a pagar los pases de ambos para tenerlos en la tienda merengue, pero la negativa de Ted de pisar suelo español mientras estuviera Franco en el poder fue más fuerte. George brillaba en la delantera: «goles son amores», dicen. Ted, en cambio, suplía sus carencias técnicas con un esfuerzo físico encomiable y disputaba balones en el mediocampo, cortando jugadas y pasando la pelota hacia la ofensiva. Sus mejores momentos, eso sí, fueron cuando compartió camarín con George. Eran los hermanos Robledo.

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Hugo Flores, profesor de historia y colocolino de raza, se aseguró de que sus hijos fueran al estadio desde muy pequeños, bautizados por la locura y algarabía de las gradas. Néstor, inclusive, fue mudado una vez en el antiguo Estadio Municipal de Quillota, con apenas pocos meses de vida. Viajaban, también, a Santiago, en un trayecto de tres horas y media, ida y vuelta. El regreso, algunas veces, pilló al profesor y a sus hijos infringiendo el toque de queda, cuando las calles del puerto eran asediadas por la sombra gris ratón que oscureció el país largo tiempo. Pasajes y entradas en mano como seguro de vida, volvían a Playa Ancha con el riesgo de ser detenidos; suerte que el profesor hacía clases en Valparaíso, ya que varios de los pelados que los paraban habían sido alumnos suyos en el plan.

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Las vidas de George y Ted fueron disímiles tras dejar el fútbol. George terminó su carrera en el O’Higgins de Rancagua, tras haber negociado un puesto de trabajo en la Braden Copper Company, hoy Codelco División El Teniente. Luego se trasladaría con su familia a Viña del Mar, donde las haría de instructor deportivo en colegios de la zona, falleciendo en la Ciudad Jardín en 1989. Ted, por su parte, tuvo una vida bastante más peculiar y mucho más corta. Regresó a Inglaterra y fichó por el Notts County, pero el jugar sin su hermano y la falta de físico, por la edad, hicieron que se retirara prematuramente. Tras esto, volvió a Chile para trabajar como electricista en la sede de la NASA que se había instalado en el país, la primera fuera de Estados Unidos. Después fue entrenador del Once Municipal de El Salvador, con magros resultados.

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En una de las tantas conversaciones sobre el equipo albo, sus hijos no escondían la ferviente idolatría por el Chino Caszely, pues no existía otro centro delantero tan efectivo en la historia del club, especialmente con la letal dupla que conformaba, por ese entonces, con Severino Vasconcelos. No obstante, el padre les comentó a sus hijos sobre un chileno-gringo que había venido desde Inglaterra a jugar a Colo-Colo, un tipo de delantero que, hasta el momento, no se había vuelto a ver en suelo chileno. Y que, al igual que ellos, tenía un hermano, que también se había calzado la casaca blanca, pero que había desaparecido hacía bastante tiempo en la oscuridad del mar de Omán.

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Ted terminó sus días trabajando en la industria petrolera, construyendo torres de extracción en las costas de Brasil y África, por encargo de la norteamericana Drilling Company, que concentraba sus barcos petrolíferos en el golfo Pérsico. En este momento es cuando se le pierde el rastro. Teorías hay muchas, desde un posible suicidio, el clásico accidente que exculpa a todos los presentes, un asesinato, ya fuera por una riña de alcohol o dinero, o incluso haber sido descubierto en su rol de agente del Secret Intelligence Service(conocido mundialmente como el MI6 que emplea a James Bond). Esto, principalmente, por la coincidente presencia de Ted en lugares donde el Imperio británico había puesto sus afilados y coloniales colmillos. Lo único cierto, hasta el momento, es que mientras se encontraba en sus días libres en Dubái, conoció a un capitán de barco alemán que lo invitó a navegar un par de días por el golfo de Omán. La nave partió con Ted y su anfitrión desde el puerto, pero al regresar no había rastros del chileno. Era diciembre de 1970.

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Néstor creció y realizó una extensa investigación. Con la promesa hecha a Carmen Calé, viuda de Eduardo, de publicar el libro antes del aniversario número cincuenta de la desaparición de su marido, llegó la versión final del texto. Estas páginas tratan de dar una respuesta, ficcionada, a los acontecimientos que derivaron en la misteriosa desaparición de Ted Robledo. Lo cierto es que en sus páginas George y Ted se reencuentran, una vez más, en la mítica final de la FA Cup de 1952, inhalando el pasto de Wembley.

(*) Ilustración de Vladimir Morgado.

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