Cariátide es el primer (foto)libro de Laura Flores Moraga, que navega en las aguas de la nostalgia y la cotidianidad familiar.
Por Silvana González
Puede ser por esa ausencia mayormente recurrente en la figura del padre, o por esa ligazón que se tiene de manera casi somática con la madre, que lo abuelos paternos en general se quedan en un segundo lugar en el ranking familiar. Con el paso del tiempo, a quien interesa sus ramas y pasados, puede buscar en ese lugar algunas significancias. Los abuelos aparecen como figuras que explican, reafirman, revelan. Este es el caso de Cariátide, obra prima de Laura Flores Moraga, que inmiscuye de lleno una historia familiar basada en los abuelos paternos con el ingrediente principal de esos espacios tan delicados de lo íntimo.
Laura tiene una numerosa lista de estudios a los que se suman algunos talleres locales de escritura, nidos a los que acopló las primeras ramas de sus escritos. Los textos se desarrollaron cada uno en un taller, el uno buscando al otro, como si se tratase de un matrimonio separado por esos espacios sin escritura. Una vez perfilado el primero, la necesidad de complementarlo con el segundo fue inevitable.
Así nace el primer «EP» como le llama Laura en una conversación casual, evidenciando con creces que una escritura rara vez es lineal. Luego, ese ejercicio fue concretado en este fotolibro gracias al fomento a la industria de Fondart, en una línea nueva del Fondo del Libro y la Lectura para publicaciones experimentales. Partimos la conversación desde ese punto; el cómo las ideas nacen para dejar el nido y volverse al fin objeto.
Primer libro, segunda generación.
–En el colofón de Cariátide leemos lo siguiente: «Los textos nacieron a partir de ejercicios decantadores de la pena desarrollados entre los años 2016 y 2022». ¿Cómo llegan a surgir los textos de esta especie de mecanismo u operación que propones?
–Es como lo que hacía cuando era chica y escribía. Si estaba triste o enojada, escribía. Uso los talleres también como instrumento para soltar esa pena. En este caso estaba triste por la pérdida de mi abuelo, la casa, se sumaron muchos duelos en un corto periodo de tiempo. Hay que gente que dice «No, hay que ignorar la pena o evitarla» yo quería vivirla y escribirla. Era como algo terapéutico.
–Las generaciones más antiguas siguen remando hacia adelante.
–Aparte mi abuelita también escribía. Me di cuenta de que tenía un libro que pienso que fue como un borrador de cartas, porque era como un cuaderno que le faltaba la tapa. No eran las cartas definitivas porque esas ya se enviaron, pero eran los borradores en donde noté que había harta profundidad. Hay una carta en el fotolibro que es parte de esas cartas y tiene la letra de mi abuela.
–Para ti ¿Qué significa finalizar ese proceso?
–Es la idea, escribir para guardar ahí la pena, como la casa (que también guarda cosas). Eso es lo que una dice de la boca para afuera, ahora, del cuerpo para adentro pueden pasar otras cosas. Puedo seguir sintiendo pena o soñando con estas cosas. Si yo tuviera que decir este es el cierre, podría ser, pero a mí me gusta sentir pena. Sería fome no sentir nada.

Los personajes principales se cruzan constantemente en el diálogo de Laura, así como también tejen ambos extremos del libro. Al medio hay texturas que parece traer prendada también a sus gestos y a su ropa, como ella también hace notar al mostrarme su blusa.
–¿Cómo llegas a elaborar el perfil de dos personas del texto? ¿Qué te lleva a esa decisión?
–El libro nació como proyecto desde el taller de fotolibro impartido en el Centex. El primer texto nació en la Juguera Magazine durante el año 2016. Era un taller de narrativa de no ficción, es decir: crónica, perfil, autobiografía y crítica cultural. En el módulo de perfil, quise perfilar a mi abuelo que había muerto el 2014. No conocía mucha gente en el área del arte, entonces como que siempre te encargan perfilar a alguien conocido, pero yo elegí igual a mi abuelo. En el taller de fotolibros, nos pidieron perfilar a alguien, y específicamente pidieron que no fuera ningún familiar. Yo dije que no, porque tenía la idea de perfilar a mi abuela y tenía la foto ya hecha previamente. Dije no, quiero perfilarla porque antes perfilé a mi abuelo y quiero aprovechar para hacer esto. Ahí me dieron permiso
–¿Tenías ese afán de complementar eso dos personajes?
–Yo lo hacía pensando como un ejercicio para el futuro. Perfilé a mi abuela, porque de nuevo, no conocía mucha gente, pero también como medio de protesta, porque siempre se tiende a perfilar a gente que vive para afuera. Mi abuela vivía para adentro, entonces era reivindicar la existencia de la mujer dueña de casa, una abuela/madre/esposa que se posterga o que vive en soledad.
–Así se siente cada uno de los relatos, el primero chispeante, el último tranquilo. ¿Qué características le asociarías a cada uno de ellos?
–A mi abuelo, pienso en la palabra chistoso. Yo lo conocí como abuelo y como tal era chistoso, como esposo, no sé. A lo mejor como papá fue ausente. Mi abuela, mi abuelita, cariñosa, tranquila, era leo, estuvo de cumpleaños el sábado pasado, pero era como esas leo menos leo. Cero querer figurar, eso igual cae bien, era muy piolita.
*
Esa misma abuela, personaje invisible, pero develado por Laura da nombre al fotolibro. Cariátide, por su nombre Elena, por su carga en la espalda de la casa y sus espacios, por la soledad que la lleva a escribir en sobrios gestos de escritura.
–«Del cajón saca unos papeles en blanco y un par de lápices, los pasa sobre la mesa del comedor de adelante, ese de madera barnizada oscura, no sin antes poner un mantel que proteja la cubierta». Me llama la atención que la narración que realizas es muy fotográfica. Evoca parte de una escena local, ese velador también existe en otras abuelas. Logra trasladarte a ese imaginario o escena.
–No fue planeado quizás, pero salió así. De una forma porque mi abuela y la casa eran como lo mismo, sin la abuela la casa no existía. Toda actividad estaba conjugada con una parte de la casa, el velador, la mesa del comedor. La juventud que pasó con mi abuelo, fue la de que él viajaba como marino mercante por varias temporadas. Mi abuela era dueña de casa, se sentía sola. Todas sus actividades eran ahí en la casa, «cocino, lavo, ordeno, limpio, para sentirme menos sola, para hacer pasar el tiempo», todas esas actividades están relacionadas con los muebles, con la casa.
–Ya que la narración se encarga casi de una labor fotográfica ¿Qué función o rol cumplen las imágenes?
–Ponen en contexto lo que mi abuela hacía, eso es parte de la imaginación, el mostrar un espacio íntimo. Eran seis hijos, un esposo, entonces era la única mujer. El pedacito de intimidad que tenía me imagino que podía ser ese velador. El velador no está presente en fotos, pero está en lo narrativo. La idea es que la narración diga algo y que la foto no diga literalmente lo que la narración menciona.
Yo no soy fotógrafa, me gusta, pero preferí trabajar con archivos. Me enfocaba en las partes de las fotos ignorando a las personas. La foto del árbol de navidad, por ejemplo, es parte de una foto mucho más grande. El pestillo, también, era característico de la casa, aunque salía en un tercer plano en la foto, era una actividad constante la de mi abuelo abriendo la puerta desde su sillón. De ahí decidí seguir trabajando con archivo, los carnets del centro de madres, de salud, los pasaportes.
–En el caso de ambos personajes está la huella de objetos que son evidencia de esa persona que ya no está. ¿Qué te pasa con estos objetos?
–Es cuático, encontrar esos papeles que tenía mi papá y que como buena intrusa me puse a revisar. Ese que sale en una parte es el pasaporte con todas las hojas y los viajes de mi abuelo. Para no ponerlos todos los puse como una lista, para que se viera toda esa cantidad, todas esas ausencias. El pasaporte es un objeto super bonito, que alteré y que tiene elementos que no aparecen en el original.
–Tu trabajo ya es íntimo, un traslado de archivos en vida, ¿Cómo fue además intervenir cada uno de los libros? ¿Ejerciste alguna distancia para separarte?
–Fue super intenso y aún lo es, porque todavía no termino las trescientas copias. Es engorroso igual, es harto, imprimirlo desde la casa. Igual fue una decisión, como era mi primer trabajo, quería hacerlo yo, pasar por todas las etapas de hacer un libro. No tengo educación en el área literaria tan profunda. Quería pasar por esta especie de apostolado o manda, no sé, como promesa, y hacerlo yo. A modo de honrar la memoria de mi abuela que también hacia manualidades. Cocer el hilo trescientas veces, en cada cuadernillo. Al mismo tiempo que es bonito también es como que marea un poco, porque estás viendo todo el rato algo que quieres soltar, hoja por hoja, cuadernillo por cuadernillo. Al perforarlo inevitablemente ves el libro.
–¿Qué distancia tomas al momento de elegir esos materiales íntimos?
–Eso también fue intenso. No aparece de la nada. Conlleva conversaciones previas con mis papás, mi papá habló a su vez con un tío, conseguí información con unas primas, revisé fotos una y otra vez. Leí las cartas de mi abuela por primera vez. Fue súper fuerte. Hay varias historias que quedan en la superficie en las que no profundizo porque no son temas que se hable mucho en casa, tocarlos yo en este libro no me hacía sentir cómoda o lo sentía poco ético. Las imágenes de personas no explícitas quedaron fuera, o sin su rostro completo. Hay partes de sus corporalidades, también fue una decisión constantemente pensando en los demás.

Recuerdo que no sé del todo cuál es la mirada que arrastra Laura desde afuera. Esta vez no quise contaminarme demasiado, es un primer trabajo y este se ve fuertemente nutrido por la nostalgia. Damos cierre volviendo a Laura en su ejercicio de recordar desde la visualidad.
–¿Cuál es el área en la que te desenvuelves diariamente?
–Estudié diseño de ambientes. No ejerzo como tal, por eso siempre digo «diseño» a secas. Antes de eso estudié licenciatura en artes en la católica, pero me salí porque me costaba mucho concentrarme para leer. Era bien teórico, me metí por lo mismo, pero colapsé un poco, ya que era más chica. Luego estudié algunos diplomados, en historia del arte y de archivo en las artes.
–¿Cómo aplica esto al desarrollo del libro?
–En retratar la casa y crear una experiencia y un ambiente dentro del libro. Los patrones, replicar ciertas texturas de la casa, creo que eso se debe traducir ahí. Es la casa donde estuvieron del año 70 hasta el 2019, año en que falleció mi abuela. Ahí nos juntábamos con mi familia paterna. La vendieron y prácticamente no existe porque la rehicieron de nuevo
–Todos tenemos una fotografía que recordamos como la típica foto familiar. ¿Si pudieras elegir una foto dentro de tus fotos de la memoria, como la describirías? ¿Qué sucede en esa foto?
–Sería una con todas las primas, los abuelos. Típico decían, ya foto con papás/hijos, otra con las nueras, los nietos. Sería una de las fotos bonitas. Los papás de los respectivos nietos indicando orden detrás de cámara. Llamando la atención “Laura sácate la mano de la boca, mira la cámara”.
–¿Cómo era la relación de tu familia con la cámara?
–Era como cumpleaños: cámara. No tan experimentales, siempre con motivo de alguna junta, siempre con motivos de foto alegre. Uno a veces se deja engañar por esa foto «Miren que contento estamos» pero detrás no sé, de repente había drama, era como toda una puesta en escena. Mi papá por ejemplo tenía una cámara, mis abuelos también tenían la suya para esos eventos. Creo que la única foto donde no hay gente es esa foto del árbol de pascua, mostrando ese detalle, le sacan la foto al living.
(*) Fotos de Kika Francisca González.
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