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Reseñas

La escasez de lo íntimo, reseña a Mella

Por Silvana González

Priscilla Cajales
Editorial Overol
48 páginas
2019

Si se mirara la realidad como una casa desde adentro, para adivinar los sucesos del exterior bastaría con fijarse en el efecto que tienen dentro de lo íntimo: las repeticiones en el cotidiano. En Mella se articulan objetos dedicados a uno aparentemente estático, trasladado a la ciudad e inmiscuido en sus espacios.

El tiempo dentro de esta serie de poemas parece ser una porción medida con la exactitud de la costumbre; la persistencia de los días termina dando a conocer sus minuciosidades. Hay pocos rasgos de variación. En los apartados I y III del poema “desde un departamento la espalda de un hombre” se menciona: “de este recorrido conozco/ hasta el último árbol / Es verdad que ha cambiado/ la hora en que se esconde el sol/ aunque para cualquiera/ sea un detalle/ el reflejo de la luz”. Las líneas que componen las imágenes cambian ante pequeñas cosas, como cuando un racimo de luz penetra en ellas.

La autora presenta un cotidiano que refleja una carencia, en los siguientes versos se revelan partes de una infancia que parecen ser causantes de recortar fragmentos en una vida: “una tarde encontraron que en el ropero estaba intacto el vestido de novia/ lo pusieron sobre la alfombra/ y comenzaron a cortar jirones/ que luego pintaron con témpera/ para vender cintillos del NO en el parque O’Higgins”. La misma témpera que genera un sustento, en el poema siguiente es el último juego inocente: “nosotros nos entreteníamos pintándonos los dedos de colores/ nosotros nos pintábamos la nariz con témpera”.

Se muestran ceñidos escenarios, en donde hay apenas una línea dentro de la intimidad de los relatos que, con un tono narrativo, permiten entrar en situaciones. El lenguaje se utiliza de manera sutil, cada palabra genera una sensación de quietud en donde los elementos escasean o se utilizan de manera precisa. Sin desperdicio se dosifican en una voz que constantemente oscila entre el pasado y el presente: “anoche, por ejemplo / escuchamos el primer automóvil en la oscuridad/ sólo un foco iluminaba la calle/ y su luz entraba por la ventana”.

Existen personajes, entre ellos incluso, uno cercano que a momentos parece hacer compañía, pero termina también deshaciéndose en la individualidad de la narradora. La voz absorbe el espacio exterior, se va aislando hasta construir su propia soledad. Se apagan las luces, bastando solamente leves sonidos de algún barco lejano para ocupar el espacio y hacer de ellos un único acompañamiento.

Lo trivial en un primer momento del libro, se enlaza por una razón tan única como la singularidad misma de cada objeto elegido a lo largo del texto; el comienzo y el final sellan el círculo de un hecho que ronda inminente. Se tarja lo que se va y lo que queda es lo inevitable. “siempre me pareció que le faltaba algo importante / un color / una forma de hablar que no hacía juego con el cuerpo”. Hay espacios que no se deben llenar y que no pueden ser llenados.

Mella comienza como un primer viaje a nuestra ciudad y culmina en un atrapamiento, una casa que desaparece en sus propias paredes, en el presagio de la eventual extinción.