Eduardo Cobos
Schwob Ediciones + Liquen
63 páginas
SOBRE EL AUTOR
Eduardo Cobos realizó estas entrevistas en Caracas y Santiago. Hace dos años Cobos también tradujo el clásico Vidas imaginarias, de Marcel Schwob, que le da su apellido a la editorial. Reproducimos a continuación una parte de la tercera entrevista, hecha a Pedro Lemebel. El libro íntegro se puede visitar en ISSU.
LA CRÓNICA: UN GÉNERO BASTARDO
Con La esquina en mi corazón (1995), que es tu primer libro de crónicas, consigues una gran factura literaria…
Allí recogí una serie de crónicas publicadas desde el ´89 en la revista Página abierta. Es mi mejor libro ya que tuve el tiempo de escribir, reescribir, con mucha paciencia para elaborar esos textos que están como estampados. Es como si hubiera tenido el tiempo para maquillarme mejor.
Son como postales, ¿no te parece?
Exactamente. Pude hacer ese abanico de postales homosexuales de la ciudad, donde retrato, con mucho arropo, el mapa urbano del deseo homosexual: los baños turcos, los parques, los cines. Es decir, con una elaboración de voyeur pillado en el acto. Un voyeur que mira en el espejo de su ojos en el fondo, en el espejo de su deseo y lo rehace a lo mejor con mucho manierismo. Pero también hay referentes como Néstor Perlongher. Sobre todo, me maravilló su libro Alambres. Hay en La esquina…, si se quiere, una saturación de esos textos. Ése fue el primer encuentro con un texto potente, cargado de resplandores impotentes.
Por otra parte, con De perlas y cicatrices (1998), que son crónicas radiales, realizaste una indagatoria en los medios masivos de comunicación. ¿Por qué elegiste precisamente los espacios más contaminados por la postura neoliberal?
Lo más fuerte que hizo la dictadura, fue dejar las caras que animaron la cueca de la tiranía. En Chile quedó todo eso intacto. La misma gente que comulgó con el horror, ahora son verdaderos dioses de la pantalla. Entonces, me parece que esa parte no está desvelada en su totalidad. Nadie puede hablar de derechos humanos habiendo participado públicamente en la dictadura. Hay un pasado, una cantidad de cadáveres que es difícil justificar desde una ética básica. Esa es la única fuerza que le imprime deseo a tu escritura.
Y por supuesto está la gran carga de oralidad.
Siempre he trabajado así, también con la radio, porque la oralidad permite que esos textos lleguen a mucha gente que no tiene la costumbre ni practica la satisfacción de la lectura. Hay gente que no puede comprarse un libro o que para comprárselo le dignifica el sueldo de una semana. Y quizás la lectura la practica en otras instancias de la vida, como es la radio o bien el pedazo de diario donde les llega envuelta la carne.
En todo caso lo que escribes es casi inclasificable…
Me es complicado situarme en esa nube abstracta de la escritura sin género, sin sexo, sin política en el fondo. Tengo una postura que no necesariamente es un esencialismo, tal vez se extreme en algún tipo de lugares un poco desfasados por la globalización, pero tiene que ver con pequeñas defensas de ciertos territorios. Por ejemplo, frente a un homofóbico me comporto como la última loca del mundo y, en ese sentido, construyo un territorio donde ese homofóbico no puede entrar. Esa es mi contención.
¿Por qué la crónica?
Quizá elegí la crónica porque tiene la instantaneidad de lo contingente que urge ser escrito, tiene esa cosa de flash. Entonces recojo, en mis desvíos y tránsitos por la ciudad, ciertas instantáneas de ese vivir urbano y lo testimonio, lo adorno, lo teatralizo en la página crónica. Toda historia comienza en el equívoco, en el doblar tu desplazamiento acostumbrado, ahí empieza la aventura, y ahí recién estás alterando el mapa ritual de la domesticidad urbana. Cuando doblas donde no tenías que doblar o cuando produces ese quiebre en los desplazamientos rutinarios, estás elaborando otro más.
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