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Perfiles

Con una pata en cada lado: Eugenio Rodríguez

Una visita al imaginario de Rengo y Valparaíso en la casa del periodista-escritor Eugenio Rodríguez (80), quien publicó hace unos meses Los antojos del cóndor (Editorial Bogavantes, 2023).

«Es que yo le recomiendo que si quiere convertirse en cóndor tiene que ser solamente cóndor, sin llevarse nada de este lado para el otro, para que cuando vuelva a ser gente tampoco se traiga nada del otro lado para este. Porque es peligroso seguir con una pata en cada lado».

(Los antojos del cóndor, 2023)

Por Tomás Pérez

Siempre me es difícil desentramar el olor a polvo que encuentro al entrar en algunas casas, mezcla entre resistencia por la degradación de la madera y por las arañas que tejen el paso del tiempo en su espera. Cada objeto parece habitar un espacio grisáceo, y cada objeto está petrificado en su lugar.

Eugenio vive aquí tanto con su esposa como con esos muebles con libros en el centro de la sala. Cohabitan con los cuadros que les regalaron pintores a los que entrevistó, entremedio de dos telares que se hermanan en una pared repleta y que dibujan una precordillera.

No escucho el ruido de la persona que me contestó hace media hora el teléfono fijo, único medio por donde se puede contactar a Eugenio. De reojo en el fondo de la casa veo un televisor negro con caja. Camino y quisiera ser un invitado a almorzar en esta mesa de centro, con la radio Beethoven sonando.

Eugenio pregunta mi nombre.

LA SEXTA REGIÓN

Rojo en sus cachetes y con una sonrisa traviesa reconoce haber tomado recién chicha para la entrevista, no dulce como la que hay en la región, sino amarga, como la de Rengo. Lugar que lo rememora inmediatamente a la bohemia que practicó en esos lugares.

La novela nos permite conocer la sicología de los victimarios.

Eugenio es un anecdotario de andanzas con el vino. En sus años en que vivió en Rengo, mantuvo una camaradería activa: «Siempre hubo una bohemia sana pero bien tupida». En tal relato pernocta el sueño del escritor que añora un sueño tal vez inalcanzable y que mantiene una práctica de triviales necesidades con las que sobrevivir.

Así empezó en Ercilla su primer trabajo como practicante de periodismo, recomendado por Guillermo Blanco. «Ahí me querían contratar, pero yo por mi afán de tener tiempo y la cabecita despejada para escribir cuentos y novelas deseché esa oportunidad». Siempre en la disputa con el periodismo para primar la literatura.

A pesar de ello, dice que se entrelazan y conviven. En ese ambiente precordillerano, en un juego de realidad y ficción, surgen varias de las anécdotas que relata con o sin querer en sus escritos. Rodríguez es un narrador de historias; las busca, escucha y digiere en sus andares, luego las lleva a escrito.

LOS ANTOJOS DEL CÓNDOR Desde Rengo viene el inicio de este libro, con alguien real que es personificado en la novela como Don Tabares, un brujo. «Nosotros, allá en Rengo, íbamos a la precordillera acampar con amigos del alma. Teníamos que contratar arrieros en Pelequén para las mulas en donde íbamos a echar la carga. Lo principal era el vino. Si éramos siete personas, llevábamos siete chuicos. ¿Ustedes ubican los chuecos?».

Bogavantes ha dado espacio editorial a plumas maduras.

Los chuicos equivalen a tres garrafas, nos dice. Se ríe sobre la cantidad de vino que llevaban: «De que éramos competentes para tomar, lo éramos».

El grupo dejaba el campamento para ir a uno de los bares del lugar. Ahí Eugenio había escuchado hablar de Don Ramírez, un brujo. «Les dije yo a los amigos y a los dos arrieros que andaban con nosotros que quería conversar con el brujo. Ellos, como son campesinos, le temen y no querían dejarme. ‘No, Genito’, me decían. Después les gané la porfía y me acerqué».

«Don Ramírez era un tipo más o menos bajito y me hablaba así como entre dientes. Moreno, bastante moreno; venía del norte. Era medio achinadito. Yo le hacía preguntas no tan comprometedoras. A mí me interesaba el tema de la magia. Él me contestaba con frases que apenas yo le entendía».

Otro personaje de la novela, Don Cosme, «se aprovecha de las explotaciones que hizo la dictadura para devolverle tierras a los agricultores», menciona apuntando el contexto en el que ocurre la historia que, en la esquina de la tapa, conmemora los cincuenta años del Golpe.

«La figura del cóndor partió por la importancia en el escudo nacional. En la dictadura se exaltaban mucho los valores patrios, la bandera, el escudo».

LAS DUDAS

Sobre la escritura de Eugenio, escribió Gabriel Castro Rodríguez para El Expreso de Viña del Mar en 2001: «Una prosa correcta, libre de escombros de redacción, clásica, sin riesgos ni malabares ambiciosos». Eugenio dice estar de acuerdo: «Concuerdo más o menos con lo que dice… sin mayores ambiciones. Me gusta la claridad, la síntesis. Ir directo al grano. Cuando corresponde nomás entrar en detalles, pero que los detalles aporten».

Encuentro mucho del aburrimiento en las novelas en general, mucho de esperar, si bien también admiro el arte de la precisión. Eugenio es un respetable presentador de historias, del ambiente y la repetición: hace valer la espera, muchas veces. Ambienta el relato hasta que entra el brujo y la magia, el drama y la sorpresa.

Me pregunta con interés si leí el libro, a lo que respondo que aún no lo termino. Dice él: «¿Qué te ha parecido?» con expectativas en la opinión. Cuando menciono mi interés por el comienzo detallista y sanguinario del cóndor como carroñero, me pregunta con dudas: «¿Pero no se te quitaron las ganas de seguir leyendo?».

Me pregunta de nuevo por mi nombre, disculpándose por su mala memoria. Luego: «¿De pie? ¿con anteojos?», le pregunta a Kika para la fotografía.

LOS PREMIOS

En la solapa de su libro Los antojos del cóndor se mencionan los varios premios que ha ganado en su carrera, los que también se encuentran en las notas de prensa guardadas en Memoria Chilena.

Eugenio celebra sus logros para hacer valer esos reconocimientos que le quedan. Sobre su carrera me dice: «No me puedo quejar, pero como no me dediqué fundamentalmente a eso también tuve dificultades». Añora la posibilidad de haber permanecido en el círculo de Santiago, en donde era reconocido por Blanco, Luis Domínguez, Alfonso Calderón, entre otros. Rescata también un voto positivo por parte de Jorge-George Nascimento, quien le hubiera publicado si no fuera porque estaba cerrando su proceso editorial.

Se siente conforme con lo que ha escrito. «Bastante conforme, pensando a su vez que las cosas podrían haber sido mejores por los méritos de mis libros; no porque yo lo diga, sino porque hubo testimonios de eso», menciona.

Sobre los premios literarios, escribió en El Mercurio: «son oportunidades para asomar la cabeza en el mundo de las letras, aunque hay arreglines que los desvirtúan. Pero la alegría de saber que uno ha figurado es impagable». Esos logros a Eugenio le inflan el pecho. Con varios libros a su andar, la posibilidad de poder empapelar una pared entera con notas de prensa donde aparece y una biblioteca que constantemente se actualiza, permanece aún activo con su trabajo.

Entre los otros libros del autor destaca Spot Paradise (1989) y El himno que se baila (2008), investigación dedicada a la canción La Joya del Pacífico.

Persiste en una búsqueda por aferrarse a sus méritos como participante al alero de generaciones y movimientos literarios. En sí mismo quedan los laureles y el imaginario, también quedan humildemente el hogar, la reescritura: el oficio.

LA REESCRITURA

No recuerda exactamente en qué época terminó de escribir este libro, mezclado el recuerdo, infiero, por la cantidad de libros que guarda en su computadora. «Ahora ya está todo escrito, ahora yo repaso, le echo una miradita. Libros por publicar tengo varios en el computador».

Esta etapa de reescritura y corrección viene a pausar su vuelo, radicado en Valparaíso desde hace casi cuarenta años. Actualmente se posa con ambas patas en su hogar, calmo, sin siquiera visitar la biblioteca Severín que visitara años atrás. En el teléfono fijo contesta su voz apaciguada y receptiva. En un papel queda escrito «plataformacritica.cl – Tomás / Kika – 20-12», que pide como huella para leer el texto.

Eugenio pregunta mi nombre otra vez al despedirnos, y esta última lo recuerda y repite antes de abrirnos la puerta del ascensor.

(*) Retratos de Kika Francisca González.

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