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Crónicas

Estos objetos están hechos para su consumo vivencial

Las estudiantes Génesis Montesinos, Elisa Gómez, Catalina Guerra, Giuliana Jorquera, Natalia Carvajal e Ivanna Demetrio articulan Cawin.

Por Silvana González

«Por la tarde caminaremos por caminos paralelos», menciona uno de los versos de aquellos Poemas pintados que la academia le rechazó a Vicente Huidobro, por esa inédita manera de negociar a un mismo tiempo, plano, rima e imagen visual. «Demasiado adelantado», sentenciaron desde Europa. Caminos paralelos que, por cierto, rompen la linealidad y pueden entrecruzarse de manera tal que nuestros pasos torpes buscan asirse y no encuentran llanura. Larga data existe en nuestro país, si queremos posicionarnos en los márgenes líquidos de la poesía visual. Son varios los referentes que buscaron en la diagramación una posibilidad para sus esfuerzos en renovarse, desde el aparentemente inocente ejercicio del technopaegnia helenístico, tomado por el mismo Huidobro, hasta las atípicas operaciones sobre la página durante el post periodo de vanguardias. Buscaron la expresión por fuera de los márgenes de la letra, muchas veces, además, dotando de un nuevo rol a tecnologías colaterales, dándoles cabida a las áreas abandonadas hasta ese momento, del diseño y la fotografía. Los ensayos sobre esta manera de percibir la escritura, dotada de la expresión de lo visual, desplazan con ella a la escritura como tal, o al menos la vuelven un material más dentro de la gama de imágenes producidas.  

Así, dentro de este periodo de virtualidad, provisto de imágenes extraviadas de su sostén estructural, me es grato ver el surgimiento de una búsqueda, aunque primaria aún, del estilo de un artista, haciéndose carne en lo físico, y más valorable, realizándolo lápiz y guillotina en mano. Volver a conjugar imagen y palabra, y traerlas nuevamente a lo palpable.  Estoy espiando cómo surge de a poco esta pequeña editorial, Cawin, a partir de los seis pares de manos de Génesis Montesinos, Elisa Gómez, Catalina Guerra, Giuliana Jorquera, Natalia Carvajal e Ivanna Demetrio, todas estudiantes de Licenciatura en Arte de la PUCV, cuyos trabajos intentan demostrar que con lo poco se puede hacer mucho. Tres son los ejes para las salidas del contenido; un formato de revista mensual que contrasta contenido literario y obra de estudiantes del Instituto de Arte de la Católica de Valpo; otro para la realización de convocatorias, incluso extendidas a otras facultades, teniendo como sesgo la corrección de los textos, ortografía y su orden, además de la coherencia de la presentación con la muestra; el último, y más refrescante, es una muestra mensual de cada una de las gestoras del proyecto, de sus pequeños libros-objetos o fanzines realizados con diversas técnicas. Todos los ejes hechos en pequeño formato, recortado y pegado a mano, con la ayuda de una nueva fotocopiadora que llegó al instituto.

Aquí me detengo por ejemplo en el trabajo personal de Elisa Gómez, cuyo libro de artista, es un envoltorio: una pequeña bolsa de cartón, casi como la bolsa del pan, pero en miniatura, sobre la cual descansa la imagen de una caja del mismo material. En esa delicada manufactura hay una experiencia cotidiana reducida a lo ínfimo, el tierno gesto de desdoblar el borde por sí solo para descubrir, invade el momento. Al abrirlo, encontramos el acordeón, una forma primaria de plegado de papel, en donde se levanta delicada una pequeña figura convencional de casita. «Los resquicios por donde caminas, observan a la distancia». Esa distancia se observa también en el propio espacio que existe entre páginas. Forma y contenido, entendemos a estas alturas, exigen estrecharse, abrazarse como la tinta al papel, dotándola de certeza para ganar en este juego. Porque, sí, la imagen y la literatura tienen a su vez mucho de lúdico y de azar.

Existe hoy, en boga, una discusión sobre lo que se considera academicista o no dentro del rubro, henos aquí frente a una piedra de tope; cuando la literatura encuentra una salida a la imagen, cuando esta última se significa por medio de nuevos recursos de los que no podemos prendar más que en nuevos formatos, cuando el poema se desliga de sus ataduras y se fusiona al plano estructural de las fuerzas visibles, ¿por cuál línea pasa la academia? ¿qué hago cuando el poema es un papelito que bien podría ser confundido con un boleto arrugado de micro? Bien podemos disfrutar del objeto sin una mirada educada. Por otro lado, ¿podemos desligarnos de esta? Pasado el año seguido de estudio, dentro de cualquier área, somos inevitablemente contaminados: la inocencia ha muerto desde aquel día en que se tomó el primer libro y no se le pudo soltar. La capacidad de volver a ese virginal momento, la desconexión con lo que entendemos en la primera mirada, tal como si no supiésemos leer, puede ser aquel juego híbrido del libro artista, el fanzine o el libro-objeto. «El libro más hermoso y perfecto del mundo es un libro con las páginas en blanco» confirma Carrión. Porque al mismo tiempo en que necesitamos decodificarlo, podemos entenderlo de todas formas, no hay grandes palabras, solo intimidad y mirada.

Pienso en un juego que se prenda como el acordeón que utiliza Cawin en sus formatos. Nos da acaso un pequeño destello. Hay una cita de Gladys González dentro de uno de los fanzines mensuales: «Aquí no hay glamour…/ cajas de clavos. martillos. alambres y sierras». ¿Qué hace la Gladys al lado de un texto de una pintora que vive hace diez meses en Valparaíso? «Me encontraba en unos matices oscuros extrañando la explosión de creación que existe en aquellos encuentros con la ciudad». Sabemos una cosa, la segunda necesita desesperadamente de la lectura de la primera, entre la pintura y la escritura existen nexos, incluso, obligaciones.

Estos fanzines, realizados dentro y fuera de la universidad son un intento por mirar encima del hombro del que está trabajando al lado, que es un poco de lo que intentamos también hacer a través de este medio escrito. Una manera de que estudiantes de primer año atisben un poco dentro del caos. Dentro de lo atomizados que estamos, permanentemente, aquella brecha impide ver el trabajo ajeno. Quizás esto suceda un poco más dentro del arte, cuyo proceso es casi tan invisible como solitario. Intento: ¿Cómo sería la forma de un libro artista si se cuadrara su forma exterior con el tono lánguido y golpeteado de los puntos en el poema de Gladys? Podría devenir quizás un libro deshojado en fragmentos, vendrían a superponerse para remitir ese martilleo a unas hojas trozadas, unidas tal vez, tan solo por alguna frase. Si algo que une aquellos poemas de Gran Avenida es una densa y larga noche. ¿Podría la forma de nuestro objeto imitar el perfil cortante de los últimos versos?

Las creadoras de Cawin en el Mercado Puerto, lugar que se ha convertido en la extensión porteña del Instituto de Arte de la PUCV.

Tengo en mis manos unas páginas impresas en xilografía, cuya tinta tipográfica puede olerse a cierta distancia. Es muy agradable esta cercanía con la matriz, algunos componentes de estos pequeños gestos de manufactura acercan consigo al acto de creación. Ya que no están hechos en masa, hacen atesorar estos procedimientos aún más. Existe también la posibilidad de reversionarse a sí mismo; comprendo que ninguno de estos objetos será completamente definitivo, vendrán versiones futuras en las que el libro-arte se vaya encontrando. Se revisa, por ejemplo, aquel límite entre libro y objeto, cuando nos encontramos una tela doblada que contiene recortes, imágenes, texturas. Una bandera chilena roja en su totalidad declama: «No quiero saber dónde habito». Las letras de este objeto están borroneadas intencionalmente en algunas partes, aludiendo a esa memoria que puede llegar a desvanecerse, a su vez, esa bandera posee un corte justo al medio, el cual, la divide sutilmente en dos.  De eso mismo se trata, «el volver a lo táctil», uno de los principales enfoques de Cawinsegún me contaron, es intentar traer a la gente una experiencia que se vuelve un tesoro diminuto, del cual se despliega su lenguaje como una venia para luego, prontamente, volver a plegarse en sí mismo.

Respecto al juego, en contrastar distintas procedencias hay una clave importante, abrir el diálogo entre poesía y visualidad, volver a una propuesta que quiera conversar acerca del formato, que se atreva con este, a mandar mensajes únicos, que tal vez, en una gran página, se consumirían y ahogarían. Como el caligrama que ha de ser solamente leído, porque oralmente se pierde su orden, estos objetos están hechos para su consumo vivencial, único y momentáneo. Una mirada que supera escasos esos cuatro segundos que delega el espectador promedio a mirar una obra de arte en el museo. Aquel minuto de observación se regula, en tanto lo vemos una cápsula que tomó largo tiempo en condensarse, «Pedacitos de nácar se incrustan en mi piel, me doy cuenta de que el tiempo no es lineal». La lectura, afortunadamente, al menos en estos objetos autorales tampoco será lineal.

(*) Fotos de Kika Francisca González.

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