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Entrevistas

Vive el mundo y escucha todas las palabras: Óscar Luis Molina

Editor y traductor, Óscar Luis Molina ha trabajado en Grijalbo, Pomaire, Andrés Bello y Tajamar. Fue fundador de Ediciones Universitarias de Valparaíso, donde publicó a Carlos Droguett, Alfonso Alcalde y Patricio Manns, entre muchos otros. En Pomaire fue el primer editor de Respiración artificial (1980), libro clave de Ricardo Piglia.

Por Diego Armijo

Recogiendo datos sobre la fundación de Ediciones Universitarias de Valparaíso, con razón de su 50 aniversario, aparece nombrado Óscar Luis Molina, quien la inició. Consigo su contacto y al comunicarme con él acordamos esta entrevista en un café de Providencia. Al llegar, Molina se sorprende; pensaba que sería un viejo como él quien lo entrevistara, dice.

En su juventud vivió en Viña del Mar, ¿cómo la recuerda?

—Tengo una relación ambivalente con Viña. Mi mujer a Viña le llamaba Pleyton Place. Era una serie de televisión de la vida de un pueblito chico norteamericano. Era una ciudad de 60.000 habitantes, Viña, donde todo el mundo se conocía. Me acuerdo que con mi hermano sabíamos de quién era cada auto que pasaba donde vivíamos.

Desde que volvió del exilio, solo vino un par de veces a Viña. Muerta su madre, ya no más.

Su formación lectora se inicia en los Padres Franceses, para complementarse con los libros de la librería Universitaria en Valparaíso, la librería Orellana y la biblioteca de la Squola Italiana. Parte a estudiar a Barcelona. Allí trabajará como traductor para Grijalbo. Tradujo a Francis Scott Fitzgerald, pero también la autobiografía de Hedy Lamarr El éxtasis y yo (Grijalbo, 1968), con la cual fue acusado de obsceno, dice. Se entera en Barcelona, por unos primos, de la Reforma Universitaria, quienes le ofrecen una última oportunidad de volver y hacer clases. Con su esposa e hijas vuelven a Chile. Pierden el avión pues sus papeles, desde que se fue a estudiar allá a principio de los 60´, no habían sido actualizados. Su familia solo los esperó en el aeropuerto en la primera oportunidad. Fue Allan Browne, en el segundo intento, quien los fue a buscar. Su experiencia formativa en Europa lo preparó para lo que sería EUV.

¿Cómo propuso el proyecto de EUV a la Católica?

—Con el rector Raúl Allard no hubo problema. El problema fue con el Senado Académico de aquella época, que descubrieron que tenían hambre por las ediciones una vez que planteé mi proyecto, antes no estaban interesados en el tema.

¿Conocía experiencias similares?

—En Francia conocí la estructura de una empresa muy curiosa que es Press Universitaires. Una cooperativa de profesores que publica lo que producen las universidades, pero tiene un director y editores que trabajan y le proponen a las universidades, a los profesores, distintos estudios y libros. No es un ente pasivo que recibe libros. En general, no publican lo que llaman libros para curriculum, sino que libros que puedan interesar a todo el mundo, además de a los colegas.

Además del caso francés vio las experiencias de la EUDEBA en Argentina, y de la editorial de la UNAM en México.

—Empecé a dibujar un proyecto, que era hacer una empresa editorial en Valparaíso. Autónoma, financiada inicialmente por las tres universidades, pero autónoma. Por eso el nombre: Ediciones Universitarias de Valparaíso. Y no de una universidad.

Se entera al llegar e ir armando el proyecto que no había lugar en Valparaíso donde imprimir libros. Debía hacerse todo en Santiago. No se detiene.

¿En dónde imprime?

—En la imprenta de la Católica de Santiago. En la de la editorial Universitaria y una nueva que se creó, de unos muchachos, que eran del MAPU. Ahí se imprimió el libro de Manns, el libro de Alcalde y varios más. Algún libro hice también con los Salesianos.

Entonces los libros que se hacían en Valparaíso se imprimían en Santiago.

—La edición y la preprensa en Valparaíso. Mandábamos la película a Santiago, para imprimir en offset. Empezamos a trabajar con libros a cuatro colores nosotros. El libro de Lukas y otro de Valparaíso, que tenían unas láminas, se imprimieron en prensa plana, había que calibrar para que cada color cayera justo. El pelao Browne durmió en la imprenta, para poder hacer eso. Un proyecto inaudito en ese momento.

El personal era reducido. Con Grijalbo aprendió que en una oficina editorial no podía haber más de siete personas juntas. En la oficina estaban él como editor, un gerente de ventas, un encargado de contabilidad y la secretaria editorial. Allan Browne, el diseñador, trabajaba en su casa. Así también los correctores, pues, dice Molina, es necesario un espacio silencioso para tal labor.

Dentro del personal nuestra conversación destaca a Djnana Guzmán, la secretaria editorial.

—Ella empezó como secretaria, conmigo. Hizo muchos libros, a Droguett le compuso un libro entero. Creo que también alguno de Alfonso Alcalde. Y también el de Patricio Manns lo escribió ella, en la máquina que teníamos en la oficina. Eso nos bajaba el costo brutalmente porque el rendimiento de esta chiquilla era muy eficaz. Hacía un libro en una semana.

¿Cómo ve a EUV en la actualidad? Un dato muy llamativo es que es la editorial universitaria que obtiene mayor cantidad de fondos de publicación año a año.

—Ya lo sé, si yo fui jurado ahí. Mandaban libros y algunos libros muy malos. En el fondo era una editorial del estado. Yo alegué, les dije: están financiando año a año a la misma empresa. ¿Esta es una editorial del estado? Díganlo po. Esto es para estimular a las editoriales, para que se las arreglen por su cuenta. Anda a preguntar por libros de EUV aquí en las librerías de Santiago, ni uno. Por casualidad aparece uno de repente. La UV, que tiene una editorial más reciente, bien pensada, que lo hace Cristián Warnken, que dirige; esos libros sí están en librerías y hasta ha ganado mercado.

Hemos nombrado desde el inicio de nuestra conversación, interrumpida varias veces por un funcionario municipal que corta ruidosamente el pasto en el parque cercano a donde estamos sentados, a Alfonso Alcalde. Pregunto.

¿Cómo era Alfonso Alcalde?

—Alcalde era un personaje insólito, increíble, de una tremenda vitalidad, de un hambre continuo y una sed continua, sobretodo. Muy paranoico, asustado de los que pasaba en Chile. “Va a quedar la cagá”. Todo el rato leía noticias espantosas. Él, cuando fue el golpe, estaba en Montevideo, en Uruguay. Yo estaba en Buenos Aires. De repente apareció Alfonso Alcalde, llamándome para avisarme que venían tanques del Campo de Mayo a Buenos Aires. “¿De dónde sacaste eso?”. “Escucha la radio”. No pasaba nada, todavía. Pasó dos años después. Andaba así. Yo le publiqué Marilyn que estás en los cielos [1972], que se vendió muy bien.

¿Cómo trabajaron ese libro?

—Lo hicimos con el pelao Brown. Un periodista de una revista se robó todas las fotos, no pagamos ni un derecho. Íbamos recibiendo material, Alfonso iba escribiendo los textos —él tenía la idea de lo que quería decir en general con el libro— y con el pelao Browne ahí en el suelo de mi casa: ¡Esta foto hay que poner! Así se armó el libro.

De ese libro se vendieron en quince días dos ediciones. La primera era lujosa, con un papel muy bueno. La siguiente fue con papel de diario, barato, pésimo, porque no había más papel. En Argentina vendió unos 2000 ejemplares. Feroz exportación, afirma Molina.

¿Cómo distribuían los libros?

—Teníamos un vendedor para el sur de Chile, al cual le habían acondicionado una camioneta. Tenía un camastro donde dormir. Lo cargábamos de libros y el tipo partía, vendía sobre la marcha y nos comunicaba, “se nos agotó tal libro, mándamelo a Chillán”, y se lo mandábamos. Era un vendedor viajero, pero con los libros puestos. Se metía en los lugares más insólitos donde no había llegado nadie y vendía todos los libros al contado. Llegamos a que el 50% de nuestra venta fuera en provincia. Teníamos otro que hacía lo mismo para el norte.

“[…] da la impresión de un hombre tranquilo, casi en la frontera del bien y el mal, como si viniera de regreso de todo, cansado de saborear una gloria un poco tardía, agotado por la estridencia de un mundo interior que parece mantenerlo en estado atlético y tenso”.

“Carlos Droguett” de Alfonso Alcalde

Gente de Carne y hueso (Universitaria, 1971)

Publicó de Droguett, ambos en 1972, Escrito en el aire y la reedición de Los asesinados del Seguro Obrero. ¿Cómo fue su relación con él?

—Muy bien. Nos hicimos muy amigos con Carlos. Nos iba a pasar los derechos de todos sus libros a EUV. Fue muy agradable trabajar con él. Me enseñó a comer con palillos en un restaurant chino en Valparaíso que había en una esquina entre Cocharne y Blanco. Él sabía comer con palitos y me enseñó, me costó, pero al final le achunté. Me mandó, después cuando ya vivía en Buenos Aires, los libros que publicaba en Europa. Le tradujeron varias cosas en Francia. Vivió en Suiza hasta que se murió allá. Me decía: “¡No vuelvas a Chile!”

El golpe de estado de 1973 atraviesa la vida de todos estos hombres. En el caso de Molina debe irse a Barcelona, con ayuda de su amigo Juan Grijalbo. Antes, militares fueron a la oficina de EUV, con una lista de libros, a requisarlos. Molina no estaba presente.

—Llegaron con un camión y empezaron a cargar libros, cajas. Se salvaron, entre otros, el libro de Patricio Manns. Para leer el Pato Donald (1971) de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, se lo llevaron todo. Acababa de salir una tercera edición. Se salvaron porque el jefe de depósito pateó algunos ejemplares debajo de las estanterías. Salvó un montón de libros.

¿El de Patricio Manns?

—De Manns y otros. Los escondió. Estos venían a llevarse los libros. Lo gracioso fue que se llevaron al gerente de ventas, en el mismo camión, para que colaborara en el lanzamiento de las cajas, ahí en el camino a Playa Ancha. Al agua. Así fue pues. Así terminó una parte de los libros de la editorial.

El libro de Patricio Manns del cual hablamos es La revolución de la escuadra (1972). Libro de divulgación histórica donde Manns, en base a los papeles que Molina le compró a la hija del almirante Von Schroeders, ministro de guerra en 1930, traza aquel episodio de sublevación de la rama naval. Se relata en el libro un episodio, vergonzoso dirá Molina, en que aquellos marinos zarparon en el guardiamarina Baquedano llegando a San Francisco para enfiestarse, siendo detenidos por la policía local. Uno de los implicados en aquel hecho fue Sergio Huidobro, comandante de la Infantería de Marina durante la dictadura cívico-militar que se inició en 1973. Dice Molina que eso podría ser la razón del allanamiento y el posterior lanzamiento de los libros al mar.  

Junto a los libros mojados estaba el manuscrito de Sabor a mí, primera obra de Cecilia Vicuña, que sería publicada por EUV, pero que se atrasó en salir y el golpe la detuvo definitivamente.

Debe irse al exilio. Al aeropuerto lo van a dejar su mujer, amigos y compañero de la editorial. También Patricio Manns.

—Yo no tenía idea de qué había sido de él. Después me contó en París, muchos años después, dónde estaba cuando apareció en el aeropuerto. Estaba escondido, había salido a los tiros de la casa en donde estaba viviendo. Arrancó y se escondió no sé dónde. No sé cómo se enteró de que yo me iba. Llegó a despedirme al aeropuerto. Más loco que una cabra. Estaba medio curao. “Estás loco, te van agarrar a ti, me van agarrar a mí, no me voy a poder ir, me van agarrar a toda mi familia”. No pasó nada menos mal.

Vuelve al Barcelona. Trabaja en Grijalbo. Una tarde lo llama el gerente de ventas de EUV. En clave, usando un romance de García Lorca, le comunica que su casa ha sido allanada y su mujer, junto a sus hijas de 2 y 3 años, detenidas. Su mujer, de nacionalidad española, es ayudada por la embajada. Grijalbo le da la mayor ayuda. Le da la plaza de editor en Buenos Aires a Molina para que inicie la sucursal allá. Además le manda los pasajes a la esposa e hijas de Molina. Un 24 de diciembre se encuentran en el aeropuerto.

Desde Buenos Aires pelea con Grijalbo. Empieza a trabajar en Pomaire.

Quería consultarle por un libro en específico del catálogo de Pomaire, que es Respiración artificial (1980) de Ricardo Piglia. No sé si usted leyó Los diarios de Emilio Renzi (Anagrama, 2015-2017)

Le entrego los extractos del diario referidos a Pomaire y a él, Molina.

—No he podido conseguirme el libro. Ah, [hojea], cuenta todo el detalle.

¿Cómo supo de la novela?, ¿qué le pareció al leerla?

—Supe por Susana Appel. Ella me contó de esta novela de Piglia que ella creía que no se la iban a publicar en Argentina por cómo era. La leí y no me pareció que tuviera ningún problema grave, los milicos no iban a entender ni jota y los censores tampoco, así que se podía publicar. Ricardo era una excelente persona. Era un tipo muy calladito, quitadito de bulla. No le gustaba lo público, yo lo forcé con la novela. La presentamos en toda Argentina, en Posadas, Córdoba y Mar del Plata, no en Buenos Aires, lo cual molesta a la gente de allí. Es una novela importante. Los argentinos en general no se habían librado, sobre todo cuando tenían cierta pretensión de hacer buena literatura, de la influencia de Borges. Este rompe con eso. Desarma el idioma y lo vuelta a armar. Es un lenguaje muy interesante. Además de un cambio de perspectiva brutal, pues escribe desde el futuro, desde todos lados, para evitar, además, la censura. Esta fue su gran obra.

Al quebrar Pomaire, Molina crea Per Abbatt, editorial en la que no alcanzó a publicar un libro de Pilgia que, dice, aún permanece inédito.

—Era la correspondencia de Sarmiento con Chile. Está todas esas cartas en Princeton. Piglia armó una introducción como de ochenta páginas, estupenda, con el contexto histórico entre Argentina y Chile. Y la gracia que tenía ese libro, o la desgracia, porque nadie se atrevió a publicarla —aquí en Chile se la presentó Piglia a la Portales, y creo que se asustaron—, es que es la correspondencia con mujeres chilenas de las mejores familias de Santiago, con las cuales, bueno… y las respuestas de ellas a él. Hay familias que descubrirían asoladas que son descendientes de Sarmiento, aquí en Santiago. Cuando lo leí dije, esta cuestión es una bomba. Me van a crucificar en Chile si la publico, la van a prohibir. Es importante para la historia argentina y chilena. Un mundo que el señor Baradit no sospecha por ejemplo. Las editoriales tampoco. Ahora si tú publicas esto, van a aparecer como moscas, a Princeton, algunos.

Vuelve a Chile en 1990. Trabaja en Andrés Bello donde publica ensayos, los cuales obtienen importantes premios. Es tanto su don de rey Midas, que en la feria de Frankfurt, los editores lo miraban con recelo. Era divertido, dice. “Herralde armó un almuerzo de desagravio para exponer que no era posible que le dieran todos los premios de edición al señor Molina”. En la actualidad es asesor editorial en Tajamar, donde además publican sus traducciones, con el proyecto de traducir todos los libros de Fitzgerald.

—Ojalá alcanzar.

*La foto que encabeza este artículo, “Corresponde al comistrajo posterior a la presentación de Respiración Artificial en Mar del Plata en 1980. Mi cara hinchada se debe a que parece que estoy comiendo algo”.

**La ilustración es de Vladimir Morgado.

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