Yolin, Juan. Techo Ilimitado. PLO editorial: Valparaíso, 2019. 27 páginas.
Por Silvana González
Un poeta investigativo termina por convertirse en un collagista habilidoso, para poder de esta forma desapropiar el saber de su origen y resignificar sus piezas en un nuevo discurso. Así, un acto incalculado y sus posteriores episodios, se transforman en el centro de interés de Techo Ilimitado, un archivo dispuesto cronológicamente a modo de poesía documental, que lanza luces sobre pequeños datos de impacto notable.
El punto trascendental del collage construido a través de las fechas, está mediado por el previo trabajo investigativo del autor, ejercicio periodístico interesado en ahondar en la historia de la aviación del continente. Coinciden con este filtro de búsqueda la interlocución de los objetos dispuestos. Conforman un dispositivo breve donde encuentra unión el azar de la historia y la intromisión de un hombre en ella influenciado por la obra de Shakespeare.
Relacionarse con la naturaleza a través de la escritura, haciéndolo en términos de valor de uso y acoplándose a ella en una cotidianidad, es distinto a hacerlo desde un acercamiento estético u objetual. Ambos gestos se han propagado dentro de la poesía y en la vida también; quien la observa externamente, le da el tratamiento de un espectáculo intemporal, sin consecuencias. Si se la trata de cerca, lo imprevisible de esta termina demarcando con sus ritmos, los límites de lo posible. Un poema de Edward Thomas, Fifty Faggots (Cincuenta haces de leña), trabaja así desde la naturaleza misma, entretejiendo en sus versos la idea de temporalidad que pueda poseer un pájaro, figura central en la que nos detendremos, sin suponer o asumir nunca que sea la misma que la nuestra. Otro poema, To a Waterfowl (A un ave acuática) de William Cullen Bryant, abarca el estado del pájaro, pero termina esta vez acercándose a un discernimiento humano o divino. “Todo el día se han agitado tus alas/ por esa remota altura, esa atmosfera tenue y fría,/ pero no desciendes, cansado, hacia la tierra hospitalaria”. Inspirado en la migración de un ave, el poema es citado por el autor de Techo Ilimitado como “un poema perfectamente olvidable”, quizás precisamente por poseer ese registro moralizador, ajeno a la autonomía y sensatez propias del ave y la naturaleza.
Shakespeare reclamó hondamente la posición de la naturaleza dentro de su obra a través de la ornitología. El ave es la señal acústica que da crédito a los hechos en el tiempo. Con su canto, pone en guardia al público anunciando el día, la noche, la muerte o la alegría; manifestando el entorno como consecuencia suya. Es precisamente ese entorno, el cual no tiene mesura humana y que se vuelve adyacente al vuelo del pájaro, el que se ve fracturado cuando algún habitante de la ciudad lo contempla superficialmente, y lo apropia por fanatismo.
Eugene Schieffelin, aficionado ornitólogo estadounidense y admirador de Shakespeare, intentó introducir todas las aves de sus obras en Norteamérica. En Nueva York intentó liberar 30 parejas de estorninos que no lograron aclimatarse y al año siguiente otras 20 fueron liberadas, las cuales sí se acostumbraron. Se alimentaron de la comida de los animales de granja al no encontrar su fruta autóctona. De esta forma transmitieron la Salmonella en los Estados Unidos. En su desorden caótico, el estornino deja inutilizable los agujeros en donde anida, ahuyentando la posibilidad de que otros pájaros pudieran reutilizarlos. Desequilibraron además los ciclos de aquellos originarios de la zona, al depredar sus huevos. Se reprodujeron en cantidades considerables como plaga y lentamente se volvieron agresivos.
En el clásico The Birds de Hitchcock, los pájaros comienzan a tener conductas irracionales, atacando a las personas y agrupándose en grandes cantidades en los techos. El estornino, pájaro de gran densidad, se agrupa también en inmensos bandos, sin dejar espacio casi entre cada cuerpo; de esta forma, se vuelven en las temidas “balas con plumas” del cielo. Tanto como en The Birds como dentro de este texto, el animal se encuentra desvirtuado en tanto el humano previamente dispuesto, ha considerado sus ciclos como ese espectáculo intemporal y termina recibiendo de vuelta la mano de lo inevitable. El mecanismo de relato es sencillo y a la vez complejo, acerca por medio del dato y las finas ilustraciones escaneadas de José Badia, algo que considero de una sutil certeza. Así el “Punctum” del cronograma se encuentra en su imagen más estética; la acción de contrarrestar el pasado en donde incluso Mozart valoró tiernamente al estornino y el futuro; ese espacio de tiempo donde se encuentra situado el autor. Lo sublime y lo monstruoso se superponen al medio para resultar en un presente ilimitado.
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