Lectura desde El cuaderno del poema de Gabriel Cortiñas (Marginalia Editores, 2023).
Por Tomás Pérez
Hace dos años tuve que realizar una charla para difundir la beca de creación del Fondo del Libro y la Lectura. Para ocupar ese espacio de una manera no aburrida ni mercantil –aparte, viajé desde Valparaíso a Los Andes para hacerla– me planteé desde un principio intentar darle un giro y hacer algo que llamara por lo menos la atención. La charla en cuestión se llamó «¿Dónde está la poesía?» Y para comenzar por esa búsqueda, decía, teníamos que definir qué era la poesía: tarea un poco compleja.
Para ese intento de definición me basé, entre otras cosas, en un libro publicado en Chile por Marginalia Editores y Cinosargo (El pensamiento del poema de Mario Montalbetti) y me atreví a plantear características de la poesía: la metáfora, el carácter estético u otras. Probablemente nunca di una respuesta a qué es la poesía, sino solo un puñado de formalidades que la diferencian de lo que creo que no es. Gabriel Cortiñas en El Cuaderno del poema (Marginalia Editores, 2023) busca algo parecido, pero torna más tajante: la poesía no existe.
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¿Qué queda cuando la poesía es negada? Lo que queda es el poema, dice Gabriel.
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Si algo pone en común este texto con el de Montalbetti que menciono en un comienzo por puro alcance biográfico, es que el poema tiene que ver con el lenguaje. Algo que a primera vista podría parecer obvio pero que con el énfasis que lo dice Gabriel me hace rememorar esos poemas que juegan en el borde de este, o que lo ensanchan, diría él. Me veo a mí, con diecinueve años, leyendo a César Vallejo y no entendiendo nada, pero sintiendo ahí una pequeña ruptura en cómo leer un poema.
Me reencuentro ahora al leer El Cuaderno con esa forma de enfrentar uno. Al ir leyendo las notas, el poema, la idea que tengo de él, se dinamita cada vez más. Me acerco más a la sensación que se puede tener de la palabra, a volver a escuchar el ritmo de los poemas y a encontrar con ello una apertura.
«¿Qué escucho cuando leo un poema?»
La poesía está, estaría, en aquello que anota Gabriel de otra forma: ritmo, disputa, rebelión entre sistemas dentro de un texto. Aunque poesía es una etiqueta, lo primordial es el poema. Me gusta esa reformulación del aparataje con el que nos referimos a los escritos. Ya la poesía surge como un poema, o como un artefacto, o más, como un artefactar, un poemar.
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Aun en su formato humilde (es un libro que cabe en una mano, en el bolsillo o en una esquina de un velador), estas notas son lo suficientemente punzantes como para poblarme durante días. Aun las que duran una línea logran calarse dentro mío. Tal vez en ese mismo recurso está el acierto, en la sinceridad de asumirse como diario, como el escrito de alguien que no tiene tapujos más que consigo mismo.
«Estas notas no tienen, porque tampoco lo pretenden, ni tendrán valor literario alguno; es un diario y como tal debe escribirse, (quizá) leerse, y tirarse».
Gabriel escribe un análisis bastante ácido del panorama actual de la poesía, y no por eso menos verdadero. A pesar de haberse publicado por primera vez hace seis años, no lo puedo sentir más contingente, e infiero que la reedición por parte de Marginalia lo confirma.
«Hay entrenamiento disfrazado de “nuevas tecnologías”, donde el hedonismo o un tibio existencialismo doméstico acumulan un porcentaje mayoritario de las publicaciones o performances poéticas».
De a poquito va hablando de la ética del poema y cómo ésta también se liga con la estética, en cuanto a que el escrito actúa y ejerce, mediante se escribe y lee, un poder. Tanto así que el poema que no obliga al pensamiento, que no genera una fisura en el lenguaje, el poema decorativo, le llama, cumple una función de consumo. Y qué más atingente que situar al poema con una metáfora corporal/sexual: el poema como el ano del lenguaje:
«La apertura que viene o vendría a poner en jaque a la hermética literalidad mercantil del sentido heterosexual en tiempos de capitalismo tardío».
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Las notas aparentan con su simpleza en la escritura que pudiera haberlas escrito yo, o tal vez cualquier persona que la lea. Casi como si al tomar El cuaderno del poema del velador, como si al abrir la tapa y elegir una página al azar, el pensamiento que tengo/necesito se materializara.
Acompaño estos días con lo que Gabriel decidió acompañar los suyos mientras escribía esas notas. Agradezco la multiplicidad de voces que se asoman con frases: De Rokha, Wittgenstein, Roque Dalton, alumnxs a los que les hizo clase, etc.
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A veces, cuando leo textos que me gustan, me nacen las ganas por leer y escribir algo similar, o al menos salir de mis estándares y desafiarme. En mí brota mi imagen idealizada como intelectual, en una biblioteca, en la calle, tal vez con barba y aspecto roído, leyendo tanto más que lo que he leído estos últimos años.
Mas sé, hace rato, que no llegaré a eso y que probablemente no tenga la valentía de dejar de hacer todo lo que hago por leer tantito más. Me confío en la imagen de personas que sé que lo harán, que lo hacen, y que se les da como naturalmente. Gabriel, diría, solo leyendo este Cuaderno, cae dentro de esas personas.
Ante eso no me queda más que revolear cerca de ciertos faroles que guían mis lecturas –poetas, poemas– y llegar a veces a libros como el de Gabriel que muestra su propio camino de faroles, escribiendo sobre ese camino, para colgarme de alguno y encontrar, humildemente, uno o dos que me facilite la caminata un par de años.
(*) El próximo viernes 01 de septiembre, el escritor argentino visitará BAJ Valparaíso a las 18 horas, para dialogar de su rol en la revista Rapallo.
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