Menú
Reseñas

Un forcejeo interesante por tratar de comprender

Afán de retina. González, Marcela. Santiago de Chile: La Calabaza del Diablo, 2021. 85 páginas.

Por Silvana González

No hay nada más angustiante que perder algún escrito que no tiene copia. Una vez experimenté esa sensación cuando perdí mis libretas con apuntes. Esas que deje por ahí con la tranquilidad de que podría volver a pensamientos que sólo se dan en un momento particular. Se anota, precisamente, para poder olvidar ese apunte y volver a él algún día. O tal vez no. Afán de retina, libro debut de Marcela González,es un compilado de apuntes reunidos a lo largo de cuarenta años, de distintos momentos y circunstancias. Estos textos son enumerados, van por capítulos y se esparcen a lo largo del libro sin tener mucha relación entre sí, aunque estén aunados por los eventos de una biografía. Plantean la duda de si los apuntes deberían, efectivamente, dejar de ser apuntes o si deberían quedarse en esas libretas perdidas esperando el momento en que signifiquen algo.

A pesar de esto, ante la incomodidad de enfrentarnos a textos sueltos que parecen no unirse, no responder a ningún patrón, se da un forcejeo interesante por tratar de comprender, sin cuerdas de auxilio, lo que no busca tampoco un mayor complejo: el mostrar por medio de la subjetividad extrema de su dueña momentos de total honestidad. Los apuntes lo son, precisamente, porque están dados en la rapidez y superficialidad, el recordatorio de una idea que se está desvaneciendo en el preciso instante en que se intenta fijar. En esta ocasión son justamente ello sin más pretexto y eso le da cierta cuota de experimentalidad. Se presentan, eso sí, como un pozo de ideas que se hunde bajo su propio riesgo de quedarse estático en ese momento de esbozo.

La narración se encuentra en medio de la aridez, de la falta de contexto. Cuando aparece, reduce un poco esa sensación unidireccional hacia quien escribe estos apuntes. El apunte se apunta a sí mismo y no parece querer ir más allá. El cerrojo desde donde penetran las ideas que van conformando un algo es del tamaño de la mirada de la autora; todo pasa desde ella, y no necesariamente quiero nombrar esto como egoísmo, sino porque efectivamente los apuntes son de su vida. Aun así, la narración representa un buen respiro. En esa vida de mujer, de cansancio, exploración y dogmas impuestos, aparecen momentos que no dejan de provocar pequeñas empatías. Entre algunas frases anodinas también hay ápices de lo que normalmente se aprecia como la energía para la propulsión de un relato. El hecho de que ese relato no continúe podría provocar tanto desinterés como intriga. Un ejemplo de esto es la alusión a un reniego constante de esa mujer hacia la Iglesia; a veces, esa Iglesia tiene rostros. Pero no conocemos hasta el final la presencia de una iglesia Schoenstatt. «Cuando los cuervos vuelan (o treintaicinco años en Chontat). La apedrearon. Como fariseos se golpeaban el pecho y la llamaban hermana. Pero ayer, en esa fiesta espléndida, la apedrearon negándole el saludo…». El rechazo, entonces, es infundado, hasta ese punto en que comienza a explicarse. Hay algo sugerente detrás de ese rechazo, pero no es original hasta que se nos desvía a un lugar desde donde se pueda mirar. A la vez, ese mirar es demasiado breve y sólo sucede en este caso; en otras temáticas, incluso personajes, se deja volando por ahí.

Debe ser la manera de entrar del poema «Mi baño de tinade Bertoni» («Voy camino del baño de tina / por el pasadizo / alfombrado / entro en el comedor / entra el sol») que me recordó el apunte número diez del primer capítulo, en que se empieza a nombrar todos los objetos de un baño. Con esa intención de descripción del poema −uno que termina en la majestuosidad del sentirse limpio−, pero alargándolo en esa observación inerte hacia los objetos: «La tapa del papelero se balancea y queda chueca, tal como estaba antes de tirar el papel. Parece una mueca de mal olor, o puede que ese sea su equilibrio.» En el apunte los objetos todavía son objetos y no significan otra cosa. Ese cotidiano asediante es algo que se entrevé en todos los capítulos. Las frases anodinas, por lo demás, pueden verse así, o también como el paradigma de la vida desgastada de alguien que desea escribir y no puede. Alguien que quiere escapar de la doctrina y no puede. Resignificarse como una frustración que se queda en el apunte, que oculta ese deseo de creación.

Como los lugares son endebles u ocultos, la falta de contexto dispara las frases sin una aparente dirección. En el último capítulo, al ser Valparaíso quien lo acuna, las aleatoriedades se reducen un poco. Entendemos que frases como «A veces subo por donde me gusta, el resto del tiempo por donde debo» tienen eco en lo conocido, como lo es un cerro. Si sólo tuviéramos una pieza pequeña al sentarnos a mirar por ese cerrojo subjetivo, se haría menos intrusiva la posición como lector. Una pizca de conocimiento como ancla en este mar de apuntes que van abriendo cada vez más, en vez de cerrar, el misterio de una vida. Salvavidas ante esto es el humor repentino en frases como: «Que aprendí (o qué me quedó) de: Don Justo: que puedes pagar para que maten a tu perro y lo pongan a tus pies en el ataúd». Una inesperada sonrisa en medio de la confusión de un boceto. Incluso la intimidad en un baño, entre lugares comunes como la sal de los cuerpos por el mar, la costanera, la suciedad, ahora hacen un sentido. Se hace común, pero a la vez obvio, con la certeza de que esa frase no puede estar escrita de otra forma bajo la lógica anterior de los capítulos. Allí es donde funcionan estos apuntes.

Un deseo por el no libro mantiene tensión entre el hacer el ejercicio contrario, mostrar el borrón, el desorden que existe antes de la escritura. La fórmula utilizada es llamativa, las breves ocasiones en que las imágenes desde la infancia y luego en la dictadura toman hilo, hablan de algo que pudo ser una conexión y no lo fue. Esto es, a lo mejor, más complejo que si la hubieran tenido. Un chicle pegado a la mesa y toqueteado cuando niña, es visto años después debajo de la mesa, durante un simulacro ante los disparos de las calles, y eso termina allí ante la expectativa de que este tipo de cosas se encontrarán más a través de los capítulos. Puede ser que frustración sea la palabra que puede manifestar el total de los apuntes. Si tomaran todos ellos en conjunto la definición de bitácora, un medio íntimo de anotación, la navegación de ese viaje (originalmente la bitácora era la parte del barco donde se guardaba el cuaderno de apuntes) debería hacerse cargo también de ser una especie de guía o manual. Debería ser legible tanto para el autor como para un tercero, donde se pudiera visualizar el proceso o una conexión funcional en torno a lo que se muestra.

Sin comentarios

    Leave a Reply