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Crónicas

Breves días de arena

Por Pablo Jara

La llegada

Tomamos la micro en la avenida Errazuriz. Vamos cargados con revistas. El viaje es largo, casi tres horas, hasta llegar a Horcón. Distraídos miramos por la ventana como se va transformando el paisaje. Primero la salida desde Valparaíso, luego pasar por el centro de Viña del Mar donde la micro se repleta de gente con bolsos de playa y paraguas de sol. Agarramos el Camino Internacional hasta llegar a la rotonda de Con-con. En plena desembocadura del Aconcagua la refinería de la ENAP emite un olor ácido, que se cuela por las ventanas. La micro toma la ruta hacia el litoral norte. Pasamos por Ventanas, donde la gran chimenea de Codelco sobresale en el paisaje metálico. Trenes cargados de cobre que se desplazan por la vía oxidada camino al puerto desaparecen entre cerros de minerales. La micro entra en Quintero. En la costanera largos tubos de gas se adentran en el mar. Los brazos de la industria que se aferran al fondo submarino. Barcos de carga anclados esperan su turno. Hay gente en la playa, y a lo lejos el humo de las plantas químicas se confunde con las nubes. Salimos de Quintero y continuamos en la ruta. Llegamos a Horcón y la micro entra en la garita donde termina el recorrido. La única calle desciende sobre la diminuta caleta repleta de autos. Hay olor a mariscos y empanadas fritas. Los cuidadores de autos dirigen el tránsito mientras la gente camina hacia la costa. Horcón es una pequeña caleta conocida por ser antiguo refugio de hippies en los años sesenta y setenta. Lemebel la tilda de “aldea hipposa, sucursal pilila de Woodstock, en la utopía somnolienta del laburo sin patrón”, y en el imaginario colectivo la caleta está rodeada de símbolos de paz, artesanías de conchas y bisutería radiante. Allí, durante los últimos nueve años, se celebra el encuentro de escritores, músicos y editoriales independientes “Letras en la Arena”, realizado el 1 y 2 de febrero.

El encuentro

Las mesas están ubicadas hacia el final del pequeño malecón, y los veraneantes se pasean tranquilos por los puestos mirando los libros y revistas que allí se han desplegado. Los ojean con absoluta calma, entre el graznido de las gaviotas que revolotean frente al mar y los eucaliptos. A veces los que se acercan a las mesas interactúan con los editores, vendedores y libreros. El calor lo aplacamos con latas de cerveza heladas. A ratos las nubes cubren la bahía.

Fuimos invitados con la revista Kontranatura, y compartimos el puesto con los amigos de Anagénesis, editorial independiente nacida en Santiago hace varios años, pero que está repartida entre Valparaíso y la capital. Hay un interés genuino por parte de los que se acercan a mirar más de cerca los libros. Y es que sin lectores ¿para que las ferias y las mismas publicaciones? Piglia entiende al lector como un descifrador, como un intérprete de los múltiples sentidos que puede generar un texto. Hay tantas lecturas como lectores. Y es en la diversidad donde encontramos el giro que hemos pasado por alto.

Al fondo hay un escenario, y durante las dos jornadas se realizan presentaciones de libros, conciertos, lecturas. Tres adolescentes de un taller que se realiza en Horcón leen sus escritos, que giran en torno a lo ocurrido el dieciocho de octubre. No tienen más de quince años. Una de ellas lleva una máscara de gato, y lee un cuento sobre una noche muy larga y las sirenas de los pacos que no dejan de sonar.

El folletín

Todos los años se publica un folletín antológico de aporte voluntario, en donde se reúnen a los participantes del encuentro, y también se propagandea a los locatarios del sector, la mayoría marisquerías y pescaderías, aunque algún restoran de sushi se deja ver entre las ilustraciones de machas y congrios. En la primera página, Felipe Ibarra, que organiza el encuentro, declara: “(…) hay que decir que en esencia se ha mantenido lo más importante. Convocar a autores y artistas emergentes, generar un espacio de encuentro entre escritores, músicos y editores y, sobre todo, ofrecer un evento cultural de calidad en Caleta Horcón, para disfrute de la gente del lugar y de los veraneantes”. Esa es la esencia del encuentro.

Una noche

Nos prometen alojamiento. Cuando se desmontan las mesas en la caleta al caer la noche nos citan en un centro de eventos. Comemos sopaipillas con pebre. Cada uno lleva su trago. Un editor cuenta la pelea de dos poetas en un bar. El pelo largo de uno se mueve desmelenado, mientras que el otro solo atina a poner pecho de paloma y a putear al contrincante. Unas poetas argentinas que vinieron al encuentro están exhaustas, pero todavía no saben bien donde dormirán. Afloran los roces. Finalmente, ya de madrugada, consiguen el alojamiento prometido. En el centro de eventos continuamos hasta el amanecer.

Visitas

El último día aparece el poeta Bruno Montané. El pelo cano, sumado a una muleta que anda trayendo, le dan un aire más bien cansado. Bolaño tiene un poema que se titula “Bruno Montané cumple treinta años”. En él dice que lo vio emborracharse, amar, caminar por alguna calle mexicana, ser generoso. Ni borracho ni amando lo vemos en Horcón, pero sí la generosidad. Se mostró amable y dispuesto a conversar con quien quisiera regalarle algún comentario. Leyó junto a un grupo de poetas jóvenes, y sus años se vieron más acentuados en el contraste. Algunos le regalaron sus libros, y el aceptó sin problemas. También se rumoreó que Patricio Manns había confirmado su asistencia. Al final, no llegó. Parece que ya nunca llega.

Retorno

El domingo agarramos el último bus que parte de vuelta a Valparaíso. El bolso con las revistas va casi vacío. Nos sentamos al final. Unos cabros sentados justo al lado de nosotros prenden un pito y abren unas latas de cerveza. El olor se esparce por toda la micro. Dejamos atrás la única calle de la caleta y nos internamos en la oscuridad del retorno.


Crédito Revista Kontranatura