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Entrevistas

Una autobiografía a nivel molecular. Entrevista a Natalie Israyy, autora de Apócrifa

Una narrativa sub 35 llena de originalidad en donde el leitmotiv son «esas pequeñas crisis de las que la vida está compuesta». Es Apócrifa, un conjunto de diez cuentos breves –cargados de aforismos y referencias populares de los 2000– que despliega universos femeninos situados en el ocaso de las muñecas y la incipiente sexualidad; en medio de la amistad y el amor, profundizando en la herida de infancia y belleza ordinaria con particular simpleza.

Por Catalina de los Ríos

1.

La lengua y nuestros modos de operarla reflejan lo que somos, ello es innegable. Precisamente por esto, tras leer Apócrifa (Queltehue Ediciones, 2022), resulta imposible imaginar a su autora, Natalie Israyy (Viña del Mar, 1991) como alguien demasiado distante u hosca. Y es que, sus narraciones gozan de un estilo genuino, una forma muy suya de expresarse, lo cual agradezco un millón al momento de ser convocada a entrevistarla.

2.

El régimen de atención bajo el cual vivimos en la actualidad –que privilegia el vistazo sobre la lectura– precipita en lxs creadores la necesidad de atrapar a sus lectores/consumidores en pocos segundos. Este libro, que llega a mis manos por encomienda, logra un efecto emocionante desde el unboxing: una edición monísima de colores vivos, que pone en portada a una mujer salvaje abriéndose paso entre los espinos.

3.

Inmediatamente luego de esto, el impacto del primer cuento: breve, de lectura ágil, en código medio popero-medio chucheta. Israyy tiende un puente entre lengua oral y escrita cargado de una picardía que se contrapone a la rudeza de la vida, confiriéndole un sello de desenfado al total de la obra. El uso y selección del lenguaje en la descripción de acciones y sensaciones físicas no deja de seducirnos. Sensaciones encarnadas, no disimuladas, ni ocultas. La autora apelará a imágenes sincréticas en donde prime la experiencia vital de lxs personajes y sus conductas, es decir, sensibilidades ordinarias.

4.

Cualquiera diría que Israyy logra este efecto gracias a su amplio currículum de estudiante –Lic. Pedagogía Castellano; Mg. en Literatura Comparada; actualmente cursando un doctorado–, pero no. Su estilo no responde a una cuestión de conocimiento técnico, sino de visión; a su deseo asiduo de narrar pequeñas experiencias cotidianas. Su propuesta literaria no parece inoportuna ni demasiado intelectual.

5.

Intimidad en alza: cada cuento se convierte en una invitación a observar más de cerca la naturaleza e imaginario femeninos: precariedad, fracasos, supersticiones, creencias y denuncias serán parte. Convirtiendo este despliegue en un ejercicio de libertad que perfecciona su trazo al toparse con nuestros afectos. Apócrifa busca retratar la organicidad y densidad de la vida de mujeres random. Una escritura –y escritora– que quiere comprender la muerte, recuperar la infancia, hacer valer la identidad y expresar los desengaños, acompañada de una melodía simple, que viaja acorde al sentimiento de lo dicho.

*

Apócrifa fue editado en Santiago.

¿Cómo comienza tu camino en la escritura?

–Empecé a escribir desde chica, siempre me gustó. De hecho, aprendí a leer muy chica. Mi mamá era muy dedicada, entonces su misión era «que la niña se educara». Llegar a la literatura –desde los cuentos de hadas, obvio– marcó una forma de ver el mundo. Mi vida se empezó a basar en los libros y las historias. Cuando mi madre se metió en los Testigos de Jehová, comenzó otra dinámica de lectura, más estudiosa de la Biblia. De alguna manera, estuvo muy marcada la presencia de las palabras en mi día a día. Por ahí aparece la variante de escribir. Escribir era un lugar más íntimo. Lejos de leer para ser buena estudiante, o de aprender la Biblia, era un lugar más propio.

¿Cómo surge la idea de este libro?

–Inicialmente quería escribir una historia donde una chica se vengara del abusador de su amiga. Que fuera un poco como Judith, de la Biblia. Para los estudios bíblicos de mi familia, el libro de Judith era apócrifo, entonces era como jugar un poco con eso. Pensaba un poco, que fueran como unas cabras menores de edad, del Sename, y que tuviera un trasfondo más espeso. Pero fue tanto, que al final decidí no seguir por ese camino. Iba a ser muy pedregoso y no sabía si podría narrar todo eso. Sentí que me estaba metiendo en un traje muy grande. Luego empecé a escribir relatos a mano suelta, y a conversarlos con un amigo (Mauricio Tapia), «¿Qué opinay de esto?», «¿Te gusta esta forma de narrar?» Hablábamos con mucha honestidad, pero también con harto cariño. Cuando tenía tres o cuatro dije, «Esto tiene que tener un lugar, porque está tomando mucha forma».

Te editó Queltehue…

–Escribí a Queltehue porque ellos conocían mi poemario. Les dije: «Yo sé que no publican narrativa pero por si les interesa… Es una narrativa relativamente breve –porque los cuentos no pasan de las tres o cuatro páginas–, por si quieren indagar…» [ríe]. Ahí dijeron: «¿Cuántos cuentos más tienes en mente?», «tengo seis más». Aceptaron y me puse a trabajar.

Has escrito cuentos y poesía, ¿Algún otro género que te interese explorar?

–Estoy como todo el rato con triple militancia. Porque, claro, por un lado están los cuentos; por otro, tengo poesía escrita a la que le voy dando vueltas, revisando y declamando en ciertos espacios, cuando hay invitaciones. Estoy buscando instancias para hacerlo un fanzine, o plaquette. Pero también estoy pensando en hacer una posible novela… Aunque no sé si novela, pero sí un total atravesado por un elemento común.

¿Ha influido en tu escritura tu formación de pedagoga?

–Dejé las horas de colegio por salud mental; pero voy a retomar un trabajo en donde el motor pedagógico va a activar un lenguaje específico: me conseguí un libro de clases del 73’ y quiero hacer una cosa más performativa. De interrogación, de tachadura, de diálogo con les estudiantes o profesores. Más objetual, también. Pretendo partir el próximo semestre, pensando sobre todo en el tema de los cincuenta años. Con ese pie empezar a establecer este diálogo.

¿Cuánto tiempo dedicas a escribir?

–El libro me tomó más menos un año. En ese tiempo estaba dando clases en colegio y tenía una alumna muy especial, que también le gustaba mucho la literatura y empezó a indagar su propio proceso de escritura. Con ella conversaba harto. Le tiraba ideas y ella me devolvía desde su lugar. Había un feedback ahí que aportaba mucho. Hay también algo de autobiografía, aunque creo que está como súper molecular, ya que son pequeños elementos que en momentos fueron parte mi vida, no me interesa explorar la vertiente de lleno. Sino que usarla, precisamente, para estas variaciones narrativas. Hay ahí algo en la esfera del chisme, o del gusto propio. El uso de elementos personales es súper pequeñito, puntapiés iniciales más que nada.

¿Cuáles son las problemáticas que cruzan Apócrifa?

–La presencia de mujeres en distintos niveles está muy presente. No tenía esa intención al principio, pero se dio súper natural. Creo que lo que marca a cada uno de los cuentos, es que hay pequeñas crisis. Eso sería un concepto. No lo había pensado, se me acaba de ocurrir [ríe]La crisis de la hora de once; la crisis de los pies apretados por los zapatos, la crisis del Alzheimer que está empezando; la crisis por querer tener un lugar en el mundo de escritores capitalinos y no poder hacerlo… También hay mucha frustración en los relatos. En algún punto siempre hay frustración. Se puede resolver, como también puede que no. Creo que también esa fue una decisión súper honesta. No tengo por qué darle final a ciertas cosas, puede quedar la frustración abierta y no saber si se resolvió.

¿Va tu poesía también de esas temáticas e inquietudes?

–El poemario es mucho más espeso, quizá ahí hay más pretensiones. Porque también nace a partir de toda una crisis psiquiátrica y el consumo de pastillas, que yo nunca había experimentado. Estaba dopada día y noche, con la sensación de «todo esto es nuevo, mi cuerpo está cambiando». Está el tema de la enfermedad… de la enfermedad psiquiátrica, lo religioso…tiene toda esa densidad. Es una poesía pesada, con uso de palabras más rebuscadas. Lo que tuvo de bonito es que fue un trabajo súper horizontal: el editor había sido compañero mío en la u. No era mi amigo pero me dijo: «Me gusta tu proyecto, profundicémoslo». Fue un proceso medianamente abierto, otrxs también revisaron mi material. Con él se formó una amistad muy bonita. Él es con quien yo abro mi material y digo: «Hazlo mierda por favor» pero claro, también es una revisión muy tierna, bien horizontal, que viene a dar cuenta de otras formas de relacionarse en el mundo de la literatura.

Referencias temporales.

–No quise pasar a la contemporaneidad con celular. Sentí que ese era el lugar más honesto para hablar de infancias y juventud. No sé cómo funcionan hoy en día. Tendría que volver a hablar con esta estudiante y preguntarle cómo ser un estudiante con full conectividad. Creo que es muy sincero con mi época. Nací el 91’, tengo treinta y dos años. Creo que sus marcas que no son excluyentes.

¿Podrías comentar la relación entre la música y tu creación literaria?

–La música es súper importante para mí. Es como una droguita consumir música. Lo que va sonando, va haciendo cambiar todo adentro. Mi hermano también estudió pedagogía en música, también hay harto de cultura popular. «Cómo bailar con tu padre» es la muestra máxima de posicionar la música en los relatos, porque ahí el dolor está atravesado por una cuestión musical. Aparece UB40, canciones de los 80’ que escuchaban nuestros padres, con lo que yo crecí sonando de fondo. Sentí que no podía pasar ese elemento por alto.

Al final del volumen propones una playlist….

–La playlist se nos ocurrió al final. Es para escucharla después, de bajativo.

¿Otro tipo de gestiones en los que te hayas involucrado?

–Me da mucha vergüenza hacer talleres, todavía no me lanzo. Me siento patúa. Lo estoy proyectando. Estoy macerando una idea. He ido como invitada a algunas ferias de libro, a firmar o a hablar. Estuve este año en la de Limache. Me invitó la Pauli Bermúdez, ella es mega gestora de Limache y de Una Casa de Cartón. En lo literario peco de tímida, no estoy tan metida, siento que me falta experiencia. Yo creo que este año van a empezar mis primeras indagaciones a estar guiando algo.

¿Cómo conseguir esa primera frase que atrapa al lector?

–Creo que está un poco en el deseo, me gusta entrar en esos lugares que están sugiriendo algo… Es lo que a mí me gustaría leer. Y si es lo que me gusta, ¿por qué no darlo?

¿Autores que te han influenciado?

–En autoras, creo que las mexicanas me han marcado mucho en este último tiempo. A Guadalupe Nettel la adoro mucho, también Laia Jufresa, Valeria Luiselli. Creo que Carlos Droguett es súper importante. No trato de imitarlo, pero sí comparto ese gusto por hablar de estas pequeñas catástrofes.

(*) Retratos de Kika Francisca González.

La autora visitará Baj Valpo el próximo viernes, para presentar su libro en compañía de Mauricio Tapia Rojo, en una jornada doble que considera también la presentación de Dana Lima junto a Diego Armijo.

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