El taller de poesía de La Sebastiana funciona desde 1994, gracias a la propuesta de los poetas Sergio Muñoz y Pedro Araya, este último dejó su huella los primeros años, luego apareció Ismael Gavilán. Cada año llegan alrededor de 60 a 100 postulaciones, donde quedaban seleccionados 12 talleristas que comenzaban a trabajar una vez a la semana desde abril a diciembre. Sin embargo, este año se queda Sergio a recibir a Gladys González y a Enrique Winter, generando una nueva dinámica y perspectiva.
Por Javiera Espinosa
Experiencias tempranas
Llegué con 17 años a La Sebastiana sabiendo poco o nada de poesía y de las reflexiones que esta concita. Después del liceo salía corriendo para no llegar tarde al taller y quedar como la “cabra chica irresponsable”. Venía de un cerro de Viña, donde las calles del barrio tienen nombres de poetas, aunque algunos son conocidos como tales y de otros sólo se murmura que lo son. Pablo de Rokha, Pablo Neruda, Carlos Pezoa Véliz, Vicente Huidobro o Zoilo Escobar. Este último, siempre es confundido con Pablo Escobar. Es que el narco abunda y se sigue propagando como un cáncer sin terapia. La última calle es Gabriela Mistral, mi punto de encuentro con una tesis de pregrado que inició en este taller, pues allí Sergio Muñoz nos instó a mirar a Gabriela en su forma revolucionaria, política y multifacética.
Los primeros poetas que aparecieron fueron Gonzalo Rojas, Luis de Góngora, Enrique Lihn, Gonzalo Millán, Claudio Bertoni y Teresa Calderón y entre las conversaciones que tenía con mis compañeras y compañeros, brotaron como contenidas Elvira Hernández y Ximena Rivera. Aún conservo las fotocopias que nos entregaron para lectura de la sesión correspondiente, llenas de anotaciones de otros poemas y poetas que salían al baile. Pocas veces opinaba. Las reflexiones llegaron tiempo después, teniendo ya lecturas y cicatrices en el cuerpo, tensionando aquella que fue la escritura de los 17 años. Nada y/o todo cambia. Mis compañeros y compañeras siempre fueron un espacio de crecimiento, un lugar para potenciar lo que estaba escribiendo y cómo lo estaba haciendo.
El llegar tan cabra chica me dio la oportunidad de comenzar a leer tempranamente y entender que hay que caminar la ruta, encontrar más autoras y otras poesías a pesar de las confrontaciones que el mismo movimiento genera. Natural. Vamos confirmando o negando el mapa que somos.
El nido de la poesía
Para Sergio Muñoz no hay una generación más querida. Imposible elegir una. Todos los años las experiencias son distintas, aunque admite que con la última hay un poco más de cercanía. Pero la última alguna vez será la penúltima y así sucesivamente. “Como esto se trata de un trabajo muy íntimo, es decir, con la intimidad de uno sobre la mesa”, se crea un lazo muy fuerte. Sin embargo, las crisis siempre existieron y hubo ocasiones que a algunos talleristas no les pareció la forma en cómo se esbozaba la manera en que se planteaba la escritura. “Siempre es complejo, porque existe una suerte de interrogante respecto de entrar en un oficio que no se conoce demasiado”.
El taller nunca ha tenido como objetivo la publicación. No es su finalidad. Es un tema complejo. Se trata de una decisión personal que no se alentó abiertamente en el taller. Más bien, lo que siempre se pretendió lograr fue promover un trabajo sistemático de reflexión y creación propia, independientemente de si ese material fuera a publicarse o no. Pero hubo algunas y algunos que siguieron, después de La Sebastiana, en la ruta del oficio. Sergio recuerda a Gaspar Peñaloza, Matías Ávalos, América Merino, Felipe Poblete, Pablo Rocu y acusa que se le quedan varios en el tintero.
Rodrigo Arroyo postuló el 2002, con 21 años. Viajó con recelo desde el arte hacia el mundo de la escritura y el taller vino a empaparlo de diálogos intensos respecto al oficio. Así se mantuvo más en la escritura que en el arte. Este fue el punto de inicio para lo que vendría después. Montó en la región, junto con amigos, la editorial Inubicalistas y desde allí publicó el 2008 Vuelo; el 2012 Mausoleo (Cuadro de Tiza); y el 2013 Incomunicaciones. Según explica, este camino siempre le ha dado la sensación de incertidumbre. Mirar al futuro lo inquieta.
Daniel Tapia estuvo en el taller el 2004 y para él esta instancia vino a reafirmar su noción de que tenía que hacer oficio, seguir escribiendo, corregir, intentar publicar y también alcanzar una voz propia, dejar de ser emulador de otros poetas y poemas. Cinco años después publicó Ki (Perro de Puerto). Y como son pocos los que pueden vivir completamente del oficio, años más tarde trabajó como guardia en una construcción del puerto, y esa experiencia le permitió amalgamar, el 2014, La contru de mi alma (Hebra) y el 2018, Somnívoro (Autoedición), un libro bi; un mazo de cartas que viene impreso con poemas junto a Cometa Ludo, quien se ocupó de la gráfica. Daniel tiene en carpeta Kame hame ha, además de un libro inédito, Pequeño odioso, que espera sean publicados este año.
Valentina Osses llegó con 22 años el 2005 al taller, teniendo ya las huellas de otros espacios similares con Mauricio Redolés y Rafael Rubio. La Sebastiana la llenó de compañeras y compañeros valiosos, quienes, junto con Sergio e Ismael Gavilán, la ayudaron a disciplinar el camino de la poesía y la crítica en su proyecto poético, que después vierte sus cauces el 2009 con Nimbo (Inubicalistas), el 2011 pasa a ser parte del libro ensayos Poesía y pensamiento poético (Festival de Poesía a Cielo Abierto). El 2015 publicó Susurros de un señuelo (Cuadro de Tiza). Hoy continúa en esta ruta desde el texto y la poesía como lugar político.
Natalia Rojas se encontró con esta experiencia el 2008, entendiéndola como un constante diálogo enriquecedor, que oscilaba entre la literatura y las artes visuales. La Sebastiana, al funcionar como una casa cultural, traía en esos años el Seminario de Reflexión Poética. Para ella este espacio fue el nido del gran árbol que es Valparaíso. El 2011 publicó Pedernal (Cuadro de Tiza y VOX, Argentina), y sin parar de crear, su escritura no se ha despegado de ninguno de sus oficios. El 2019 aparece Cardador (Aparte) que venía hilándose desde una investigación con el textil andino, tras una pasantía en el museo de Etnografía y Folklor en Bolivia. Para Natalia, el entrecruzar disciplinas viene desde La Sebastiana, que fue el lugar donde le pierde el miedo a la experimentación. Hoy trabaja desde Chiloé, vinculando el territorio y otros oficios a su escritura, que promete en un tiempo más otras publicaciones en Chile y en Madrid.
Sergio Muñoz y el paso de la experiencia poética
A Sergio Muñoz y Pedro Araya se les ocurrió proponer el taller en 1994 a La Sebastiana. Ese mismo año la idea es aceptada y comienza a funcionar. Primero con la compañía de Pedro, luego con Marcelo Pellegrini, y durante años con Ismael Gavilán. El que no cambió fue Sergio, aunque este año la gran novedad son las incorporaciones de la y el poeta, Gladys González y Enrique Winter, pero con la contingencia del Covid 19 aún no hay selección para las y los nuevos talleristas.
¿Cuál era el panorama de poesía en ese entonces (1995 – 2005)?
Es muy difícil pensar que ha cambiado el panorama. Cuando empezamos el taller el 94’, Gonzalo Millán ya era un poeta importante, estaba La Ciudad. Ahí, ladrándonos de frente. Hay algunas diferencias que se han ido constituyendo y reafirmando con el tiempo. Por ejemplo, dos tipos de poesía que me generan muchas cosas. La poesía mapuche y la poesía de mujeres. Después de los 80’ esas poesías se han ido posicionando, validando e intensificado. Siento que eso es posible enfrentarlo a lo que había sido ya una tradición antigua, no tan connotada como ahora. El taller lleva recién 26 años, que es un pestañeo para pretender mirar con una cierta panorámica, tener distancia para mirar como el proceso.
Hoy la figura de Neruda es criticada ¿se caen las postulantes? ¿Allí se explica la llegada de Gladys González en Valparaíso y Malú Urriola en Santiago?
Hay mucho prejuicio. Se escucha el comentario de “no voy a postular por la institución” o se llega al taller, a la primera sesión, con ese prejuicio. Pero el espacio nunca ha sido “validemos a Neruda”. Su figura ha estado presente como uno más, con tanta importancia y con la mínima también. Ningún poeta ha sido una imposición dentro del trabajo de taller, siempre hemos estado muy abiertos a lo que quiere y necesita el o la que está sentada allí. La Malú y la Gladys son grandes poetas que vienen a diversificar la visión, dando la posibilidad de encontrarse con una gran poesía.
¿Cómo afectan a la poesía los fenómenos y transformaciones sociales?
Afectan muchísimo, ahora el tema es cómo te planteas respecto a aquello o cómo influye eso en tu lenguaje o en la búsqueda que estás haciendo. No creo que haya una unicidad de cómo actuar al respecto y eso es parte del proceso creativo de cada poeta: cómo lo enfrentas y cómo se traduce eso en tu trabajo. Hay un gran poema de Jorge Montealegre que está escribiendo un poema y se molesta porque le toca la puerta un niño pidiendo pan y no lo deja terminar el poema que está escribiendo sobre el hambre. Es como imposible pensar que lo que está pasando en la calle no te afecta. Hay que ver cómo le das curso a eso. Le creo más a aquel poeta que lleva tiempo pensando en el tema y que toma decisiones respecto de eso, a aquel que escucha un grito en la calle y lo incorpora inmediatamente a su poema.
¿Por qué se da este cambio de reformular el taller, con 4 hombres y 4 mujeres? ¿Qué ocurre ahí?
Son cambios de formato que partieron en Santiago. Se enfermó Floridor Pérez y ahí se abre la posibilidad que entre Malú, y eso permite que venga una nueva mirada de la poesía. Las lecturas que ella propone son inéditas, es una novedad y se trabajó durante mucho tiempo en la posibilidad que la fundación ofreciera la misma oportunidad de beca para Valparaíso. El tema de la paridad es tratar de ponerse a escuchar un poquito lo que está ocurriendo afuera.
¿La poesía es territorio?
Por supuesto que sí, parte importante es esa territorialidad, pero como taller, lo que siempre hemos pretendido es hacer una lectura más amplia, engarzarnos de alguna manera a una tradición chilena, latinoamericana, lengua española, que también son territorialidades que nos identifican, pero tampoco cerrarnos a otras poesías y ahí también cada uno en el minuto que va leyendo a otro va creciendo. Pienso en Kavafis, no podría dejar de interesarse en poetas de otras lenguas, etnias y épocas, que han sido super importantes.
Hay un interés por la poesía como posibilidad, pero también hay un desconocimiento casi absoluto de lo que ocurre en la casa de al lado. Creo que hay una lejanía en visualizar ese territorio de producción de los poetas del cerro de enfrente, hay ahí una suerte de lentitud tal vez, en poder escuchar a aquellos que están haciendo la obra en esta época o en este territorio. Todo lo que ha sido el descubrimiento de poetas como Ximena Rivera, Eduardo Correa, Ennio Moltedo, que empiezan a funcionar como un eje temático de una cierta territorialidad. Es difícil encontrarse con ellos. Cuesta mucho dar a conocer una tradición porteña; si es que eso existe. No es que haya una referencia absolutamente clara y sistemática. Es muy difícil entrar en ese diálogo.
*Fotografía de encabezado: Clausura de un taller en La Sebastian, 2019.
** El resto de las imágenes utilizadas fueron tomadas en talleres literarios de BAJ Valparaíso por Tania López Gallardo, encargada de comunicaciones de la corporación.