Lorde, Audre. Los diarios del cáncer. Ginecosofía: San Felipe, 2019. 112 páginas.
Por Silvana González
Audre Lorde, nacida en 1934 en Nueva York, hija de inmigrantes afrocaribeños, publicó los diarios del cáncer por primera vez en 1981, originalmente en inglés. Recién hace una década fue traducido por Hipólita ediciones en Argentina por Gabriela Aldestein, y ahora reeditado por Ginecosofía, (San Felipe, Chile) proyecto interesado en levantar la “literatura de mujeres”, categorización vista como ajena a la literatura oficial. Cuatro décadas después de su aparición, este libro y diario íntimo es publicado además con la intención de expandir la obra para abordar las problemáticas en los procesos de salud, enfermedad y muerte desde la mirada de una escritora feminista y activista por los derechos civiles.
Es importante tener en cuenta esta lectura dentro del contexto sudamericano, porque algunas de las problemáticas que presenta el libro se ven desplazadas hacia esta realidad, en donde la mala alimentación y la contaminación entre otros -como recusa Audre- están implicadas en el desarrollo de cánceres y enfermedades. La posterior intervención quirúrgica dentro del relato, es desencadenante de una serie de encuentros y desencuentros entre cada aspecto de una vida anterior al suceso y luego, en su posterior aceptación. La historia de Audre se hace fundamental en la medida en que se van abriendo distintas esquinas de un paquete lleno de incertidumbres, donde ciertamente hay una implicación política, en tanto se evidencia que socialmente se visibiliza mucho más el tratamiento y recuperación estética de esta enfermedad que su prevención o estudio de los agentes que la causan. Aquí la escritora realiza una investigación que acompaña el doloroso proceso de encontrar pocas herramientas para su condición y la nulidad de recursos para llevar estudios a cabo o elaborar nuevos métodos para su tratamiento. A raíz de esta nulidad, encuentra en el auto-conocimiento alguna esperanza.
Estoy segura de que recién cuando cada mujer rastree uno por uno los hilos sangrientos y auto-referenciales de su trama, comenzaremos a alterar el diseño entero”
Acompañando la narración, está siempre un miedo que se deforma según cada etapa del proceso y aunque éste nunca se extinga, las confesiones de Audre evidencian su integración, llegando a complementar con él varias de sus preocupaciones. Se rescata de la primera paralización que provoca el miedo, esa misma fuerza que conlleva superarlo y moverse para hacer algo, aceptar la enfermedad como un cambio, sin ansiedad por dejarla atrás. En contra, se encuentra con bastantes prejuicios que van más allá de pertenecer a las minorías. El cáncer de mamas conlleva un peso más profundo; poner en primer plano la femineidad como único aspecto atingente a la mastectomía es una idea que se potencia en la mujer tanto en centros de ayuda como en la medicina misma, con “Una sociedad que prefiere no enfrentar los resultados de su propia enfermedad”
En consecuencia, Audre va en contra de los parámetros (algunos además heteronormados) que se le intentan adjudicar, desplazando el foco de rellenar la pérdida con prótesis, hacía una visibilización de ésta que permita generar una red con mujeres que puedan haber pasado por la operación. El ocultar lo extraviado, es lo que termina distanciando a quienes pudieran reconocerse a través de una mirada conciliadora. Se unen de esta forma dos caminos, uno que busca olfatear la mejor posibilidad de subsistencia y otro que se sensibiliza a diario, afrontando el proceso desde el amor externo y la comunidad, pero también como una enseñanza que se debe vivir de forma individual.
Y ahí estaba siempre Frances, brillando con una luz constante y cálida cerca de la isla en la que me tocaba luchar sola”
Ahí donde el cuerpo se ha vuelto intocable, en su fragilidad, la autora vuelve a posicionarlo para hablar desde él, volviéndolo tangible y erigiendo el camino de sus aportes desde la visión frontal de un rostro que mira hacia abajo, sin estar cabizbajo necesariamenteꟷ examinando minuciosamente sus cambios internos y direccionándolos hacia afuera, al encontrarles una respuesta superior. Así el cuerpo de Audre, no solo se transforma en un paisaje dentro del libro sino en una geografía completa de su contexto, entregada a quienes deben combatir con la perdida de una de sus partes socialmente más dialogadas. Esta geografía apunta a un nuevo lugar desde donde pararse en un proceso que no debe moralizarse o decaer ante el mandato social de mantener un escote para ser vista como mujer. Lo más importante no es lo extirpado; es la persona que renace a través de esa misma ausencia.
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Reseña de "Los diarios del cáncer" en Plataforma Crítica | Ginecosofía
Mayo 19, 2021 at 6:52 pm[…] Leer la nota completa […]