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Crónicas

Quetzalcóatl, por favor, vuelve

Aparte de ser nuestro redactor, quien escribe la siguiente crónica vende libros en ferias de todo tamaño. Acá su experiencia en la devaluada Feria Internacional del Libro de Viña del Mar.

Por Diego Armijo

El stand que atiendo en la Feria Internacional del Libro de Viña del Mar colinda con el de la SECH Valparaíso. Durante todo el día, dividido por la hora de almuerzo, debo escuchar el chamullo vendedor de uno de sus socios. Este es Carlos Johnson Bordali, afamado poeta, reconocido especialmente por el episodio en que Juan Cameron le aforró un combo en la plaza Aníbal Pinto. También, claro, por su libro Quetzalcóatl. La serpiente de pluma preciosa.

—¿Conoce usted a Quetzalcóatl? El dios bueno. El dios que estaba en contra de los sacrificios humanos —así comienza Johnson su discurseo.

El libro, que hojeo cuando el poeta obsesionado con lo mesoamericano no está, es un mastique de datos enciclopédicos, aproximaciones místicas y, ante todo, ridículos versos que «cuentan algo», como repetirá este desplumado escritor.

—No como esos otros libros de poemas sueltos. Este es un poema épico histórico. ¿Conoce usted el Canto General, La Araucana, La Ilíada? —va agrandándose Johnson para que no quede duda de que su esfuerzo poético se codea con Homero.

Se parece más bien a ese otro Homero, imbécil y amarillo, porque, está de más decir, Johnson no ha asumido su calvicie, peinándose un puente de pelos sobre la sesera y dejando crecer el resto a los costados para armar una trenza mientras el dios emplumado llama la atención por su ausencia sobre la cabeza del poeta.

—Cómprelo ahora, pues luego me voy a ganar el Premio Nacional y este libro va a valer mucho.

Sólo puedo pensar que este viejo está más cerca de estirar la pata que de ser premiado. Aunque se cree el cuento, cuestión que vale algo, aunque no tengo por qué valorarla. 

Al ofrecer exclusivamente su libro toda la jornada, se me hace un pésimo vendedor para sus colegas. Él, por supuesto, vende ejemplar tras ejemplar de su serpiente emplumada, los que siempre van con dedicatoria del autor. No se preocupa de comentar los libros de los demás.

—¿Cómo te ha ido con la venta de tu libro aquí en la feria? —le pregunta un compañero ya en una jornada de tarde.

—Déjame acordarme —Johnson mira hacia el techo de tela blanca de la feria—, ayer vendí uno.

—¿Y hoy?

—Hoy nada.

Puedo comprobar que le está mintiendo al otro hombre —¿poeta?, ¿narrador?—, pues lleva todo el día hablando de ese dios bueno, ha vendido varios, los firmó, «porque así vale más», les dice a todos los visitantes de la feria que han sido secuestrados por él, debiendo escucharlo y comprarle el famoso libro.

No sólo parasita todo el stand de la SECH Valparaíso, sino que maneja la agenda de presentaciones de los libros que irán circulando por el escenario de la feria. Sólo por tener una carpeta con hojas donde figuran los precios de los libros y los horarios de las actividades, Johnson cree tener el poder.

Escuché como gritoneó a una narradora porteña. Fue a hablar con producción y canceló el lanzamiento de ella. Tuve que arreglar ese enredo, que el ego de este mediocre sujeto provocó, prestando mi stand para la venta y firma del libro. Terminada la presentación de la narradora, Johnson se acercó a mi stand. A ella la evitó, aun teniéndola al lado. Sólo le habló a su esposo, preguntando si seguía en pie la presentación del libro de él. Este lo mandó educadamente a la chucha.

—¿A mí no me habla? —le preguntó la narradora.

—No tengo nada que hablar con usted, niña —contestó, sin mirarla, el poeta.

Y nada detiene a Carlos Johnson. Ni cuando hay alarma de tsunami él deja de ser protagonista. Se dedica a dirigir la evacuación de la feria, pues conoce la zona, declama para que todos los expositores le oigan. Más que ayudar, desespera a alguna librera santiaguina que ya ve la ola cubriendo los libros y llevándola del brazo junto al poeta.

—¿Conoce usted a Quetzalcóatl? El dios bueno. El dios que estaba en contra de los sacrificios humanos —vuelvo a escuchar.

El Seremi de Salud se ha dado vueltas por la feria. Esta, a su ojo de derecha, incumple las mínimas medidas sanitarias. Aunque hay que darle la razón. Este año la producción de la feria se parece a El Gran Circo de Chamorro. Los primeros días no hay trabajadores contratados como guardias de seguridad, tampoco para aseo. Los pocos trabajadores de producción toman la temperatura, cuentan el aforo, recogen la basura de los stands y barren. Han ahorrado en personal. Como también en la alfombra. Sólo hay una, en medio de los pasillos, que recorre toda la feria. Veo en las mañanas a alguno de los jóvenes barrer esa alfombra. Es una acción chaplinesca. Limpian ese camino rojo y anaranjado, tirando el polvo al concreto de la cancha donde estamos. Es puro maquillaje.

Se limitó el aforo y se marcó con tiza una línea a un metro de las mesas con libros. La instrucción del Seremi es que la gente camine hasta la línea y, si realmente quiere comprar un libro, se acerque. Puedo imaginar que él no viene a estos eventos. Que recorre sólo el mall de Viña del Mar, a unas cuadras, siempre con el objetivo bien claro de qué es lo que quiere comprar.

Aparece otra vez Carlos Johnson.

—¡Tienen que caminar por fuera de la línea amarilla! —manda a unas clientas en un stand vecino.

—No moleste a la gente de otros stands. Todos los expositores saben las instrucciones. Usted no es supervisor de nada, caballero —le digo.

—¿Quién es usted para decirme lo que tengo que hacer?

—Váyase a su stand mejor será, caballero —repito, con ganas de decirle «viejo culiao».

Camina gritando en dirección a los pocos trabajadores de producción. Qué será lo que les dice. Debe hablar de su honra mancillada o comentar que él es conocedor de la cultura azteca, que es poeta, parte de la SECH Valparaíso, que su libro está en Amazon, que pueden pasar a su stand y verlo, comprarlo y llevárselo con firma del autor, próximo Premio Nacional de Literatura.

 —¿Conoce usted a Quetzalcóatl? El dios bueno. El dios que estaba en contra de los sacrificios humanos —remata.

(*) Fotografías de Kika Francisca González.

1 comentario

  • victor rojas farías
    Marzo 1, 2022 at 7:45 pm

    Escritura desde la inquina. La persona, su edad, el aspecto, la conducta Todo parece mal. Aunque si se habla de la obra tal vez no sea justo maltratar a base de impresiones de feria: “El libro, que hojeo cuando el poeta obsesionado con lo mesoamericano no está, es un mastique de datos enciclopédicos, aproximaciones místicas y, ante todo, ridículos versos que «cuentan algo», como repetirá este desplumado escritor”.

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