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Reseñas

¿Qué podría decir yo que no haya sido dicho mil veces antes?

El silencio de las imágenes. Alcívar Bellolio, Daniela. Valparaíso: Marginalia/Cinosargo Ediciones, 2023. 123 páginas.

Por Silvana González

Catástrofe es la palabra que Deleuze atribuyó a ese estado previo en el cual (ya veremos que no solo en la pintura) el creador se encuentra siempre en un punto medio desde el cual comenzará de pronto el acto esperado. El momento fundador de toda pintura en su germen de caos, enfrenta siempre al cliché terrible que nos persigue en cuanto queremos asentar cualquier comienzo. Sin sumatorias posibles, mismos resultados: estamos estacionados pasivamente dentro del blanco y el negro de nuestros pensamientos. Al momento mismo de la creación le otorga, en cambio, una combinatoria de dos colores de naturaleza opuesto complementario; la posibilidad de un gris ahora activo es posible. Desde aquí comienzan, escasamente rota esa barrera, a asomarse uno a uno los colores. Pero una vez lejos, siempre vuelve. Es inevitable la convivencia constante de su asomo.

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Alcívar evidencia en este compilado de ensayos, que incluyen parte de un diario reciente, una fuerza opuesta que se resiste a la escritura, aquello que la rodea constantemente y se hace sustancia a pesar de los esfuerzos por rodearlo. El «Enfrentarse al texto sabiendo que vamos a fallar», acaso el cliché del que Deleuze quiere desembarazar de todo acto previo al formato blanco, que la autora aquí toma y embadurna con el gris de la infinitud. La narración se hace pequeña o se hace gigante, dependiendo del nivel de partícula o forma en que se sienta dentro de ese instante. Lo que sí o sí desea erradicar por medio de estos ensayos, es aquello que más rechaza: una literatura que deba responder a la trama «Tan perfecta como estéril» y a una «no muy secreta vanidad de autores en completo control de sus recursos» ¿Cómo contener el ahondamiento de la palabra, como, al mismo tiempo, su revés? Gertrude Stein aumentó el volumen de grosor de cada palabra, así desde la forma planearla para su observación fragmentaria. La autora propone a su vez que la propia deriva de sus textos hacia afuera «mine el sentido común de la palabra» pero no lo hace desde la forma, lo ejecuta de tal manera que hace que un elemento finito como el paisaje se busque exhaustivamente hacia adentro, y no logre encontrarse por medio de su incansable Drift Away.

La autora retratada por Kika Francisca Gonzáles en su última visita.

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Cada libro que ha presentado puede verse como una escama de ese tejido acoplado fuertemente a su vida. Pensamiento de plano activo, escudriñador del tiempo, indagador del paisaje, prevenido de cuyos movimientos sabe que son a su vez inaprensibles. En Para esta mañana diáfana es constituida la escena, es el tiempo irrumpiendo en ella y no al revés. En Siberia es la cura de un paisaje tan árido como lejano, incomprensible, de manera que las ganas se quedan afuera esperando explicar. No hay, de hecho, ganas para explicarse; hay tiempo esta vez, pero sin escena. Dentro de El silencio de las imágenes, al condensarse distintos años de escritura (2017-2022), se cruzan los modos, hay un afán por entender que lo inabarcable es la cuna de todo acto creativo. El gris activo emitiendo sus ondas hacia el lenguaje le da alivio por medio de sus «derivas» en búsqueda de un azar que le pueda desligar finalmente de la predeterminación. Y en todo esto que ya podemos apreciar como un cuerpo de obra, hay vistas hacia la fragilidad asumida de la autora, nos acercamos a la muerte y la muerte nos acerca si bien, de manera caótica, a algo parecido a la templanza. Tiempo y escena se trasmutan, no hay la una sin la otra, al mismo tiempo en que se forman como un líquido mutable, que vuelve a su cuestionamiento apenas palpable.

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Cuando Alcívar viene con una escena como la entrada de su diario del sábado 25 de junio, tengo miedo; sé que vendrá una experiencia en la cual seré envuelta sin más remedio y arrastrada por la sensación de que eso que late detrás de la nuca, es universal y no podremos esquivarlo. Preveo que ya trazado lo que podía acercarse por medio la palabra, una cuota de humanidad vendrá a desequilibrarlo todo, y a poner en revisión una vez más al dolor. Sé también con certeza, que aquel momento a la vez se hará con todas las vistas posibles, extraído de ese líquido del cual viajábamos previamente. Lo hará con los debidos escalones que permitan sentarse a convivir con el dolor, mientras por el lado suben y suben por la escalera un mar de pensamientos que se distrajeron, y decidieron frenarse para otorgar el espacio necesario.                                                  

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Si apenas palpamos una existencia, no podríamos tampoco palpar las bases de una deriva por la escritura. En estos ensayos asumidos como un camino atrofiado por los límites, siempre la irrupción funciona como eje, en tanto aparece como la capacidad de resignificar todo lo visto, todo lo digerido.

«La quietud del paisaje era soberana y nada en él invitaba al más mínimo nexo temporal, y ahora, tras el descubrimiento menor de eso que podría ser una vivienda humana, me resulta inevitable imaginar, anodino, al anciano que la ocupa, sus desayunos solitarios, sus rutinas mecánicas y sus dormidas perversiones».

Más que existencia, hay un posible detonador de posibilidades. Perec decía que, si acaso «El Aleph» de Borges no sería de por sí el mismo abecedario, teniendo cada letra como una propulsora de significantes. El espacio se inaugura con la palabra, y aquí el espacio, sobre todo el paisaje, se inaugura en tanto surge presencia. Alcívar nos deja en claro que su percepción de aquello que nos rodea no nos justifica necesariamente lo que somos, solo nos integra, así como nosotros hacemos con el lenguaje. Queremos recibirlo como parte nuestra, pero es algo que se nos hace a nosotros.

Hace también, que, a través de este necesario libro, podamos ir sondeando una cosa que apenas empezamos a atrapar con las manos, se nos escapa hacia un constante extranjero, esos viajes aquí desgranados general el desconocimiento. Ese lenguaje que esta siempre por descubrirse, en tanto busca sus opuestos sin revelar sus secretas intenciones.

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