Julieta Moreno
Anagénesis
54 páginas
Julieta Moreno nació en 1990 en Buenos Aires. Pasó por varios talleres literarios de Balmaceda Arte Joven en Santiago. Se extraen poemas de la segunda edición de Aviario, acompañadas de la presentación que hizo el poeta Jorge Luis Navarro en Valparaíso.
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Cormorán
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Se expanden manchas sobre ti
dibujan el mapa de Chile en color tierra
sobre tu cuerpo se desbordan
glaciares y fiordos.
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Me muestras un camino de abismos
donde no hay más que tus ojos negros.
Hay miedos discursivos que se establecen
en una ciudad sin límites marítimos.
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La angustia se guarda, silente
heridas en cada uno de los árboles
que se incendian
amarillos
en un pueblo fantasma.
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El pájaro observa
desde algún puerto desolado.
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Gaviota
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Mis manos se convierten en trenzas
y mis trenzas en armas.
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Cautivo así
almanaques y gaviotas
que buscan escape.
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Entonces estuvo el mar
vacío como la pared y los nombres no dichos.
Fuimos arrepentimiento tardío.
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Estuve anclado en los postes de la caleta
cultivando especias con tus iniciales.
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Dejamos manchas a tajo abierto
sobre la superficie marítima.
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Las heridas nunca vienen solas
se marcan a las rocas como suicidas anónimos.
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Las golondrinas sobre Plaza Echaurren
Es un placer inmenso
la contemplación
de una jaula vacía
Elvira Hernández
Todo el mundo mira hacia el cielo. Todos y todas alguna vez nos hemos quedado observando largo rato el cielo. ¿Qué nos une a ese pedazo de lienzo que nos alberga y que nos ahoga día a día con su oxígeno? ¿Qué nos une a esas criaturas que dominan el viento y que vemos danzar en vuelos que no comprendemos? Para quienes no sabemos de aves, presentar un libro que trata sobre ellas es tarea compleja. Aunque siempre es complejo presentar un libro de poemas; más todavía no caer en densos análisis. Una presentación, más que la búsqueda de un qué o un por qué, más que un mero protocolo, debe ser una invitación a lo desconocido: un salto al vacío desde la ramita donde se aprende a volar.
Los poemas presentes en este Aviario, donde Julieta Moreno abre sus puertas para que nuevamente entremos en él, no pertenecen a ningún inventario ornitológico, pero deben ser leídos con dedicación anatómica y con los cuidados del artesano que recolecta del suelo las plumas que caen en cada vuelo, para confeccionar con ellas, como diría Gastón Soublette, un plumario: el arte de coleccionar batallas perdidas que caen de ese cielo que cada verano renueva los aires. El poeta limachino, en un texto que data de 1970, dijo: “El verano que de alguna parte llega lejano y convencido/ despertando el enjambre de los aires”. Quiero creer que el viento que entra por mi ventana mientras escribo es también parte de la brisa que arremolinó las hojas en una tarde de exilio al oeste de Buenos Aires, y hoy nos convoca acá, en Plaza Echaurren, donde todos los vuelos, y las alas rotas, se reúnen.
Si supiera todos los nombres de las aves que veo día a día en mis rutas desde el interior al puerto, las incluiría en esta presentación, pero sólo me dejo hipnotizar por los movimientos de sus alas, por sus vuelos rozando el cielorraso del mar y de los cerros. Gorriones, zorzales, gaviotas, golondrinas, pelícanos, piqueros, garzas, algún tordo, queltehues y uno que otro cuervo, aprovechando los cadáveres que entre las quebradas aparecen día a día en los esteros, víctimas de la sequía. Aves marinas lejos de sus costas. Los roqueríos en donde antaño tomaban impulso ya no existen, pues construyeron en el borde costero lujosas terrazas que acabaron por exiliarlas. Elvira Hernández, desde su ventana, escribió: “No logro imaginar dónde/ mapean su chapuzón/ en esta tierra que se reseca”.
El poema inicial de este poemario demarca la ruta de vuelo que nos entrega, una estrategia kamikaze hacia lo que nos daña y da calor. Una V en el cielo mostrándonos los vuelos heredados por generaciones persiguiendo el atardecer. “Abriré la marcha camino al sol” (10), escribe Julieta. Comienza así el recorrido que nos lleva hacia los territorios de infancia y juventud, el descubrimiento del sexo y, tras ello, el dolor al comprender que “las heridas nunca vienen solas” (28); un trazado de vuelo lleno de imágenes de pasado y de un futuro que no se desea, pero es posible que se repita, porque la historia familiar también es cíclica e igual lo es la historia hostil de Latinoamérica.
¿Hacia dónde vuelan los pájaros en este cielo irrespirable de octubre y noviembre? Hoy todo poema es leído desde el cedazo que nos entregan las calles rotas, las gargantas desgañitadas y el silencio que nace tras un disparo. Escribir en estos oscuros días que nos gobiernan es todo un logro. Escribir y publicar en estos oscuros días que nos gobiernan es un logro aún más grande. Publicar una segunda edición en medio de los oscuros días que nos gobiernan es quizá otra forma de resistir entre tanta violencia. El pecho rojo de la loica es nuestro escudo, mientras escapamos de brutales garras que nos persiguen desde más arriba. “Mi corazón está en llamas/ dentro de tu pecho” (12), escribe Julieta, para referirse a esta ave que simboliza la sangre del derrotado. Es ahí donde el verso: “Pegar plumitas volátiles en sus lomos heridos/ anidar a todo aquel que haya sido masacrado” (10), toma un perfecto sentido cuando se quiere resumir la historia latinoamericana desde la propia historia familiar.
Aviario, de Julieta Moreno, contiene quizá los poemas más sinceros que una hija le podría escribir a su padre y a sus abuelos. Porque ellos son quizá el claro ejemplo de aves latinoamericanas que de tantos golpes les rompieron las alas, pero que aun así hicieron el intento de volar, de hacer su nido lejos de las lluvias, y de esas botas que por las noches salían a romper los precarios nidales que los pájaros carpinteros construían en las periferias. Una de las preguntas que late en el poemario es: cuando dejemos de ser gorriones, ¿en qué nos convertiremos? Y buscamos la respuesta en nuestra historia familiar, mientras día a día se emprende el vuelo con las patas destruidas a causa de la electricidad del pentagrama del alumbrado, peleando por la avena en el patio contra las palomas, como diría Jorge Teillier. Es que “al fin estábamos rotos y las jaulas también” (23), y la libertad de la jaula rota es la respuesta. Es el trazo que dibujaron nuestros padres y abuelos el que hoy utilizamos como estrategia de vuelo.
Todos los jueves, a las 15.30 hrs, una bandada de golondrinas da vueltas en la Plaza de Mayo en búsqueda de memoria, verdad y justicia. El revoloteo de sus pañuelos es quizá parte de esta brisa que hoy nos acaricia, entre gases lacrimógenos y migraciones que sólo nos demuestran que las fronteras no existen para las aves. Y tampoco deberían existir para nosotros, mientras las miramos en sus vuelos que no comprendemos. Pues mientras más alto alzamos el vuelo, más territorio se puede abarcar con la mirada, más resistente se hacen nuestras alas y plumas, más resistente puede ser el nido que acoja a las aves que decidan regresar: “Volviste y tu Chile era otro” (47).
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